ME VAS A ECHAR DE MENOS

Imagínate el pasillo de un hospital en la noche de una madrugada, un pasillo largo con luces blancas y tú en el extremo opuesto a la puerta, y empiezas a caminar en busca de esa puerta pero a medida que avanzas un paso, la puerta se aleja mil kilómetros más allá, y empiezas a caminar y a caminar pensando que algún día, sin saber cuándo ni en qué momento, llegarás a la salida. Ahora imagina que yo estoy a tu lado, que soy como un alma vestido de blanco, que mis pies no tocan el piso sino que estoy como suspendido en el aire, pero no importa cómo, ni en qué estado estemos tú o yo, estamos juntos. Ahora invirtamos los papeles, tú eres yo y yo soy tú. Yo soy el que te ve a ti ahora como un alma vestida de blanco suspendida en el aire, como un fantasma, pero te puedo tocar, te puedo ver, te puedo hablar, te puedo sentir, tu respiración, tu aroma y el calor de tu piel. Te tomo de la mano y empezamos a caminar, tú vuelas conmigo y yo te siento volar, tú eres mi sueño y yo soy tu realidad, tú eres mi corazón y yo soy tu vida, y caminamos riendo, conversando, pensando, imaginando, sin preocuparnos qué tan lejos se aleje esa puerta que dice y promete ser la salida en ese largo pasillo con luces blancas. ¿Has visto las películas de terror parecidas a la escena que te describo? ¿Has visto que las luces, mientras avanzas, se van apagando y la oscuridad amenaza con atraparte, envolverte en la perdición? Sí, eso empezó a pasar, las luces se iban apagando a nuestras espaldas, y sentí un estremecimiento en el cuerpo recorrer desde mis pies hasta la cabeza, y temí por ti, no por mí, porque, bueno, en fin, yo siempre me las arreglo para salir de mis problemas, la lucho, la sufro; pero si estoy contigo es otra cosa, no me arriesgo, no te expongo, trato de salvarte de cualquier pesar, y eso fue lo que intenté hacer ese momento, te tomé de la mano con fuerza, y te dije vamos, ¡vamos! Pero tú, extrañamente, no te movías, como si te hubieses petrificado al ver que inevitablemente esa oscuridad nos atraparía, que no importara qué hiciéramos, cuánto nos esforzáramos, igual íbamos a ser envueltos por esa densa oscuridad. Te grité, te rogué, hasta lloré y me arrodillé mientras te decía, huyamos, corramos, ¡no dejemos que nos atrape! Y tú no te movías, te rendiste. No quise aceptarlo, así que te tomé de la mano aún más fuerte y tiré de ti, corrí, rápido, sin mirar atrás, aunque me faltara el aire, aunque dejara de sentir las piernas, porque el temor de verte desaparecer bajo esa sombra, perder el privilegio de mirarte los ojos llenos de amor por mí, dejar de sentir el calor de tu mano al tomar la mía, hacía que me olvidara de cualquier cosa que yo llegara a sentir, y solo huía, contigo a mi lado, y no oponías resistencia, te dejabas llevar, es más, hasta en algún momento te sentí tomarme tú de la mano, como si recuperaras la fe, como si te hubiese inspirado a continuar, a luchar, a no rendirte y a tratar de llegar a esa puerta que extrañamente, poco a poco, la veíamos más cerca. La oscuridad atrás de nosotros era muy rápida, fue muy rápida, y estaba muy cerca de nosotros cuando volteaste a verla, y te sentí dar el último aliento de la esperanza que perdiste, y me soltaste de la mano, te soltaste de mí, volteé a verte, te pedí que no me dejaras, que por favor vengas conmigo, no te rindas, ya estamos cerca, falta poco, y tú no decías nada. ¡Di algo por favor! Grité. Me miraste, y en tus ojos leí aquello que no quise saber nunca, leí, lo siento... Di media vuelta, corrí hacia la puerta, y con los labios temblorosos y un terrible dolor en el pecho volteé a ver por última vez tus pequeños ojos, su resplandor se iba perdiendo en aquella oscuridad, y corrí aún más fuerte, sin sentirme triste, sin sentirme derrotado, sintiéndome optimista, tratando de ser feliz, riendo como un desquiciado por la frustración, pero muy en el fondo... Ya no importa, aún sigo corriendo, y ya me acostumbré a correr, hasta piernas más fuertes he logrado tener con todo ese ejercicio. La oscuridad, te cuento, aún me sigue, pero yo soy más rápido, y aveces cuando tengo mucha fuerza corro más rápido, me adelanto días de distancia y duermo una siesta hasta sentir que esa oscuridad se va acercando, y me levanto, y miro si lo que estoy esperando que aparezca, aparece, y al ver que no aparece, vuelvo a correr. ¡La puerta! Cierto, la puerta, no sé... ¡dónde estará! Desde que te vi a los ojos, agaché la cabeza mientras corría, tratando de no ver esa realidad, y cuando levanté la mirada, de lo cerca que estaba la puerta, se perdió en el horizonte. Supongo que algún día lo encontraré, y podré salir y ver qué era lo que había tras esa puerta, sin ti. Aunque, ¿sabes? Muy en el fondo me gusta pensar que al verte confundida en esa oscuridad, te diste cuenta que rendirte no fue lo correcto, y entonces te levantaste y empezaste a correr en esa oscuridad, y en algún momento le ganarás en velocidad y entonces llegarás a la luz blanca, y mi gran idea es que cuando yo me despierte en una de esas oportunidades en que me doy una siesta, aparezcas, entonces yo te esperaré, te tomaré de la mano, te cargaré entre mis brazos y correremos en busca de esa puerta. 
Sé que me extrañarás, me vas a echar de menos, pues en la desesperación buscarás mi mano y no estará junto a ti, y si por equis motivos encuentras a alguien más en esa oscuridad... Jeje, me gusta pensar que en él buscarás mi calor, el mismo temblor que te hacía sentir cuando yo recorría tu cuerpo con la yema de mis dedos, y te darás cuenta que aún existo y que probablemente aún vivo mi vida, o a lo mejor ya no; pero hasta en tus ratos buenos me vas a echar de menos y cada día más... O Querrás llamarme un veinte de abril, como dice aquella canción que escucho ahora mientras escribo estas líneas... 




Comentarios

Publicar un comentario

No te olvides compartir :) ¡Saludos!

Entradas populares de este blog

ISABEL

CREO QUE YA TE FUISTE, Y NO ME AVISARÁS

CONVERSACIONES