CUATRO
I
Mientras venía en el carro, mirando por la ventana el cielo y las calles de invierno, de pronto me puse a pensar en mí y me dije, ¿te has puesto a pensar en lo mucho que has cambiado? Antes no te preocupabas por cosas de las que te preocupas ahora. No tenías horarios, no tenías rutina. No tenías un sueldo ni eras dueño de tu libertad. Solías pensar que las cosas que necesitabas alguien te las iba a dar, y mírate ahora, todo lo que deseas lo tienes que conseguir con tu esfuerzo. No es que te vea que te estás quejando, ciertamente soy consiente de lo mucho que te esfuerzas y de lo poco, también, que le pones empeño, es decir, eres un carro a medio motor. Sin embargo, sé que la única forma de motivarte, de poner todos esos engranajes en marcha, son las ganas de lograr algo que te propusiste con verdadera convicción, de cumplir las promesas que hiciste de corazón, y el amor verdadero que le tienes a tu familia, a tus amigos, y al amor que un día fue. Aquel amor que un día fue... Ella sabe que aún la pienso, de a pocos, no importa, aunque la bloquee en ese instante, aunque cambie de frecuencia en dicho momento, aunque me desconecte del mundo en ese preciso instante. Aún la pienso. La recuerdo... su sonrisa, sus ojos, su boca, sus manos, su olor... Una parte de mí me dice que ya todo ha pasado, que fue bonito pero que ya no volverá, hasta llego a resignarme por completo, y como una hoja de papel que fue envuelta en llamas, te apagas lentamente hasta volverte ceniza, y justo cuando la última chispa va a desaparecer, esta enciende todo el mundo. Estoy sentado en mi silla de mimbre, con mi sombrero de paja para cubrirme del nuevo sol que acabo de encender, y mi libro en el regazo viendo la proyección de mi persona emerger del suelo, y de pronto me veo ahí de nuevo, creando descabellados tecnicismos para volver a quererla, tanto más que menos que antes. Y pienso moviendo la cabeza y sonriendo, este tipo no tiene remedio. Si fuera abogado sería el mejor. Acabo de pensar en su cara. Qué absurda es su cara: es china, pero morena.
II
Para serles sincero, nunca me imaginé estar parado frente a un grupo de adolescentes dándoles consejos. Quiero decir, ¿Yo? ¿Dando consejos a unos críos? Aún recuerdo cuando era un adolescente. No era el ejemplo de alumno, a decir verdad, era el alumno promedio por el mero gusto de no querer ser el mejor (vaya modestia la mía), pero aún pertenezco a la vieja escuela, eso sí. Y cuando digo 'la vieja escuela', hago alusión al tipo de profesores que aún te corregían todo. En fin, me sorprende esta etapa de mi vida. Practicamente estoy haciéndome una persona más responsable, empiezo a sentar cabeza, pero no dejo de volar, porque no sé si algún día deje de volar, y con volar me refiero a hacer cosas locas, soñar, imaginar, creer que todo es posible; pasa que ahora sé guardar mis alas para cuando hay que estar en el suelo. Parado frente a ellos, con las miradas atentas a mi persona, los oídos pendientes de todo lo que digo, y los corazones abiertos dispuestos a escuchar de verdad, les hablo al respecto de la vida que he logrado conocer. Les hago notar el hecho de que nuestras generaciones están muy juntas con respecto a las de otros profesores, que yo de verdad los entiendo y no trato de entenderlos, que es muy diferente la apreciación de un joven de veintidós años que piensa fríamente a comparación de un profesor cuarentón que ha vivido su época hace veinte años o más. Y les hablo de buena gana, en los términos que entenderían, les hago llegar a la verdad de la situación mediante preguntas, y solos llegan a la conclusión de todo el sermón, y dicen sus miradas al final, el profesor tiene razón. Ellos confían en mí. Ellos creen en mí. Les caeré mal a algunos, pero hasta ellos me escuchan cuando les hablo. Sus padres también confían en mí. Ayer llegó una mamá y me preguntó sobre las notas de su hijo, se las mostré, no iba muy bien el muchacho, pero tampoco iba mal. Me dijo, profesor, para serle sincera mi hijo nunca ha sido bueno en matemática, pero siempre la hemos luchado, le hemos contratado profesores para que le ayuden, y aún así le vengo a pedir, por favor, que le ayude a mi hijo, no sea malito. Y me sorprendió su sinceridad, normalmente los padres suelen decir que sus hijos son unos genios en matemática, que no saben por qué tienen notas tan bajas, que probablemente usted, profesor, no sabe explicar, mi hija dice no entenderle, y tanta cosa que ya me aburre. Le dije que no le iba a regalar nota, pero que le dejaría alguna tarea para que subiera uno o dos puntos. Me dio las gracias y se fue. Más tarde me llegó un mensaje al celular de una mamá de una de mis alumnas, una que sí iba realmente mal, y en la última reunión que tuve con los padres, les hice llegar sus notas y su conducta ante las clases en general, y recibí un, profesor, usted ha descrito a mi hija tal y como es, y me dio la mano en agradecimiento y me dijo que iba a conversar con su hija; el mensaje era sobre eso: profesor, hemos conversado con nuestra hija y hemos llegado a un acuerdo, mi esposo y yo le agradecemos lo que está haciendo por mi hija, muchas gracias. Y luego una llamada de otra madre me llega y me dice, profesor, le agradezco la paciencia que le tiene a mi hijo, ya conversé con él y ha prometido mejorar. No sé, la verdad, me siento bien, se siente bien esa confianza, y prometo no defraudarlos.
III
Ambar se ha ido y no sé dónde. Me refiero a que sigue trabajando en el mismo colegio que yo, pero ya no conversamos como antes, está ausente. A veces cuando me acerco a ella, generalmente los jueves cuando tiene libre casi toda la mañana, la encuentro revisando o tomando apuntes, y le rodeo el hombro con mi brazo, le saludo, me agacho hacia su rostro y le beso el cuello desnudo (obvio, nadie está mirándonos, o al menos eso creo). Le digo cualquier cosa para robarle un sonrisa, o mínimo una mueca de sonrisa, y me gustaría decirle que venga conmigo un rato a conversar, que nos sentemos juntos en una banca del parque de enfrente del colegio, que me deje abrazarla ahí sentados, que me deje tomarle de la mano y miremos el gris horizonte de la playa a lo lejos (porque se puede ver la playa desde donde estamos), y que finjamos que nadie está más a nuestro al rededor, que soñemos despiertos como solíamos hacerlo antes mientras estábamos juntos, que busquemos o inventemos una estrella en el atardecer para poder pedir un deseo, que quiero escucharla hablar, su voz debe invadir mis oídos, que me deje respirar hondo aquel olor tan extraño que tiene, su sudor... No estoy seguro de si me enamoré de ella cuando estuvimos juntos, a decir verdad en ese momento creía no estarlo, ahora creo extrañarla, y como un alma en el purgatorio, lo que debió ser amor o algo parecido al amor, se ha quedado ahí, en aquel purgatorio del amor, sin saber si debió pasar al infierno o al paraíso de la felicidad del enamoramiento. A decir verdad, nunca me dejó descubrir si era amor. ¿Llegó a quererme? Ella es una idiota. Le gustaba decir que lo nuestro solo era costumbre. Que se joda. Lo nuestro era muy parecido a querernos, y costumbre o no, era mejor que estar a nuestra suerte. ¿Acaso no era feliz conmigo? Lo éramos. Reíamos. Sufrías carcajadas. Sentías estremecimientos. Te gustaban mis abrazos al dormir. Te abrigaba mi calor en las madrugadas. Dejabas que mis manos te acariciaran. Permitías que mi voz penetrara tus sueños. Me gustaría tenerla conmigo. Besarla. Abrazarla. Y en este frío que entumece hasta los huesos, estar desnudos en la cama cubiertos con la frazada, abrazados y calentándonos con nuestros cuerpos. O al menos que conversáramos más. No me incomodabas. Mientras estábamos juntos compartía contigo tus sueños, tus pesares, tus inquietudes y tus preocupaciones, en cierto modo te las hacía olvidar, y éramos muy buenos compañeros. ¿Sabes cómo es la única forma en que de verdad me incomodarías? Lo que haces ahora, que dejes de conversar conmigo. Necesito escribir una historia, y ya había empezado y ya la tenía a medio andar, y hasta iba a utilizar ese cuento para un concurso de cuentos, pero mi personaje principal ha desaparecido y no sé cómo continuar la historia. Nadie lo leerá. No lo permitiré. Necesito volver a ver la luna a través de tus ojos, Ambar.
IV
Hay muchas cosas que estoy haciendo este año, y siento que he descuidado una de ellas por estar pendiente de las otras. Esa cosa es la universidad. No tengo idea de cómo voy. Es primera vez que estoy así. Necesito hacer algo al respecto. Ya me las arreglaré solo, siempre termino solucionando mis problemas de la nada. En el deporte, estoy más que feliz, patino a todo dar. Hace poco fuimos desde la plaza de armas de Lima hasta Pucusana, 65 kilómetros bien corridos, y aunque no logré terminar la ruta, me faltaron dos o tres kilómetros, ya no pude, mis rodillas se pusieron tiesas, no podía doblarlas ni nada, no saben cómo disfruté aquel día. Conocí a los lobos de mar por primera vez. Me subí a un bote por primera vez. Y sentí la felicidad de vivir y agradecer por la vida a mi hermosa madre por enésima vez. Lo dije antes y lo digo ahora otra vez, patinar es como volar con los pies pero sobre el suelo. Patinar es vivir con equilibrio y empuje, con resistencia y cansancio. Te sientes libre, te sientes feliz, te sientes en paz, te sientes bien... Patinar es la versión pornográfica del deporte, y me gusta.
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