JAVIVONNT

Sábado.

El día empieza agitado.

Siete de la mañana, me he despertado, no me quiero levantar, pero tengo que ir al trabajo. La imagino a ella a mi lado, es tan real, casi la puedo palpar. Me cambio rápidamente, me lavo la cara, cojo algo de dinero y un libro que no leo, pero que llevo siempre encima, y salgo de casa. Siento que el día está muy cargado. Repaso todo lo que tengo que hacer en el día. Me canso de solo pensarlo. Debe ser porque acabo de despertar. La gente camina apurada, seguro porque tienen que ir a trabajar como yo. Qué flojera ir a trabajar en sábado. Los sábados deberían ser como los domingos, pero más divertido. Es decir, no se debe trabajar los sábados. No creo en Dios, pero qué bueno hubiese sido que Dios santificara también el sábado. Digo, es Dios, ¿por qué tomarse solo un día para descansar si puede descansar dos? Digo, Es Dios, ¿no? Puede hacer todo lo que se le antoje, sobre todo si se trata de tener un día extra de descanso, en vez de estar poniendo a prueba la fe de las personas. Son las siete y media de la mañana, y ya estoy viendo la miseria del mundo. Una persona sentada al borde de la vereda con un letrero que dice: ‘Ayúdenme, por favor, soy ciego, sordo y sufro de epilepsia.’. Todo el mundo pasa por su costado, apurados, ajetreados, despabilados; como si el tiempo no alcanzara, como si faltara, no hay tiempo para mirarse los unos a los otros, no hay tiempo para ayudarnos, el tiempo se va y no alcanza ni para decir 'Lo siento'. ¿Notas el problema, Dios? Hubiese sido mejor dos días de descanso para poder fijarnos en esas cosas. O, ya, a tu manera, un día, solo que hubieses alargado los días, es decir, que duren más tiempo, que no sean veinticuatro horas, ¡Tal vez veintiséis! Aunque tal vez seguiría sin alcanzar, somos humanos, nunca es suficiente nada para nosotros, siempre queremos más.

He llegado al trabajo.

Mis alumnos son lo mejor del mundo, y al mismo tiempo, lo peor. Los quiero, pero me caen mal. Salvo algunos, claro, que han dejado de lado el capricho de ser ellos y solamente ellos y se dan cuenta de que hay cosas que son necesarias para el bien común y no propio. En fin, el trabajo… Tengo que irme temprano, tengo clase más tarde en la universidad, ¿a qué hora acaba esto? ¡Tengo que irme! Me da gusto ver a estos jóvenes. Son tan jóvenes aún. Camila. Claudia. Sofía. Gianella. Lia. Carlos. Claudio. Juan. Sebastián. Raúl. ¿Qué será de ustedes más adelante? Aún están cerca, pero los siento tan lejos. ¡La nostalgia! Si se esfuerzan creo que pueden ser los mejores. En fin. Ya es hora de irme. Ya me voy, miss, vuelvo en la tarde, tengo clase. Cuídese, profesor. Feliz día, que la pase bien. Gracias, profesor.

Otra vez en el carro.

Camila es fuerte. Claudia analiza. Sofía sufre. Gianella sueña. Lía es indecisa. Carlos cree no encajar. Claudio no reconoce sus errores. Sebastián observa. Raúl cree no se tiene confianza. Tengo un año con ellos. ¿Será suficiente? Ser profesor es mucho más que pararse frente a los alumnos. Intento hacerles ver lo simple que puede llegar a ser el mundo. ¿En serio quieren que haga ese ejercicio? Escribo en la pizarra. ¡Chiste número once! ¡Ala qué ‘izi’ este ejercicio! ¿Con qué mano quieren que lo haga? ¿Derecho o izquierda? Y empiezo a explicar. Les hago reír. Se ríen. Soy tonto, pero les resuelvo sus problemas, al menos los de matemática. Profesor, venga. Dime, ¿qué pasó? ¿Cómo resuelvo este problema? ¡Ala qué ‘izi’! Presten atención, muchanchos. ¿En serio es todo eso, profesor? Es fácil cuando ven la solución. Profesor, venga. Dime, ¿qué pasó? ¿Me ayuda a resolver este problema? ¡Ah! Ese problema sí está un poco difícil. Presta atención, acá no más te explico. ¿Ves ese dato? ¿Cómo lo podrías utilizar? No lo sé. Pero intenta ver dónde, fíjate qué es lo que necesitas. Esto. ¡Muy bien! ¿Pero qué hace falta para que ese dato lo uses a tu favor? No sé, profesor. Intenta buscar la respuesta, vamos, tú puedes. Que no sé, profesor. Al menos inténtalo, tú sabes, solo que no analizas. Vamos, analiza. ¿Puedo usarlo para esto? ¡Viste que sí sabes! Vamos, sigue. Y luego creo que podría hacer eso. ¡Genial! De ahí no sé qué más hacer. Mira, podrías aplicar acá. ¿Así? No, estás haciéndolo mal. ¡Piensa! ¡Analiza! Ay, profesor, tan solo dígamelo. No, estás a punto de hacerlo tú sola, me avisas cuando lo terminas. ¡Muchanchos! ¿No tienen otras dudas? Profesor, ¿podría venir un rato? Dime, pequeña. ¿Esto está bien? Déjame ver… Está bien, pero, ¿y qué tal si intentas esto? Ya, ¿y qué más? Intenta ver lo que sigue. Al otro lado de la fila: ¡Profesor ya lo resolví! ¿Viste? ¡Te lo dije!  Profesor, ya me salió. ¿Y? Está más fácil así. Muy bien.

He llegado a casa.

Me baño, me pongo los patines, no encuentro el carné universitario, me dejan entrar de todos modos, el profesor está dictando. De profesor, a alumno. Siento el mundo del otro lado. Una vez leí, no puedes pedir que te sigan, si tú antes no sabes lo que es seguir. Estoy sentado mirando la pizarra, el profesor está explicando, pregunta, respondo, pregunta, callo. Ya van a ser la una. ¡Mis amigos! Tengo que irme, los profesores en el trabajo están esperando. Salgo de la universidad. Salgo de casa. Son la una y media. El mismo señor con su mismo letrero. Ahora me fijo que no tiene ningún error ortográfico, salvo por la puntuación ausente. En fin, es ciego, después de todo. ¿Cómo se hizo el letrero? ¿Por qué terminó de esa forma? Si yo hubiese sido ciego, sordo y epiléptico, ¿hubiese terminado así? ¿Esto es una prueba más de Dios? ¿En serio, Dios? Sería mejor si las pruebas que pones a tus creyentes fueran menos… no sé, ¿menos crueles? Me pregunto si habrá comido algo. ¿Por qué no me bajo a invitarle algo? ¿Qué le voy a invitar si con las justas tengo dinero para mí? Me pregunto si eso me hace ser egoísta. Sacrificio. Debería sacrificar mi necesidad. Es tan difícil. Es mejor cuando sufren otros y no tú. ¿Eso es lo que tengo que creer? Me doy asco. Siento asco. De pronto, ver todo eso, me hace sentir asco.

Llego al trabajo.

Todos están comiendo en una mesa común. Todos se están riendo, ignorantes del señor ciego, sordo y epiléptico del letrero. Tengo que ir a las clases de Capoeira. Son las tres de la tarde. Ya hemos hecho el compartir entre las personas del trabajo. ¡Qué bonito ambiente laboral! Tengo que regresar a casa antes a recoger unas cosas: mis patines y mi ropa de Capoeira, un pantalón y un polo negro. Veré a miss Sonia en la ‘roda’, por cierto. Ahora que lo he notado, ¿por qué no vino hoy a trabajar? Tomo el carro para ir a casa, estoy con una profesora. Conversamos.

He llegado a casa.

Me cambio rápidamente, cojo los patines. La cama está desordenada, y acabo de desordenarla más. Las cosas están sucias y no he cocinado. Tengo poco dinero y mañana es el día de la madre. Mi madre. Estoy yendo en patines desde el Callao hasta Los Olivos. Paso de nuevo por la avenida Fauccett y veo al mismo señor del letrero, y son las cuatro de la tarde. Señora Ivonnet, con ‘te’, y cada año aumenta una más.

Llego a las clases de capoeira.

Nadie de la universidad ha llegado aún, pero miss Sonia está ahí. ¡Qué guapa la veo! Totalmente diferente de como la veo todos los días en clase. ¡Hasta ríe!  Es raro no verla dormir o leyendo un libro. Joga genial en la roda al ritmo del berimbau, el pandeiro, el atabaque, del ‘Paranahue’ y las palmas. Es ágil. Han separado a los graduados de los que no. Yo aún no me gradúo, apenas he empezado. Estoy en la roda. Me divierto. Por fin en todo el día me estoy divirtiendo. Entro a jogar varias veces. Salgo de jogar y atrás de mí está lista ella para intentar sorprenderme, miss Sonia. Me toma de la mano y me lleva a la entrada, me dice, entra. Jogo con un tipo en la roda, al rato entra ella y jogamos. ¡No voy a dejar que me gane! ¡Qué divertido es esto! Ella sí está graduada, así que Miss Verónica la dice que se vaya a su roda. Respeite a mestre eu sua academia. Compartimos. Atitude Capoeira cumple cinco años hoy. Nos tomamos fotos. ¡Qué divertido día! Nos despedimos. Me subo a los patines y me decido ir al centro.

Estoy patinando al centro de Lima.

Tomo la avenida universitaria hasta Izaguirre. Subo toda Izaguirre, cruzo la Panamericana y llego a la avenida Túpac Amaru, patino toda la avenida hasta Caquetá. Señora Ivonnet. ¿Cuántas ‘te’ tendrá su nombre ahora? ¿Voy a verla o no la voy a ver? Es tan importante esa señora para mí. ¿Y si la encuentro drogada? O, ¿en onda? Me acerco a donde ellos están. Llamo gritando, ¡Señora Ivonnet! Logro despertar a alguien. Hola, disculpa, hace un tiempo vivían acá el señor Javier y la señora Ivonnet, hace un tiempo el señor Javier falleció y me gustaría saber si la señora Ivonnet sigue acá. ¡José! La señora Ivonnet me está llamando. ¡Señora! Nos abrazamos. ¡Ya me tienes nerviosa con tus patines, José! ¿Cómo está, señora? Estoy bien, José, muy bien. Señora, he venido a visitarla después de mucho tiempo. Gracias, José, muchas gracias por acordarte de mí. Señora, usted es una persona muy importante para mí. Gracias, José, de verdad muchas gracias. ¿Cómo ha estado, señora? ¿Cómo le ha ido? Bien, José, acá, como siempre, sobreviviendo. Señora Ivonnet, la llamé varias veces, la llamé y nunca me contestó. Se me perdió el celular, hijo, discúlpame. ¿Pero usted no me dijo que iría a vivir por Canta? Sí, solo que a veces venga acá a visitar. (Me está mintiendo). Entiendo, Feliz día, señora Ivonnet. Gracias, José, yo sé que viniste para saludarme. (Está llorando). Señora, yo la quiero mucho, de verdad; aunque no lo crea, yo le estoy muy agradecido por todo lo que hizo. Lo sé, José, muchas gracias. ¿Por qué sigue haciendo lo que hace, señora? ¿Ya vio cómo termina si sigue haciéndolo? ¿Acaso no quiere vivir? No lo sé, tal vez no. Ay, señora Ivonnet. Ya debes irte, hijo, acá es peligroso. No me va a pasar nada. No, de verdad, yo sé por qué te digo. Está bien, Feliz día otra vez. Muchas gracias. Volveré a visitarla algún día. Gracias, y yo te tendré noticias nuevas de ella. Sonrío. Gracias, señora, aunque ya no hacen tanta falta. ¿De verdad? No he estado yendo muy seguido, pero sé que está bien, eso nada más. Debe ser, señora, debe ser. De todas maneras yo sé que queda algo. No creo que quede algo, señora Ivonnet, hace tiempo que decidió irse, y yo busqué otro rumbo también. Qué bueno, José, cuídate, ten mucho cuidado. Igualmente, señora, cuídese. Recuerdo que hay una foto de ella y el señor Javier. La buscaré. Me voy.

Estoy patinando otra vez al centro de Lima.

Noticias de ella. Me hizo recordar cosas del pasado. ¿Y Javivonnt? Apuesto a que ya desapareció. Me gustaría tener una foto de Javivonnt. De pronto pensé mucho en ella. Rayos. Empecé a patinar rápido. Estoy en el puente colgante de Caquetá, miro el río Rímac con su caudal, me decido a bajar por la pista a toda velocidad. ¡Velocidad! ¡Adrenalina! Un grito: ¡Javivonnt! Estoy patinando despacio ahora, pensando mientras veo y paso por encima de aquel puente que nos daba oscuridad. Uno recuerda el ‘oscurito, oscurito’ con tan solo verlo. Siento una necesidad que no me sé explicar. Recuerdo que una vez me dijeron, a mí me gustaba mucho la mandarina, pero no recuerdo por qué dejé de comerlo y empecé a comer naranja. ¡Tres kilos de mandarina a dos soles, señores, lleven su mandarina! Estoy patinando por el Jirón de la Unión con tres kilos de mandarina bajo el brazo, veo a las personas caminar, otras vendiendo cosas, otras pidiendo dinero, otras vagabundeando, y lo que siempre me ha llamado bastante la atención: las estatuas humanas del jirón de la Unión. ¿Cómo logran pintarse tanto? ¡Debe ser un chambón! ¿Ganarán bien? ¿Cuánto practicarán para quedarse quietos como verdaderas estatuas? Son increíbles. Patino hasta la plaza de armas. Las personas ríen, se toman fotos, ¿serán felices? ¡Una boda! Sesión de fotos. Si algún día me caso, no quisiera una sesión de fotos. No me gustan las fotos, no tengo un espíritu fotogénico. Me da coraje tener que fingir una sonrisa para poder salir sonriendo en la foto. Caretas. Eso, para mí son caretas. ¿Por qué no toman la foto como uno está? Como mi mandarina mientras veo al mundo, hasta que me aburra. Me aburrí. Patino lento, lento, lento, comiendo mi mandarina, por todo el Jirón de la Unión, vuelvo a ver las estatuas humanas quietas, como estatuas de verdad. Plaza San Martín. La veo a ella ahí en aquel día cuando tuvo una clase en dicho lugar. Recuerdo lo de los letreros en cada esquina del Jirón de la Unión. De no ser por ella, nunca lo hubiese sabido. Quizá exagero cuando digo ‘nunca’. La última vez que la vi y caminamos por dichos lugares, creía que se había convertido en otra persona, en otra muy interesante, en otra persona de la cual podría aprender mucho, una persona inteligente, y me daba curiosidad, ganas de conocerla otra vez; pero se fue.

Extraño a Sasha. ¡Ya quiero que sea mañana para poder verla otra vez! Aunque no estaremos juntos mucho tiempo, no importa tanto, al menos ella está acá, conmigo, no se alejará de mí, al menos no dentro de un buen tiempo. La quiero, un montón, mucho, mucho.

He llegado a casa, son las once y media de la noche, ¿qué será del señor ciego, sordo y epiléptico? Me bañaré. Me sobraron cinco mandarinas. Recuerdo el recuerdo que hizo que recordara la señora Ivonnet. Juego de palabras de ‘recuerdo’. Ya tengo sueño, mañana publico esto. 

Mamá Domitila, mañana iré a verte, TE AMO. 

Buenas noches.


A todo esto, se me ha ocurrido una pregunta: Las estatuas humanas del Jirón de la Unión, ¿se bañarán?


¡Feliz día de la madre, señora Ivonnet!

Comentarios

Entradas populares de este blog

ISABEL

CREO QUE YA TE FUISTE, Y NO ME AVISARÁS

CONVERSACIONES