Jhazmín & Jaime J&J

Como todos los días, solo salía a caminar al bosque por la noche, y sentía que esa noche era algo muy especial, porque estaba lloviendo. De alguna forma a él le gustaba caminar bajo la lluvia, relajar los brazos, cerrar los ojos, levantar la cabeza y sentir que las gotas golpeaban sutilmente su rostro. A veces abría la boca para beber la lluvia y después se reía de esa tontería tan agradable. Atravesó el montón de árboles hasta llegar al río, vio la luna reflejada en las cristalinas aguas y se dio cuenta, otra vez, lo magnífica que es. En medio estaba Rouss, así se llamaba la piedra grande en medio del río, donde solía sentarse a calmar el alma.
-Hola, Rouss, está lloviendo, ¿no es hermoso?- le decía a la enorme piedra mientras golpeaba suavemente su lomo.- Ya verás que en un rato acaba todo y te leo un cuento, ¿vale?.
Cuando niño era, él solía leer mucho, sus papás siempre le compraban libros grandes o pequeños y él siempre las leía y escogía las mejores para venir al río y leérselos a Rouss. Tomaba su mochila, una linterna, se ponía ropa gruesa para el frío y llevaba consigo el mejor libro del día. Pasaba horas y horas con Rouss hasta terminar de leer el libro entero, salvo por algunas exepciones en donde el libro era realmente grueso y las leía en dos o tres días. Él creía que Rouss prefería las historias de amor, y siempre le leía de aquella temática. El primer libro fue el más emocionante, pues después de tantos ya leídos, con ese sintieron punzadas en el corazón y se conmovían y lloraban la historia, por eso consideraron, en común acuerdo, que aquel libro habría de ser el primero. Él, después de haber descubierto el temblor que ocasionaban esas historias a su amiga Rouss, y lo inexplicablemente feliz que se sentía después de llorar con la tragedia, se motivaba a sí mismo para acompañarla en el dolor o la felicidad o sea por lo que sea la razón por la que llorara, y empezó a prestarle más atención a las partes donde a su amiga Rouss, la piedra, empezaba a temblar y acompañarla en el sentimiento que no entendía con claridad.
-¿Eso es el amor?- le preguntaba a Rouss.
Debe ser lindo, pensaba, ya me gustaría poder sentirlo así como Rouss lo hace. Y después de leerle la historia iba corriendo a casa a buscar otro libro para el día que seguía. Rouss se quedaba sola en el río, observando la luna reflejada en las aguas, sintiendo a su amigo irse con el sonido de las hojas secas en el suelo, el silencio de la noche llegaba y solo se oía el cantar del río a su alrededor. Rouss pensaba en él, su amigo, y luego en el personaje del libro que nunca perdía la ilusión de que su amada estaría con él por fin para ser felices. Su amigo ya se había ido.
"Ya puedes salir", pensaba.
Jhazmín era una adolescente de la edad de Jaime, su amigo, y ella era una amiga de Rouss también. Jhazmín una noche salió a jugar al bosque del otro lado del bosque de Jaime, y por casualidad, a lo lejos, vio un niño sentado sobre una enorme piedra en medio del río que leía en voz alta las historias de amor más hermosas que jamás ella escucharía en su vida, y lograba sentirse tan identificada sin siquiera conocer el sentimiento que lloraba en la penumbra junto con Rouss. Ella empezaba a ir todas las noches a la misma hora y se escondía a esperar a Jaime llegar, y en la oscuridad lo escuchaba magnífico a él, leyendo sin tartamudar y haciendo las voces de los personajes y gritando a viva voz una declaración de amor y ella no podía explicarse por qué esos escalofríos y esa inmensa necesidad de llorar un amor que no era el suyo, pero sus fortalezas la abandonaban y se dejaba sentir. Cuando Jaime se iba y ya no existía ningún signo de que estuviera cerca, Jhazmín salía de su escondite e iba en pos de Rouss a sentarse sobre ella y a conversar sobre lo bello que era esa historia que la había hecho sentir cólera por el hombre que era demasiado tonto para no darse cuenta que aquella mujer estaba enamorada de él, ¡qué barbaridad! Y pasaba tan solo un rato pensando en la idea de cómo sería si Jaime leyera junto con ella el libro que traía cada noche y en su mente hacía su propia historia, y eso pensaba cada noche de los cinco años que ya iba escuchando esas historias de amor bajo la luz de la noche. A veces Jaime dejaba de venir, y la primera vez fue desesperante y empezaba a especular accidentes, enfermedades, lo peor que le haya pasado a Jaime, y Jhazmín no podía consolidar el sueño aquellos días hasta que no supiera de Jaime, y cuando lo veía venir se sentía feliz, y cuando volvía a dejar de venir, Jhazmín ya no se preocupaba mucho, porque de alguna u otra forma ella confiaba en que Jaime vendría. "Él siempre vuelve", pensaba, "yo confío en él".
Jhazmín se había enamorado de Jaime y Rouss, la piedra, era la única que lo sabía, pues hasta la misma Jhazmín desconocía ese amor. Rouss lo identificó, pues ya era una maestra en esos asuntos de amor, y a veces sentía envidia por ser ella una piedra, pero feliz también porque esa historia, lo presentía ella, iba a ser la mejor historia de amor de todas las que se sabe.
Así, pues, Rouss en su comodidad escuchaba atenta las historias que Jaime le traía, y Jhazmín lo escuchaba con los ojos cerrados reviviendo palabra por palabra cada suceso contado, veía una película en su mente pasar, y sentía pena, ilusión, felicidad, enojo, frustración y deseo; y Jaime le ponía drama y más drama y se estaba haciendo el mejor lector que en su mundo, y en el mundo de Jhazmín, había jamás de existir.
Después de esperar mucho tiempo a que dejara de llover, de estar recostado sobre Rouss hacia arriba con los ojos cerrados, Jaime esbozó por fin unas palabras:
-Rouss, necesito contarte algo.
Jhazmín apoyaba su mentón mientras miraba la noche sobre una piedra al costado donde estaba recostada, y prestó atención a la voz que Jaime no preocupó en hacerla más silenciosa.
-Quiero... No estoy muy seguro, pero quiero ser escritor.- Se sentó,- De todas las historias que hemos leído juntos, hemos vivido juntos... Como que me ha dado por imaginarme una historia en la que tú no eres una piedra, sino una hermosa mujer de cabello negro y ojos de miel y piel de durazno y seas mi amada niña.
Jhazmín sintió celos. Ella siendo una mujer real, y ese tonto prefiere una piedra, ¿acaso ha perdido la razón? Se molestó consigo misma porque se imaginó la escena que Jaime había imaginado, y sin saberlo ni el uno ni el otro tuvieron la misma forma de imaginarlo, y se decía a sí misma que tenía que hacerse notar.
-No me hagas caso, Rouss, solo estoy delirando.- Jaime sonrió.
Rouss se imaginó la situación, pero ella era realista, esto es imposible, se decía, por más que quisiera, por más bonita sea la idea, por más envidia que le causaran esas historias, ella era una piedra y amaba ser una piedra y ni loca se haría mortal para que sufriera siendo una mortal enamorada, porque en su tan larga e idealizada experiencia solo ha visto obstáculos y más obstáculos desde los más pequeños hasta los más enormes, y ciertamente, por más dura que sea ella, habría de romperla en mil pedazos si tan solo se atreviera.
-Es normal tener miedo, Rouss, siendo tú una piedra...- Dijo Jaime.
Rouss se sorprendió porque fue como si Jaime le hubiese leído el pensamiento.
-... Yo solo digo que sería así mi historia, y así serías tú. Pasaríamos por sobre grandes obstáculos para poder estar juntos tú y yo, porque nos queremos, y habría de ser la mejor historia, al menos para ti y para mí.
La lluvia era de gotas tiernas, pequeñas pero veloces, y mojaban hasta en lo profundo del ser de Rouss, pero ni con eso se hablandaría porque ella es una piedra, una piedra dura. Jaime suspiró y volvió a cerrar los ojos.
Jhazmín se puso de pie, juntó la comida que solía llevar para comer mientras escuchaba a Jaime leer, y se fue pensativa. Al siguiente día Jaime volvió, pero en ese entonces sin saber por qué, se sintió incompleto. 
-No sé qué me pasa, Rouss, es como si me faltara algo.- Dijo Jaime mientras sacaba el libro de la mochila.
Empezó a leer, pero no de la misma forma que siempre, esta vez temblaba y tartamudaba, y él no lo entendía. Pensó que debía sentirse mal, así que le pidió disculpas a Rouss y se fue sin acabar si quiera el primer capítulo del viejo libro que traía consigo. 
"¿Qué le habrá pasado al pequeño joven?" Pensaba Rouss. Miró en dirección al escondite de Jhazmín y no la veía venir, como siempre lo hacía después de que Jaime se fuera.
Lo que sucedió fue que Jhazmín no vino a verlo esa noche. ¿Le habrá pasado algo malo? Se preguntaba Rouss, intrigada. Por varias noches Jaime dejó de venir, y Rouss sentía ansias. Quería salir de su estado inmóvil para ir a averiguar qué había pasado con los dos jóvenes que eran parte de su vida. 
Mucho tiempo pasó antes que Rouss supiera de ellos, hasta una noche de viernes en que Jaime apareció con su habitual mochila, su linterna y una chompa gruesa. 
-Rouss, a que no adivinas...- dijo Jaime.
En la penumbra una linda joven morena de ojos negros y pequeños, de cabello negro y simple caminar, apareció tímida. 
-Mira, ella es Rouss.- Le dijo Jaime a su nueva amiga.
-Hola, Rouss.- Saludó sonriente.
Rouss la reconoció, era Jhazmín. Se conocieron en el puente que da a la ciudad, de casualidad, cuando Jaime iba a la biblioteca en busca de nuevos libros. Ella lo saludó y él le devolvió el saludo y también se dio cuenta que ella llevaba leyendo el mismo libro que él. Empezaron a conversar sobre eso y se contaron sobre los libros que habían leído y la gran casualidad era que ella había leído los mismos libros que él (aunque exactamente se lo leyeron a ella). Entonces Jaime sin saberlo y quien sabe si algún día lo sabrá, se enamoró de aquella mujer por la simpleza de su ser, pues a parte de haber leído lo mismo, era bastante simple, usaba zapatilla, pantalón y polo con el cabello suelto, y la sintió tan natural, tan única, y a medida que conversaban quería saber más de ella y al mismo tiempo ella de él, pues a ella, a pesar de estar ya enamorada, se iba enamorando más a medida que iba descubriéndolo.
Ella ya sabía de Rouss y de sus incontables libros, y se hacía la desentendida, más divertida que nunca al terminar las frases de los libros que Jaime empezaba a decir y no lo lograba más sino que se quedaba sorprendido por la audacia de su acompañante.
Así, ahora, bajo la luz de la luna, el sonido de los grillos y la corriente del río, las luces de las luciérnagas, el viento que pasaba a su alredor, sobre la gran piedra amiga llamada Rouss, y la luz de la linterna, Jhazmín apoyando su cabeza sobre el hombro de Jaime, sentados sobre Rouss, se leían nuevas historias ya inventadas, y se inventaba una nueva historia, una de Jhazmín y de Jaime y su primer beso bajo la luna.

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