UN GATO
ME ENCERRARON EN UNA BOLSA DE COSTAL.
Se había despertado de un sueño que había creado el mismo durante el sueño. Abrió los ojos lentamente para no asustarme, se movió en silencio y se puso frente a mi recostando su espalda sobre la cabecera de la cama, cogió el libro que había abandonado al costado de él que estaba leyendo antes de dormir, y se dispuso a volver a leer sin leer, pues aunque sus ojos estaban sobre las páginas de aquél libro, yo me sentía mas vigilada que nunca. Entonces me olvidé, sabiendo que no me olvidaron a mi, ni bien lo perdí de vista, atravesé el camino de seis pasos de gato hasta la cocina y miré desde abajo lo que había estado esperando durante el día después de lo que ya había saboreado antes de mi espera y antes de la espera de mi espera y la espera de la espera de mi espera; subí sobre una caja donde había vegetales, y volví la mirada a aquellos ojos entrecerrados que me vieron hace rato, lo pensé dos veces, pero no lo pensé bien, así que me encaminé a subir a la mesa, volví a mirar a mi amo, pues sentí un viento que provenía de allí, era su pierna derecha que la estiró al mismo tiempo que decidí dar el último paso y mi conciencia me decía que el siguiente debía ser el de la huida, no la escuché; caminé hasta las ollas y olfateé, y el mismo viento pero mas caliente sentí venir desde donde mi amo ya no estaba echado, si no sentado, leyendo sin leer, mirando con los ojos que no tenía en donde yo pensaba que los tenía, y mi conciencia me decía, vete, no seas tonta, vete, y yo otra vez la ignoré. Con mis garras quité de un zarpazo a un lado la tapa de la olla y diferencié entre todas las presas a la mejor, le clavé las garras y me agaché a morderla y la saboreé, era la carne mas rica y más jugosa y por la que más me arrepiento ahora de haberla probado, pues cuando volví a sentir el segundo viento después del último que no sentí cuando mi amo se paró, el ya estaba a mi lado, me cogió con sus grandes manos de obrero sin oficio de obrar, porque eran suaves como la seda, y me sostuvieron del pescuezo y de la cadera - así es como lo llamó él cuando antes, en tiempos remotos a mi infancia, me enseñaba a reconocer mi cuerpo como cuando un padre enseña a su hijo a como sacar la "piezita" para orinar, que eso solo la tienen los niños, que como tú eres niña, tú tienes una "rajita" - y me miró a los ojos, y yo me sentí descubierta, que mi alma ya no era un secreto ni para mi pues el podía verla como se veía a él mismo, y me dijo, eres tan tonta, debiste hacerle caso a tu conciencia, y soltándome de una mano y sin soltar la otra de mi pescuezo, me quitó la carne que tontamente intenté retener, pues ni bien le clavé las uñas con más fuerza, sentí que mi cara se estiraba hacia atrás, mi amo me jalaba el pellejo con fuerza y los ojos de mi cara se estiraron tanto que los chinos de los que tanto se burla él eran ojones a mi costado y mi hocico se abrió tanto que nunca me imaginé que podría abrirse así. Así que en silencio y con la parsimonia que no tenía yo en ese instante de desesperación en que maullaba sin aliento, cogió una bolsa de costal color verde donde guardaba sus medias y calzoncillos y me metió allí, y lo sentí echarse sobre la cama y minutos más tarde, roncar. Se durmió. Me voy a asfixiar, pensé, pero ni eso lo pensé bien, mi amo antes de encerrarme hizo un hueco y dijo algo que no logré comprender hasta ahora, no quiero que te asfixies, Putifela. Ese nombre había de reemplazar el antiguo nombre con que me llamaba mi amo y que nunca aprendí porque no era necesario. Una mañana llegó mi abuela, la mamá de mi amo, y me vio entrar por la ventana, me dijo, hey, Putifela, habrás traído el pan por lo menos, toda la noche te has ido, al menos habrás cobrado caro, debiste haber ido a Miraflores, por allá pagan más, o vas a decir que prestadito no más fue, carambas, que tonta eres mujer, hay que sacarle provecho a tu calentura, se cobra babosa. Ese es lo único que recuerdo de aquella anciana, la quería. Cuando llegó la noche, cuando la calle era el silencio, cuando ninguna alma rondaba por allí pues todos dormían, menos él, sentí volar, y volé por varios minutos, cuando me detuve, me pregunté qué estaba pasando, ya no sentía el mismo calor, mi boca botaba espuma por la sed y mi corazón latía con la desesperación de sentir el fuego de ser libre otra vez, y eso era lo que mi amo esperaba, pues ni bien abrió la bolsa, salí como despavorida de alegría, de sentir el aire de nuevo golpear mi cara, de poder moverme de todas formas que no sean darme vueltas y vueltas como me movía en esa bolsa de costal tratando de escaparme, y solo cuando volteé a ver atrás, mi amo ya no estaba, regresé a paso lento, como si de una presa viva se tratara, pues pensaba que era una trampa de mi amo en su gran ingenio para la venganza, y cuando estaba segura de lo que no quería convencerme, me di cuenta que mi amo me había abandonado, que había dejado en el lugar donde me liberó, la carne jugosa y deliciosa que en la tarde intenté robar y a lado un platillo de plástico con agua y una nota al costado en una hoja de papel, no te robes la comida de tus nuevos amos, logré leer, él me enseñó sin hacerlo y yo aprendí por pura curiosidad, quería comprender ese éxtasis de mi amo que sentía cuando tenía ese objeto con varias hojas que se ponía a ver una por una y exclamaba con total satisfacción cada vez que terminaba de revisar todas, que buen libro. Me quedé parada allí, tratando de recordar todo, mi infancia, los momentos en que mi amo me llamaba por mi nombre y me decía, te voy a leer; las veces que me metía en las ollas a probar ese rico manjar que no encontraba en mi plato donde había siempre la misma comida de gato que me gustaba pero que ya no tanto desde que descubrí el pollo, la carne; aquellas mañanas en que mi abuela me llamaba Putifela y me botaba de la cama de un manazo y me decía, ahí tienes tu cama, y era solo trapos limpios que ella se encargaba de lavar, pues mi amo prefería que yo durmiese con él, a sus pies o a su costado, como cuando era niña, pero que ahora tenía la sensación de que nunca más eso pasaría. Siempre estoy caminando en una sola dirección y cuando mi corazón se da con la impresión de que ya estoy apunto de llegar a mi antigua casa de los suburbios limeños, me doy cuenta que he caminado en círculos y he vuelto al mismo lugar donde me sentí libre.
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