¡SIEMPRE TE VAS!
Los días después de tu cumpleaños, até mis emociones al madero de las escaleras de mis deseos, y les ordené que no se movieran, que hoy no iban a salir, y que el amor que fue, y es solo tuyo, no volverá a escapar para hacer lo que se le pegue la gana. Y así fue hasta el día miércoles 30 de agosto.
La mañana de aquel día de miércoles, empezó muy temprano, a las 3 de la madrugada, y mal. El vecino con quien comparto piso es un conchudo de los mil demonios, sinvergüenza, y viejo. Me dieron unas ganas terribles de arrasar con esa sonrisa de mierda cada vez que lanzaba sus incoherencias; ganas que logré canalizar dentro de mí, y la concentración de mi postura y la firmeza de la mirada, hizo que se le bajaran los humos y dejara de ironizar con cada frase que soltaba. El conflicto se había solucionado, pero la mente me daba vueltas y vueltas y no podía dormir. Un par de horas después, me dormí. A las 7 de la mañana me desperté apurado, salí sin desayunar, y corrí al encuentro de los viajeros aventureros, pues esta vez, yo sería el guía. Tomé todos los carros posibles para llegar a tiempo, y como es natural, fiel a mi postura, llegué puntual y con minutos de anticipación. Siempre he creído que la puntualidad es símbolo de compromiso, respeto y responsabilidad. Los muchachos iban llegando según la hora acordada, y de entre ellos una chica de lentes, delgada, morena, con los cabellos desordenados, y la mirada como aquellos de los que esperan siempre más, me cautivaron al instante. Pensé, ¿es ella? No me acerqué ni dije nada, estaba en modo observador, pues la miraba cada vez que podía, y, no es por nada, pero podía casi todo el rato. El disimulo no se me dio por bien aquella vez, pero mi interés iba aumentando cada vez que lograba descubrir algo de ella. Llegaron un par de mujeres realmente hermosas, alemanas, las cuales hicieron que desviara mi concentración por un instante, y luego la escuché reír, volteé rápidamente a buscarla con la mirada, y se me erizó la piel al pensar que la encontraría a ella, a Jhoselin, pero no fue así, me topé con Gimena. Ese es su nombre, y sabía que durante todo el camino no habría forma de no dejar de repetir y repetir ese nombre: Gimena, Gimena, Gimena, Gimena. Subimos al bus y fuimos a la base del cerro que habríamos de escalar. Cerro Colorado es un observatorio astronómico ubicado en el Valle de Jicamarca, al fondo del distrito de San Juan de Lurigancho, y pocos saben la ruta para poder llegar a la cima, y pocos saben guiar de noche. Ronald quería aprenderse la ruta, quería que yo le enseñara, por eso me dijo que por favor yo guiara para que él pueda aprenderse la ruta, pero de día. Le advertí que no se compara con guiar de noche, sin embargo él insistió, y como todo iba a ser gratis, acepté. Conocí a Fiorella, una flaquita bien bonita, pero mi atención seguía apuntando a Gimena, Gimena, Gimena. Lizeth es la que la trajo, Lizeth es una amiga de viajes, y si por si acaso yo no me atrevía, pediría su ayuda. Isabelle habría de robarme la atención un montón de veces, pues su inglés y su alemán y su torpe español, me desconcentraba de mi objetivo.
El ascenso lo empecé a paso del filtro, es decir, subí a un ritmo que me haría saber quienes caminarían rápido, y quiénes habrían de estar al último, y también, quiénes no podrían llegar a la cima. Eran aproximadamente 10 kilómetros de caminata, calculé que cinco horas a paso del último, y cuatro horas del más rápido. No es por presumir, pero yo lo hago en tres. La zona es pedregosa y accidentada, con cañones que crean ilusiones de distancia, cañones que te dicen, ven por acá, el pueblo es más cerca si vienes por este camino, y si eres tonto, le haces caso, y si eres aún más tonto, quedas atrapado. Lo cierto era que como yo era el guía, no habría forma de que nadie se pierda, sea de día o de noche, mis seis subidas, mi orientación espacial y mi instinto de supervivencia, me permiten volver a encontrar el camino y saber por dónde meterme y por dónde no. Los 23 viajeros eran mi responsabilidad. Por supuesto, Gimena también. Por cierto, ella era una de las últimas, junto con su amiga y su amigo. Al caminar aproximadamente el veinte por ciento del camino, se podía distinguir quiénes iban o no a llegar. Después de conversar, y ver el estado del último en alcanzarnos, le dijimos cuánto faltaba, abrió los ojos tanto como pudo, deformó su cara cansada al sorprenderse, y exclamó un ¡Qué! de los que te dicen que será imposible para él. Lo mejor era que se quedara a esperar, o emprendiera su regreso. Y así fue. Perdimos a dos en ese primer veinte por ciento del camino. Ahí fue donde me acerqué, con la excusa de preguntar a todos cómo estaban de energías, cuando la miré a los ojos, la saludé, y le dije, ¿cómo estás? Contestó que un poco cansada, pero que podía continuar. Muy bien, le respondí, esa respuesta me encanta... ¿cuál es tu nombre? Y desde entonces lo repetí y lo repetí y no dejé de repetirlo. Es más, cuando escribo no dejo de repetirlo en mi mente. Volvimos a caminar, en el camino perdimos a dos más, y las conversaciones con Isabelle aumentaron. Aprendí algo en alemán, pues le dije, en mi inglés super sufrido, que me tradujera algo que le quería decir de todo corazón, pero en alemán. How can i say, 'you have beautiful eyes' in german? Y, ella, paciente, hermosa, con su sonrisa con oyuelos en sus mejillas, me enseñó a pronunciar y escribirlo: Du hast schöne Augen. Se lo repetí con el fondo del atardecer en el horizonte oeste, el colchón de nubes sobre Lima, la playa de Ventanilla a muchos kilómetros de nosotros, el viento frío que golpeaba nuestros rostros, y sobre las piedras donde nos sentamos frente a frente a conversar. No olvidaré jamás sus sonrojadas mejillas, los hermosos ojos azules, su sonrisa de ángel, y su voz diciéndome en un español tan sufrido como mi inglés, Oh, gracias. Pero ya me salté a casi la última parte del viaje. En fin, las conversaciones con Isabelle eran al inicio cortas, de palabras entre cruzadas quizá por compromiso, y cada vez que la miraba, la miraba poco, pero la miraba bien. De verdad es hermosa. Me quedé al último para ayudar a los últimos. Al ochenta por ciento del camino, Gimena y su grupo ya no querían continuar. Intenté motivarlas, decirles, vamos, ustedes pueden. Entre risas y entre los 'no puedo', seguían caminando sin darse cuenta, hasta que Gimena se detuvo y dijo que ya no. Me acerqué a ella, le pedí que se tranquilizara de una forma que ella no lo entendió muy bien, le dije: No te rindas, tú puedes, yo te ayudo, morena. No sé qué hizo el resto del mundo en ese instante, quizá alguien en alguna parte del país por fin se declaró al amor de su vida, o alguien que lo necesita de verdad se encontró dinero, u otro recibió la mejor noticia de su vida, tal vez alguien se decidió por fin a hacer lo que más quiere en esta vida, o un bebé acabó de nacer, o nació la cría de algún animal en peligro de extinción, o quién sabe qué carajos haya sucedido en el mundo; pero me estaba enamorando de ella, y cuando digo ella, todavía tengo el conflicto mental de si se trata de Gimena, o de Jhoselin. Cargué su mochila, y la mochila de su amiga, y la de Fiorella, y la de otro tipo que no podía más con su vida, y caminé dejando atrás a todo el mundo, con más peso del que debería cargar, estaba emocionado, estaba excitado, cogí buen ritmo, y traspasé a los que nos llevaban media hora de ascenso. Isabelle se sorprendió al verme pasar, y otros me quisieron ayudar, pero solo caminé, caminé, y caminé. Hasta hace poco había secuestrado al tonto y loco enamorado José, y lo había amarrado del cuello como un perro al palo de la escalera de sus intenciones poco prudentes, y desde el piso superior a él, le cerré la puerta con todos los candados posibles, dejándolo solo; pero ese mismo rato estaba siendo empujado por él a la cima, por ese José feliz, contento, enamorado, optimista, ilusionado, tonto, tonto, tonto. Ay, José, han pasado tres años...
Volviendo la puesta del sol se dejaba ver a lo lejos, y la noche iba cayendo sobre nosotros, caminamos todos casi juntos, yo adelante, sin intenciones de volver atrás a ayudar a nadie, ni a Gimena. Pasé más tiempo con Isabelle en cada parada. La noche cayó y seguíamos caminando. Al final del camino, en el último tramo, me quedé atrás, me topé con ella, conversamos, me reí, ella rió. Me enamoré, ¿de ella? No lo sé. Tal vez del pensamiento.
El ascenso lo empecé a paso del filtro, es decir, subí a un ritmo que me haría saber quienes caminarían rápido, y quiénes habrían de estar al último, y también, quiénes no podrían llegar a la cima. Eran aproximadamente 10 kilómetros de caminata, calculé que cinco horas a paso del último, y cuatro horas del más rápido. No es por presumir, pero yo lo hago en tres. La zona es pedregosa y accidentada, con cañones que crean ilusiones de distancia, cañones que te dicen, ven por acá, el pueblo es más cerca si vienes por este camino, y si eres tonto, le haces caso, y si eres aún más tonto, quedas atrapado. Lo cierto era que como yo era el guía, no habría forma de que nadie se pierda, sea de día o de noche, mis seis subidas, mi orientación espacial y mi instinto de supervivencia, me permiten volver a encontrar el camino y saber por dónde meterme y por dónde no. Los 23 viajeros eran mi responsabilidad. Por supuesto, Gimena también. Por cierto, ella era una de las últimas, junto con su amiga y su amigo. Al caminar aproximadamente el veinte por ciento del camino, se podía distinguir quiénes iban o no a llegar. Después de conversar, y ver el estado del último en alcanzarnos, le dijimos cuánto faltaba, abrió los ojos tanto como pudo, deformó su cara cansada al sorprenderse, y exclamó un ¡Qué! de los que te dicen que será imposible para él. Lo mejor era que se quedara a esperar, o emprendiera su regreso. Y así fue. Perdimos a dos en ese primer veinte por ciento del camino. Ahí fue donde me acerqué, con la excusa de preguntar a todos cómo estaban de energías, cuando la miré a los ojos, la saludé, y le dije, ¿cómo estás? Contestó que un poco cansada, pero que podía continuar. Muy bien, le respondí, esa respuesta me encanta... ¿cuál es tu nombre? Y desde entonces lo repetí y lo repetí y no dejé de repetirlo. Es más, cuando escribo no dejo de repetirlo en mi mente. Volvimos a caminar, en el camino perdimos a dos más, y las conversaciones con Isabelle aumentaron. Aprendí algo en alemán, pues le dije, en mi inglés super sufrido, que me tradujera algo que le quería decir de todo corazón, pero en alemán. How can i say, 'you have beautiful eyes' in german? Y, ella, paciente, hermosa, con su sonrisa con oyuelos en sus mejillas, me enseñó a pronunciar y escribirlo: Du hast schöne Augen. Se lo repetí con el fondo del atardecer en el horizonte oeste, el colchón de nubes sobre Lima, la playa de Ventanilla a muchos kilómetros de nosotros, el viento frío que golpeaba nuestros rostros, y sobre las piedras donde nos sentamos frente a frente a conversar. No olvidaré jamás sus sonrojadas mejillas, los hermosos ojos azules, su sonrisa de ángel, y su voz diciéndome en un español tan sufrido como mi inglés, Oh, gracias. Pero ya me salté a casi la última parte del viaje. En fin, las conversaciones con Isabelle eran al inicio cortas, de palabras entre cruzadas quizá por compromiso, y cada vez que la miraba, la miraba poco, pero la miraba bien. De verdad es hermosa. Me quedé al último para ayudar a los últimos. Al ochenta por ciento del camino, Gimena y su grupo ya no querían continuar. Intenté motivarlas, decirles, vamos, ustedes pueden. Entre risas y entre los 'no puedo', seguían caminando sin darse cuenta, hasta que Gimena se detuvo y dijo que ya no. Me acerqué a ella, le pedí que se tranquilizara de una forma que ella no lo entendió muy bien, le dije: No te rindas, tú puedes, yo te ayudo, morena. No sé qué hizo el resto del mundo en ese instante, quizá alguien en alguna parte del país por fin se declaró al amor de su vida, o alguien que lo necesita de verdad se encontró dinero, u otro recibió la mejor noticia de su vida, tal vez alguien se decidió por fin a hacer lo que más quiere en esta vida, o un bebé acabó de nacer, o nació la cría de algún animal en peligro de extinción, o quién sabe qué carajos haya sucedido en el mundo; pero me estaba enamorando de ella, y cuando digo ella, todavía tengo el conflicto mental de si se trata de Gimena, o de Jhoselin. Cargué su mochila, y la mochila de su amiga, y la de Fiorella, y la de otro tipo que no podía más con su vida, y caminé dejando atrás a todo el mundo, con más peso del que debería cargar, estaba emocionado, estaba excitado, cogí buen ritmo, y traspasé a los que nos llevaban media hora de ascenso. Isabelle se sorprendió al verme pasar, y otros me quisieron ayudar, pero solo caminé, caminé, y caminé. Hasta hace poco había secuestrado al tonto y loco enamorado José, y lo había amarrado del cuello como un perro al palo de la escalera de sus intenciones poco prudentes, y desde el piso superior a él, le cerré la puerta con todos los candados posibles, dejándolo solo; pero ese mismo rato estaba siendo empujado por él a la cima, por ese José feliz, contento, enamorado, optimista, ilusionado, tonto, tonto, tonto. Ay, José, han pasado tres años...
Volviendo la puesta del sol se dejaba ver a lo lejos, y la noche iba cayendo sobre nosotros, caminamos todos casi juntos, yo adelante, sin intenciones de volver atrás a ayudar a nadie, ni a Gimena. Pasé más tiempo con Isabelle en cada parada. La noche cayó y seguíamos caminando. Al final del camino, en el último tramo, me quedé atrás, me topé con ella, conversamos, me reí, ella rió. Me enamoré, ¿de ella? No lo sé. Tal vez del pensamiento.
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Isabelle me escribió al día siguiente. Fiorella también, y otros viajeros más agradeciendo la guía, felicitando mi trabajo, y preguntándome cuándo sería el próximo viaje. Pero Gimena no me escribió.
El sábado, ayer, salí junto con Isabelle. Nos encontramos en el Parque La Pera de Magdalena del Mar, a las 10am, y conversamos, tomamos un café, le enseñé algo de español, y yo solo le repetía cada vez que podía y en alemán, Hallo, du hast schöne Augen. 'Schöne' tiene una difícil pronunciación. Nos despedimos como a la una de la tarde, y luego recordé que tenía que comprar unas cosas por la Avenida Abancay. El día estaba calmado, todo tranquilo, salvo porque tenía hambre (cosa que no es novedad en mí), todo me agradaba. ¿Podrían creer que la vi? A ella, a Jhoselin.
¿Cómo describirla?
Era tosca, me golpeaba en vez de abrazarme. Quizá eso es lo que más recuerdo de ella ahora. Ah, también la recuerdo yéndose de mi lado. ¡SIEMPRE TE VAS! Han pasado tres años, ¿no crees que ya es suficiente? Yo solo quería abrazarte, solo eso, pero tú querías golpearme.
Fui por una naranja partida en cuatro, como en aquellos viejos tiempos de gloria y amor.
Feliz cumpleaños, mi reina.
Me fui. Caminé hasta Jirón Quilca, recordé con amor esa novela que me recuerda a Jhoselin: Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa.
Jhoselin es mi niña mala, y yo muero de amor como el niño bueno de aquella historia. Jhoselin puede ser de otro y de los que ella quiera, y pasar la vida en otros brazos que no sean míos. Me enojaré con ella, la negaré tantas veces como pueda, y como venganza buscaré enamorarme de otras mujeres. Y les haré el amor como se lo haría a ella. Y les dedicaré poemas inspirados en ella, y se los recitaré al oído sin que ella jamás pueda escuchar mis versos. Y se tendrá que conformar con la idea de que lo único mío que es de ella son mis letras y mi corazón. Y moriré de amor por ella sin hacerle saber de mi muerte. Y sabrá siempre que la he amado como ella nunca sentirá amor en esta vida. Y volveré a amarla en otras vidas como en esta, esperando que en alguna de ellas podamos morir juntos, de la mano, de viejos, con su cabeza recostada sobre mi regazo, en un atardecer de la selva que siempre nos esperó, mirando a las hormigas voladoras y las hojas anaranjadas, escuchando los grillos y las aves de la jungla, sonriendo y diciéndole suavemente mientras acaricio su cabeza: Gracias, vieja, por esta vida..
Adiós.

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