SUEÑOS EN LA MONTAÑA

Me pregunto qué habrá en esa isla. Nunca he ido, y tampoco he visto que haya ido gente. Si tan solo pudiera ir, pero siento algo extraño, siento como si no debiera hacerlo; y que si me acerco a los tipos que alquilan los botes, me van a mirar feo, y se negarían a llevarme. Claro, sé que solo es mi paranoia, mis dramas; pero si arreglo los pensamientos que rondan mi cabeza, sé que quiero ir solo, sin que nadie más lo sepa. El mar está bravo, y sentado en el borde la muralla de La Punta, veo a duras penas por la neblina aquella isla. Si me fuera nadando, creo que me ahogaría. Siento como si todo esto fuera mi vida, mis problemas, y los pensamientos; nada se puede ver más allá de lo que tengo cerca, pues hay situaciones que lo nubla todo a mi alrededor, y por temor, no me atrevo a ir más allá de lo que tengo cerca de mí, donde deseo. ¿Por qué existe el miedo? Las olas rompen sobre las piedras, y las observo. Debería al menos apreciar y amar lo que tengo a mi alcance, entonces. Así que lanzo una mirada por todas partes, deteniéndome en lo que me llamara la atención, y trato de llevarme algún detalle, algo que sirva para describirlo cuando tenga que contarlo. Una plaza con sus bancas, un baño público, las calles que te alejan cuando te vas, un Skate Park vacío, un grupo de personas caminando, personal de seguridad, plantas verdes, otras personas sentadas en la muralla, una niña de lentes y cabello lacio, el mar a lo lejos, los cangrejos... una niña de lentes y cabello lacio. Se me hace familiar, en alguna parte la he visto. 
Trato de acercarme sin llamar mucho la atención, y divago en las nebulosas de mis pensamientos, debía tener entre 13 o 14 años, y me recuerda fuertemente a alguien más. Sin darme cuenta, estoy a un metro de ella, y voltea a verme. Me mira como si me hubiese reconocido, como si fuera el personaje de los cuentos que le han contado tantas veces, y solo atino a decirle: 'Hola'. Y le sonrío. 'Eres igualito a como te describieron.', me dice. Y entonces la reconocí. Era la hermana pequeña de aquella persona que fue mi primer amor. Me senté junto a ella, y le pregunté cómo estaba. 'Ella está bien', me respondió. De alguna forma, me alivió la referencia, pero le volví a preguntar, 'Me refiero, a cómo estás tú'. 
- Ah, ya. Yo estoy bien, mirando el mar. 
- ¿Estás sola? ¿Tus papás? ¿Tus hermanas? ¿Jhoselin?
- Estoy con mis amigos, nos hemos dado una escapada por acá.
- Chumas... Espero no te metas en problemas.
- No. La verdad, quería venir, quería pensar.
- ¿De qué?
- Jhoselin me ha contado tanto de ti... Ya han pasado los tres años, ¿no?
- Sí.
- ¿Por qué no la has buscado?

Me quedo en silencio, no tengo una respuesta para eso, o quizá sí la tenga, ¡pero hay tanto qué decir! Además, todo sonaría tan estúpido que prefiero no hacerlo y pasar la página, olvidarme del tema. Ella continuó:

- Se lo prometiste, o eso es lo que me dijo.
- Creo que sí lo hice, es solo que...
- ¡Solo qué! ¡Qué cosa! 
- Cálmate.
- Está bien. ¿Solo qué?
- ¿Qué caso tiene a estas alturas del tiempo? Dime tú. ¿Crees que le importaría?
- No lo sé. 
- Pues yo no creo que le importe, ya no. He dicho y hecho tantas cosas, tal vez de las cuales me avergüence, pero las cosas ya están hechas. Además, aunque fuera a buscarla, estoy ciento un por ciento seguro, que aunque me tumbe al suelo y me arrastre detrás de ella, no volveríamos a estar juntos otra vez. La quiero, carajo, ¡muero de amor por ella! Solo que siento que lo nuestro ya es imposible. La amo tanto que hasta duele pensarlo. El primer amor es así. El primer amor que ya no está, es así. Es como una cicatriz enorme que llevas desde tu frente hasta tu barbilla, y cada vez que vas al espejo, cada vez que te miras a ti mismo, te recuerda que está allí, ¡que siempre va a estar allí! Solo que en realidad esa cicatriz no la llevas en el rostro, si no, en el corazón. Y no la ves gracias a un espejo, basta con mirar al interior de tus ojos. Y duele... Ya no podríamos estar juntos, ya no. No creo que tengamos la valentía de iniciar algo juntos, hay miedo de por medio, mucho miedo. Y no basta con que solo yo quiera. Supongamos que nos importa una mierda todo y aún así, lo intentamos de nuevo. Pasarán una semana, quizá menos, tal ves un par de días que no nos veamos, y todas las buenas intenciones se irán al carajo. ¿Sabes? No me gusta pensar en estas cosas, siento cómo poco a poco todo a mi al redor se vuelve negro, como una nube de tormenta que se pone sobre mí, y todo se vuelve oscuro. No quiero pensar en esto.
- Ella piensa lo mismo. Eso creo. 
- Lo sé.
- ¿Es cierto que ya no la amas?
- Soy un revolucionario, siempre voy a ir en contra corriente solo para darme el gusto de hacerle saber al mundo que puedo ir en contra. Lo malo es que es más difícil ir en contra del amor, y si lo intentas, por más que avances y saques pecho por tus increíbles logros, sabes muy bien que no es verdad. A veces la veo desde lejos, y tiemblo de emoción al imaginarme esperarla y darle la sorpresa, o tal vez ese temblor interno sea por el miedo de imaginarme rechazado. La última vez que la vi, yo me comía la naranja partida en cuatro que pensé dársela porque en mi mente había dicho, 'hoy sí la espero'. Pero no lo hice. Comí la naranja apropósito. Aún así, siento que la veo en todas partes. Basta con ver a alguien con lentes, un poco bajita como la enana de tu hermana, y con el cabello medio alborotado como las greñas de tu hermana; y se me acelera el corazón. La imagino con sus dedos entrelazando los míos, y recito mis poemas en susurro mientras camino, con la ilusión de que tu hermana las escucha en silencio, sintiendo cada una de mis palabras que entran por sus oídos, en su estado como hipnotizada. La veo en la Plaza San Martín, en el Jirón de La Unión, en los asientos de la 42 por debajo de los puentes de Dos de Mayo hasta Caquetá y viceversa, en la Avenida Abancay, en la Avenida Comandante Espinar, en el Icpna de Angamos, en los teléfonos públicos donde buscábamos dinero, en el Metropolitano, en el puente Trujillo, en el puente de la UNI, en el parque de Habich, en la esquina de tu casa, en mi cama, en mis brazos, en mi alma poseída por ella. La veo en todas partes como una sombra. Ojalá amar a tu hermana fuera más fácil, pero también estoy seguro de que no lo anhelaría tanto si lo fuera. Siempre tengo la secreta esperanza de que en algún momento de su vida, ella, la dulce y tierno manjar, la mujer más bella, la reina mía, se dé cuenta de que no hay hombre sobre la faz de la tierra que la ame más que yo, que la desee más que yo. ¿Quién podría quererla más? ¿Quién podría llorar con tan solo pronunciar su nombre? ¿A quién se le achicharra el corazón de saberla lejos e imposible? ¿A quién se le acaba la vida tanto como a mí al imaginarla en otros brazos y otros besos? Es por eso que me revelo. Creo que... No sé. A veces pienso que yo tuve la culpa, si tan solo esa mañana no hubiese hecho lo que hice. Es decir, hacerla llorar... Lo siento tanto ahora. ¡Cuánto lo siento! Quisiera abrazarla, y la besaría tantas veces bajo el cielo infinito... ¿Cuál fue tu pregunta?
- Ya me olvidé.
- ¡Recuérdalo! No creo que te haya dicho todo eso por gusto.
- Creo que te pregunté si aún la amabas.
- Ah, bueno, creo que sí.

Nos quedamos en silencio por un rato. La tarde empezaba a oscurecer, la neblina se hacía más densa, el viento corría más, la brisa se enfriaba más, y tal vez en sol se ocultaba al oeste del mundo. 

- Pinina murió, ¿sabías?
- Sí.
- Ella me contó que tú le diste a Pinina cuando era cachorrita, y decidieron ponerle el nombre de tu perrito y nuestra antigua perrita, Pinina Princesa.
- Jeje, también le pusimos nuestros apellidos, y acordamos que sería nuestra hija.
- Sí, también eso me dijo.
- Yo le compré su correa, por cierto, y también le pusimos un par de vacunas que no recuerdo para qué eran. Las veces en que no podíamos vernos, ella sacaba a Pinina a pasear por la avenida y yo les daba el encuentro. Ese tiempo tu hermana hacía lo que sea también por verme. Recuerdo que una vez la vi alado de tu casa no más, jaja, salía rápido de tu casa no recuerdo para qué cosa, pero la amé tanto por su emoción reflejada en su rostro, y su vocecita diciéndome, 'nunca hice algo como esto antes'. Y yo le pedía esos besos con amor... Recuerdo la primera vez que la llamé morena, y las veces que continué llamándola así. 
- De verdad estás bien enamorado. Tú, un pobre pichiruchi enamorado de una niña mala.
- ¿Cómo sabes eso?
- También me lo contó.
- Jaja, ¡claro!
- No estoy segura, ¿ya? Pero creo que aveces, Jhoselin se acuerda de ti.
- Lo sé. También me quiere. A su manera, pero me quiere. 

Otra vez el silencio. La miro de reojo, y me doy cuenta que se parece mucho a ella, y se me acelera el corazón y la emoción me embarga. Ella lo percibe, y me acaricia la mano, comprensiva, o quizá por piedad. Tal vez piense, 'pobre tonto, pobre viejo tonto'. La abrazo imaginando que es Jhoselin, y cierro los ojos y aguanto la respiración, y después de unos segundos le digo, 'Mi voz buscará el viento para tocar tu oído'. Karelis suspira hondo.

- Creo que ya me tengo que ir.
- Perdóname por eso.
- No, no te preocupes. De verdad me tengo que ir.
- Está bien. Cuida a tu hermana, ¿sí?
- Ojalá tuvieran otra hija ustedes dos, como Pinina.

Le sonrío.

- Eso estaba pensando, solo que no sé si se pueda. 
- Yo tampoco lo sé... Bueno, ya me voy.

Miro por un momento el mar y la isla perderse con la neblina, aquel panorama donde solo se escucha las olas golpear el mar, y volteo a despedirme de ella.

- Oye, Karelis, ¿sabes si Jhoselin está con alg... 

Ya no está. No hay nadie al rededor. Las luces anaranjadas de los postes alumbran la plaza, el baño público está cerrado, las personas se han ido, el Skate Park sigue vacío, y las calles me invitan a irme.

- ... uien más?

Son casi las cinco de la tarde. Debería dejar de soñar despierto, bajar la montaña y volver a casa.




Guau, guau. 


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