MEMORIA DEL TACTO

A veces pienso en cuando estábamos juntos, como cuando dijiste que te sentías tan feliz que podrías hasta morir. A veces me pregunto si esos momentos eran justamente aquellos en los que estábamos mucho más juntos que en cualquier momento, mientras hacíamos el amor. Hace mucho que no tengo idea de quién eres, por dónde andas, qué piensas y por qué haces lo que sea que hagas. Recuerdo también que solíamos tener las mentes unidas por algún pensamiento en común que decíamos al mismo tiempo o no decíamos porque uno de nosotros se adelantaba a decirlo. Parecía que de verdad éramos uno. Ya no te recuerdo, ya no tanto, ya menos porque tu rostro, tu sonrisa, tu voz y tu mirada se han ido desvaneciendo en el olvido. Trato de recordarte, lo incentivo a todo momento, pero es como si tu ausencia de verdad estuviera haciendo un buen trabajo. Él único recuerdo claro y perfecto, sin embargo, es el de tu piel. Si bien no recuerdo el color de tus ojos (aunque acabo de caer en la cuenta de que no lo sé con totalidad - ¿o será el olvido?-; pero sospecho que son negros, como tu cabello), ni recuerdo tu voz (solo recuerdo algunos ruidos que daban forma a una que otra palabra que solías decirme), si bien aquellos elementos han sido borrados de mi memoria con el tiempo; lo que aún persiste es la memoria de mis manos que solían tocarte el cuerpo, cada centímetro, hasta el mínimo bello crispado a la hora de hacer el amor. Mis manos recuerdan tus piernas, el sabor de tu sudor, la calentura de tu cuerpo, los orificios explorados, los olores de tu interior, y el candor de tu alma, como si fuera un ciego que solía tocarte en la intimidad, como si las veces que lo hicimos hubiese sido a oscuras. Es el tiempo la sombra que cubre la luz de esos recuerdos. Ahora lo único que me queda es algo que, supongo, debería llamar: memoria del tacto. 
Si vuelvo a hacer memoria, si le consulto a mis manos, probablemente ellos me hablarían de tu cintura, porque sin que me lo digan, creo que era la parte de ti que más le gustaba, tal vez sea porque tu cintura era como el eje que hacía que todo funcionara como debía. ¿Cuántas veces mis manos envolvían tu cintura para atraerte hacia mí con fuerza, con intensidad, para darte lo que tú y yo buscábamos en ese momento, placer? Lo nuestro al inicio fue lo que era, hacer el amor, pero a medida que íbamos soltándonos en el acto, poco a poco se convertía en sexo. Ahora mismo he caído en la certeza que nosotros siempre empezábamos así, haciendo el amor, con besos, caricias, palabras suaves al oído, abrazos, y mientras nos desprendíamos de nuestras ropas, después del primer amor, teníamos sexo, sexo como nunca lo hemos tenido antes tú y yo. Te voy a hablar de sexo ahora mismo,  de cómo te gustaba y era el sexo conmigo, así que presta atención. Tu posición sexual favorita, ¿cuál era? ¿Lo sabes? Yo lo sé. Te recostaba sobre la cama, ponía tus muslos sobre mi pecho, tus pantorrillas sobre mis hombros, y mientras te miraba a los ojos, buscaba penetrarte. A veces, por no querer despegar tus ojos de los míos, fallaba por poco, pero tú siempre, ansiosa, deseosa, goloza, complaciente, con tus manos buscabas lo que tendría que estar en su lugar, y lo ponías allí, como diciéndome, aquí es, mi rey, aquí es, hazme tuya. Cuando estaba listo, te penetraba, tus ojos se entrecerraban, tus labios inferiores eran mordidos por tus propios dientes, y mientras entraba en ti hasta la raíz, me acercaba a tus labios, te besaba con intensidad largo rato, y después, lentamente, suave, delicado, te daba placer. Tú solías poner tus manos con fuerza en mi hombros, clavabas tus uñas en mi piel, y me jalabas hacia ti para besarte, me abrazabas, y sin decírmelo, sabía que me pedías más fuerte. Mi piel, mis manos, sentían los estremecimientos, tus estertores corporales, la sin reticencia al amor, la completa libertad a la que te entregabas al acto, tu libre voluntad de saberte mujer a lado mío, tu sumisión del placer ante mí, y llegabas tanto tú como yo al clímax, los orgasmos que llegaste a conocer, la cumbre de la felicidad. Sinceramente contigo llegué a creer que la felicidad del amor se encuentra justo por encima de la felicidad del sexo, pero solo por una mínima diferencia, muy mínima. Al terminar, al descansar, solíamos hacer el amor más tranquilos, con la misma pasión, tal vez con un poco de fuego, en los momentos en que íbamos juntos al baño, nos quedábamos buscando la forma de encontrar una magia más del sexo, parados al lado del lavabo, sentados en la taza del water, en la ducha mientras nos bañábamos, y en cualquier rincón de lo que juntos llamamos, hogar. No te mencionaré, no diré que eres tú, pero bien sabes que no puede ser nadie más. Aún te deseo, aunque seas solo una sombra más en mi memoria, pero una imagen clara en mis manos, mi piel. Solo quiero que sepas algo más, tu nombre ha adquirido muchos significados mientras estabas lejos de mí, ahora mismo podría inventar uno. 

Estoy haciendo mi tarea, la que me encomendaste. Pronto apareceré frente a ti con una naranja partida en cuatro, y reclamaré el recuerdo de tu imagen en mi memoria, porque a pesar de todo lo que haya pasado o esté pasando o vaya a pasar, me lo merezco.





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