ELLA
MIGAJAS DE AMOR
Y yo recuerdo que en aquella noche la luna estaba llena y su luz llegaba hasta los lugares más escondidos y menos pensados. Era una noche como cualquiera pero única. Una noche en la que por fin me decidí ir a por el amor.
Así que toqué su puerta tres veces y no abrió. Me dije, creo que ya es tarde. Derrotado, di la media vuelta y me dispuse a regresar a mi casa una vez más sin decirle lo mucho que moría por ella. Entonces sentí que caían pequeñas gotas grises, pero no de agua, y pensé, qué es esto. La ropa empezaba a bañarse de una especie de arena brillante y el suelo se encendía a medida que las gotas grises aumentaban sobre ella; miré al cielo y noté algo insólito, y era que la luna iba desmoronándose. No había estrellas, no había nubes, mas había una luna que se perdía y se borraba de la memoria cuanto más te hipnotizabas con aquel aguacero. No pude más que hacer que interpretarlo como una señal: que la noche dejaría de existir si no confesaba este amor.
Me resolví volver hacia atrás, a caminar por mis huellas que se alejaban del amor, caminé con zancadas largas y certeras, firmes y con determinación. El viento soplaba con más fuerza en sentido contrario. El tiempo se tornaba denso a mi alrededor y tuve que bucear en aquel mar donde mi oxígeno era ella, braceaba ferozmente hacia adelante y llegué, triunfante, a las orillas de mi perdición. La escarcha de la luna embadurnaba todo el recinto.
Fue así como llegué a su casa en una noche sin aviso, sin canciones ni alabanzas ni banderas ni trompetas ni campanas que anunciaran mi llegada; fue una noche en la que todos dormían y nadie soñaba; una noche donde el amor se estaba anunciando pero nadie se amaba; una noche donde la felicidad era el único sentimiento que debía de ser una quimera. Volví a tocar su puerta tres veces. Se abrió y salió ella. Cómo puede ser posible que este estropajo de hombre anhele un poco de la sal de amor de la mano de esta mujer, pensaron todos en el mundo sólo porque sí. La escarcha de luna dejó de caer y las que iban cayendo se suspendieron en el aire. El tiempo abría un espacio vacío a nuestro alrededor y éste fue reemplazado por el aliento cálido de la mujer de mis amores. Estaba durmiendo, me dijo ella. Cómo puede ser posible que hayas perturbado el dulce sueño de este ángel sin alas pero con tanto poder como Dios, pensaron todos en el mundo sólo porque sí. Al fin a vuestras manos he venido, esbocé casi sin aliento un soneto de un poeta perdido en mi memoria, do sé que he de morir, me arrodillé ante ella, para que sólo en mi sea probado cuánto corta una espada en un rendido. Me miró ella con compasión. Encontré su mirada y la malinterpreté. Me acerqué lentamente y quise darle un beso. Lo siento, pero no, me dijo con lástima. Cómo puede ser posible que este paupérrimo hombre se atreva a mirarle a los ojos sin una pizca de vergüenza y pensar que la puede besar sólo porque le recita un soneto sin son ni voz, pensaron todos en el mundo sólo porque sí. La vi allí, apenado de mi mismo, con el cuerpo temblando de frió, me sentía tan solo. Y volví la cabeza hacia atrás. Cabizbajo, caminé sobre las migajas de luna que se iban apagando por atrás conforme avanzaba. A la salida pude ver que él me esperaba con una sonrisa de oreja a oreja. Se acercó a mi y con su voz llena de autoridad me ordenó el trueque de la vida por la muerte. No, tu vida no, me dijo, tu corazón. Y no hice nada más que entregárselo. La muerte también muere, mi querido amigo, me decía, y las vidas que reclamo me dan vida por poco tiempo, me explicaba, pero corazones destrozados,suspiró, me acercan a la inmortalidad.
Mientras regresaba a mi casa, recordé un verso:
"Ni hay queja al labio ni a los ojos llanto,
muerto para el amor y la ventura,
está en su corazón mi sepultura,
y el cadáver aquí!"
Uno se siente identificado con un poema sólo cuando empieza a vivirlo.
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