Jueves, 01/01/2015. Lima, San Martín de Porres.
5 minutos
Me senté a escribir sobre cosas de la vida pasada. Pensé en la mujer que conocí cuando aún era joven. Para ese entonces empezábamos a conocernos con mucho entusiasmo a pesar de la contrariedad de sus padres. No podía dejar de pensar en ella. Una noche, cuando aún no pensaba en si eso acabaría alguna vez, me dispuse a leer un libro otra vez. La historia era, sino idéntica, bastante parecida. Así que gracias a ese libro empecé a enamorarme de ella.
Cuando fui a ver a sus padres para pedir permiso y salir con ella, estos se negaron. Me prohibieron verla. Sin embargo, no hicimos caso. En toda la semana que seguía no veíamos a escondidas y la pasábamos genial. Eran cerca de las fechas navideñas. Comimos panetón un sábado por la tarde, cerca del lugar donde tomaba su carro para ir a su casa. Nos demoramos disfrutando de no solo estar comiendo, sino también de estar juntos. Recuerdo que una noche salí corriendo de mi casa a buscarla. Era, creo, un domingo, después de ir a pedirles permiso la primera vez. Estábamos conversando por celular cuando me contó que sus padres la habían prohibido verme. Antes de la conversación, habíamos jurado estar siempre juntos. Después, cuando estuve con ella, la besé rápido y la abracé con todas mis fuerzas porque era mi forma de decirle que la quería conmigo para siempre. 'Nunca hice algo como esto', me dijo, 'me encantas, José.' Yo empecé a quererla después de eso. Estaba dispuesto a todo: si tenía que terminar una amistad con su hermano por amor, lo iba a hacer; si tenía que enfrentar a sus padres cuantas veces sea posible, lo iba a hacer; si tenía que soportar las amenazas y humillaciones por estar con ella, lo iba a hacer; si tenía que esperar los tres años que sus padres me pidieron para aceptar nuestra relación, lo iba a hacer; si tenía que hacer maromas impensables para verme con ella, lo iba a hacer; si tenía que olvidarme de todo, inclusive de la universidad para que ella terminara la suya, lo iba a hacer; todo y más si ella era mi cómplice. Y creo que así fue durante un tiempo. Contradijimos la orden de sus padres y seguíamos viéndonos. Ese mismo sábado en que comíamos panetón, le dije para ir por segunda vez a conversar con sus padres, pero que esa vez lo haríamos los dos, juntos y de la mano. Hasta un plan hicimos. Cuando fui, no pudo estar conmigo porque se lo prohibieron y ella hizo caso. Igual pedí permiso para estar con ella. Me negaron la oportunidad otra vez y tomaron medidas. Le quitaron el celular, la llevaban a la universidad, la castigaban de una forma que ella me explicó y no entendí pero que no era grave. Pero luego me contó que con ayuda de su hermana grabaron la conversación, me sorprendió su astucia, y fue entonces cuando me di cuenta de que ella también estaba enamorada de mi. Pensé que, inspirado por el libro que leía, podríamos comunicarnos mediante cartas. Los tres años de ser posible si así tenía que ser para estar juntos. Lo gracioso fue que, y me di cuenta después, los enamorados contrariados en los libros también se comunicaron por cartas durante tres años. Pero nosotros a la semana nos despojamos de ese recurso y volvíamos al celular. Dejó de escribirme una respuesta a la última carta que le di. No me importó mucho pues la tenía conmigo.
Nuestra relación fue hermosa durante las siguientes semanas. Conversábamos, nos contábamos nuestras cosas: las buenas, las malas y hasta las peores; caminábamos de la mano y parecía que nada perturbaría ese amor que crecía de a poco con buena raíz: sinceridad entre nosotros.
Hasta que ese miércoles llegó. El día anterior a ello, me comentó un posible problema. No pensé que tendría que preocuparme porque estaba confiado en que ella me quería y porque confiaba en ella con todo mi ser. Nos despedimos y quedamos en vernos el jueves, como siempre, pero vino al siguiente día porque no podía con su conciencia: ella aún lo amaba. La recibí con el amor que le juré y la noté rara. Hubo días en que estaba rara pero como ese, no. Le volví a preguntar si debía preocuparme pero esa vez no me convenció su respuesta. Mientras fingía ver una película la veía a ella, su forma de mirar, sus manos y su actuar, y sabía que ese problema tenía nombre y se llamaba Daniel. Lo peor fue que estando primero conmigo, estuvo con él después. Y fue cuando todo se vino abajo. Intenté cortar de una vez la relación para no sufrir más, pero no quería, antes tenía que cerciorarme de si era capaz o engañarme. Le pregunté si aún lo quería, me dijo que sí. Le pregunté que si él intentaba algo, qué haría, no me contestó. Yo solo quería una respuesta. 'No se lo permitiría porque estoy contigo y te amo.' O quizá: 'No lo dejaría hacer nada.' 'Me haría respetar', cosas así. No quise continuar. No confiaba en ella, no lo hacía. Lloró. No quería ser el culpable de eso. Le rogué como en la primera vez que quiso terminar por causa de sus padres que la seguían atormentando, y más, porque la amaba. Volvimos, pero no era igual. Ella ya no me quería. Quizá sintió pena por mi y por eso regresó. Insistía en que nos veamos y ella al parecer aceptaba por compromiso. Como quien diciendo, ya, pues, qué se va a hacer. No la veía motivada como antes. No hacía lo posible para estar conmigo. Sus papás la vigilaban, lo sabía, pero si hay voluntad: se busca la manera. Sentía que la perdía. Oía la noche inmensa, más inmensa sin ella... En esas lágrimas se fueron su amor y se secaron sus ganas. Yo fui el culpable.
Las fechas que continuaban eran las de Navidad. El 24, como de costumbre, la cena con la familia. Está bien, pásala con tu familia, pensaba, yo haré lo mismo, pero no te olvides de mi en mi cumpleaños. Nunca dio señales de vida hasta el 25 en la tarde, que era mi cumpleaños. Pensaba yo que al menos algo hacía para mi, ja ja ja, pero solo vino 5 minutos y se marchó. A pesar de que estaba con mi madre y mi sobrino, me sentí solo. Para terminar el año fue igual. Pero no solo era año nuevo, también era un mes más juntos. Nos vimos otra vez 5 minutos en lo que le organicé para ella, como entrada al menú de lo que le esperaba más tarde. Le preparé muchas cosas que si bien no tienen valor monetario, tenía valor sentimental y lo hacía con cariño, con mucho amor. Nunca vino y boté las cosas a la basura. Volví a sentirme solo, otra vez. Para cerrarlo con broche de oro, tampoco envió un mensaje ni nada. Las cartas que le escribí con mucha dedicación todos los días desde el 21 de diciembre, fue lo único que no boté, ni el calendario de todo el año que guardé para que lo viera, porque en él apuntaba todo concerniente a ella y a mi pasado antes de conocerla. Traté de hacer las cosas bien con ella y con todos, pero igual terminé: solo.
Ahora soy un año mayor que antes, pero me siento viejo: me estoy pareciendo a mi padre. Dejaré que ella, si aún me ama, busque la manera de cómo verme. Es inteligente y bella, buena gente y medio loca, alucinada y chistosa, carismática y divertida, sensual y fogosa. Voy a esperar.
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