VEINTICINCO VECES MI AMANTE
Hace mucho tiempo que no la veía.
Una noche dejamos de conversar después de despedirnos en aquella esquina. No nos volvimos a escribir, tal ves nos pensamos varias veces, pero no nos volvimos a buscar. Imaginé que decidió elegir su relación, decidió dejar de lado nuestro juego, decidió dejar de ser mi amante; o tal vez esperó varias veces que yo la buscara, y no lo hice. ¿Por qué no la busqué? No lo sé. Aquella tarde hicimos todo lo que nos faltaba hacer hasta entonces. Caminamos de la mano por esas avenidas, dejé que apoyara su cabeza sobre mi hombro en el bus, besé su cuello varias veces, jugamos a que la cargaba a caballito hasta la puerta de su casa, cocinamos juntos, conversamos de todo, nos dijimos poco, pero nos entendimos completamente, incluso sin proponérnoslo. Éramos como esos matrimonios de muchos años, de viejos, en las que uno hacía las cosas para el otro sin pedírselo. Había comprensión, había unidad, había mucho más que amor, habíamos cruzado esas barreras: había complicidad. Después, como siempre que nos veíamos, terminábamos mezclados entre besos, caricias, sudores y suspiros. Sí, como siempre. Recuerdo que aprovechábamos cualquier excusa, aprovechábamos cualquier rincón, donde la inspiración nos abordaba, y entre risas y temores de sentirnos descubiertos, hacíamos el amor sin culpas donde mejor nos podíamos acomodar. En el baño de un restaurant, en el parque debajo del árbol, en los hoteles de paso, en la playa por las noches, en el malecón por las madrugadas, en la sala de su casa y en el piso de su habitación, en el baño de la casa de su amiga, en la ducha de su trabajo, en el cine los días martes, y en el carro algunas veces. 'Estar contigo es la otra parte de estar con él', solía decirme. Por alguna razón nunca quise ser el amor de su vida, ni ella del mío, sin embargo la vida nos faltaba si no nos teníamos, y todas esas veces que nos hacía falta, nos lo decíamos. ¿Por qué entonces nos separamos? Quién sabe. O quizá sí lo sabemos, pero nos empeñamos en la idea de no admitirlo: nos estábamos enamorando el uno del otro. Amor. Esa palabra entre los dos no existió ni existiría para nosotros. Sabíamos de qué y cuánto éramos capaces de hacer, y bajo cualquier perspectiva nos dábamos cuenta de que no éramos el uno para el otro. Eran los celos, creo yo, si me pongo a pensar. Me carcomía la idea de saberme engañado y hacerme el de la vista gorda simplemente por amor. No. Tampoco importaba cuántas veces ella me dijera que no estaría con nadie más que no sea yo, puesto porque nunca lo dijo y la vez que mencionó algo al respecto, dijo todo lo contrario: 'El primero con quien me cruce, me voy'. Nos pasamos de la raya siéndonos sinceros. Nos llegamos a conocer tanto mutuamente que nos dimos cuenta que éramos tan iguales y al mismo tiempo tan imposibles.
Entre las noches de cigarrillos y gaseosas Coca Cola, cuando la pasábamos juntos en un cuarto de hotel, bajos las sábanas en una noche de verano que parecía de invierno, después de haber hecho el amor con desenfreno, se confesó ante mí y me habló sobre el amor. Recuerdo que me dijo, 'yo estoy muy bien con él. Conversamos, planeamos, hay comprensión y nos queremos. No logro entender por qué prefiero hacer contigo todas estas locuras y no con él. Creo que te amo, pero no quiero dejarlo a él'. 'No lo dejes', le contesté, 'Yo estoy bien siendo tu amante'. Se lo dije de ese modo porque así no me tragaba mi orgullo. Se lo dije de ese modo porque así hubiese preferido estar con Jhoselin cuando nos dijimos adiós sin pronunciar palabra. Se lo dije de ese modo porque a pesar de tanto tiempo que ha pasado, seguía proyectando la sombra de aquella morena de ojos pequeños sobre cualquier mujer con la que me topaba en la cama. Entre las cuentas de conciencia que a veces hago, aquella vez llegué a la conclusión, tras intensas evaluaciones, que si hay amor y cariño entre una mujer y yo, algo más allá de lo sexual, es por ella, por Jhoselin. Cuánto tiempo más tendré que cargar con esta cruz de madero pesado que yo mismo he puesto en mis hombros, que por más que ya me haya aburrido con el peso y haya comprendido que puedo dejarlo, no lo hago. Siempre quiero verla, y la busco en otros ojos. Siempre quiero olerla, y la busco entre otras ropas. Siempre la pienso, y busco el viento para tocar otros oídos. Y siempre que quiero pensar en el amor, pienso en ella.
Recuerdo aquellas veces en las que tenía un poético pensamiento, aquellas veces en las que 'mi voz buscaba el viento para tocar su oído'.
Hola.
Hey, ¿Qué tal?
Entonces me abrazó, nos abrazamos. Fue el silencio nuestro campo de gravedad. Sus brazos apretaron con fuerza, mis labios rosaban su cabello suelto. 'Morena...', pensaba. Habría los ojos: Deisy, gata, Misha. Le escuché decir: 'Ha pasado tanto tiempo...'. Lo dijo con nostalgia. Tengo hambre, le respondí.
Nos sentamos juntos en la vereda para conversar. Recordamos esa canción de Los Inmortales, y nos dijimos a unísono el uno al otro y sin pestañear: 'Y siempre estaremos juntos'. Era la mentira más agradable que había escuchado. Sacó un chocolate y me dio la mitad.
¿Sigues pensando en ella cuando estás conmigo?
Tú me haces recordarla.
Le hablé tantas veces del mismo tema, que quizá sea la única persona que sepa de todo eso como si fuera la protagonista principal de la historia.
¿Tú sigues con él?
Sí.
La tarde se acabó con nosotros dos caminando por las calles de la avenida Pettit Tours, a la altura del Parque de las Aguas, y daba paso a la noche de insomnio que pensé que tendríamos juntos, pero no fue así. 'Tengo que irme', me dijo, 'Acompáñame a tomar mi carro, ¿quieres?'. 'Está bien', respondí. Íbamos subiendo por la avenida 28 de Julio, volteamos a por la Vía Expresa con dirección a la Estación Central del Metropolitano, pensé que ahí tomaría su carro, pero la vi caminar más allá sin preocupaciones hasta la Plaza San Martín. Conversó conmigo acerca de las cosas nuevas que empezó a hacer con Eduardo, su enamorado, y de su fallido intento de no imaginarse todas esas aventuras conmigo, y del otro vano intento de hacer que Eduardo dejara de fingir que lo disfrutaba. Caminó por la Avenida Nicolás de Piérola hasta la avenida Abancay. Quizá quiso caminar, pensé. La vi cruzar la avenida sin mirar a los costados, directo, subió y subió. ¿A dónde vas? Pregunté. Solo sígueme, respondió. Descubrí sus intenciones. Recordé que siempre fue directa. Me detuve y giré 180 grados sobre mi eje dispuesto a irme. 'No la buscaste. Búscala. Lucha por ella', me dijo. 'No me jodas', le respondí. Volví a recordar por qué dejamos de conversar aquella noche. Volví a recordar por qué no la busqué después. Volví a recordar esas palabras que escupió sobre mi rostro, 'Eres un estúpido'. ¿Por qué me lo dijo? Oh, memoria, estoy seguro que fue porque aquella noche escuchábamos aquella canción, y canté a viva voz y ojos húmedos, con el corazón en la mano, y el pecho a punto de reventar:
'Pero el corazón no entiende,
y no sabe de contar,
si es que hay uno o más de uno para él eso es igual,
y es por eso que prefiere compartirte
antes de perderte,
y seguir soñando
y seguir viviendo
y seguir pensando
que algún día las cosas cambiarán
para bien o para mal
Ya es muy tarde para regresar.'
Lo canté de ese modo porque entre las cosas que nos decíamos, volví a sentir aquel intento fallido de amor. El baúl de los recuerdos fue desempolvado a causa de las conversaciones que tuve con ella, y por temor a volver a desmoronarme dejé de visitar su cariño, y busqué rápidamente refugio en otros brazos.
Sí, la busqué. Te hice caso.
¿Y? ¿Qué pasó?
Nada. Solo la besé, y ella ni el adiós. Pero lo entendí.
Suspiró hondo, y me dijo:
Si te volviera a conocer veinticinco veces más, serías, otra vez, veinticinco veces mi amante.
Hundió un beso en mí, y nos fuimos cada uno a nuestras casas.
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