ALGO NUEVO QUE TE VA A GUSTAR

A las tres de la madrugada me encuentro frente a la puerta de tu casa, con la casaca amarrada a la cintura, y quiero tocar fuerte y gritar tu nombre, esperar a que salgas buscando callarme, y mientras miras al rededor cuidando de que nadie nos vea, te suelte algún discurso improvisado en la que te digo mil y una veces más lo mucho que te necesito. Abrazarte y balbucear como pueda que te quiero... Te quiero.


Cuatro días antes.

Tuve ciertas complicaciones después de esa noche en el techo de mi casa. Cogí un resfriado. Entre jugar con mis estados de ánimo, los buenos y los malos, escogí estar de buenas sin importar nada de nada. Retomar mi estilo de vida de hace unos meses, practicar más deporte, hacer mis tareas, trabajar con mucho más ganas, y buscar ser de ayuda con las personas que la necesiten. Así fue como empecé a jugar. Cogí un limón, lo atravesé con una aguja, lo amarré a una pita, lo colgué a mi cuello y lo cubrí con la casaca. Fui al trabajo, hacía calor, los muchachos preguntaron por el limón, les dije que tenía gripe, y entre explicaciones de matemática y razones inciertas del porqué de mi decisión, se rieron. Después me lo quité y empecé con mi clase. Todo me fue bien. Salí camino a la universidad, unos amigos y yo nos sentamos a comer, mientras conversábamos uno de ellos le pidió ají y limón a la mesera, y fui yo quien le atendió el limón. '¿Por qué carajos tienes un limón con un hilo?', preguntaron. No seas chismoso, respondí. No usaron mi limón, pero fue el tema de conversación. Me di cuenta que llevaba todo el día sin los datos activados en el celular, y decidí no activarlos y continuar. Con mi limón y el hilo en mi bolsillo, colaboré con los trabajos grupales e hice los individuales. Y por la noche, ya en casa, preparé algo de comer, herví agua, y un té de limón endulcé mirando fijamente el centro donde gira todo el agua y el humo que desprende, mi limón con hilo. Lo tomé con tanto gusto que no pude evitar sentirme satisfecho. He ahí un día en la que, considero, me fue bien, pues mis buenos días son cuando menos me doy cuenta que pasan, o cuando más soy consiente de que estoy actuando como tonto. Ser feliz es ser tonto, o fingir serlo. Normalmente cuando me preguntan qué estoy haciendo, siempre respondo, 'hueveando'. Y eso es lo que siento. Siento que estoy hueveando mientras trabajo, hueveo mientras estudio, hueveo mientras estoy con mis amigos, hueveo mientras patino, y así. Estar bien es huevear a gusto. Y como las cosas que hago siempre las hago con gusto, entonces hueveo. Ahí estaba yo con mi día bueno de puro hueveo, apunto de dormir, cuando recibo un mensaje.

'Causita, ya no te veo por acá, date una vuelta, visita a la gente'.

Decidí llamarle 'el amigo'. No sé cómo se llama ni tampoco me interesa. Aquello lo había iniciado por pura curiosidad, saber qué se siente, explicarme lo que tanto había visto antes en otras personas, y ahora me había decidido a hacerlo yo. Bueno, no tanto así, pero me serviría bien como excusa cuando me pregunten por qué lo hago. Muy pocos saben por qué están con eso. Y yo, quizá sí sepa por qué lo hago, pero no quiero hablar al respecto.

No contesté el mensaje.

Al día siguiente encontré un lirio blanco en la sala de la casa donde vivo. Qué bella flor. Me detuve a mirar fijamente su forma, y luego me la robé. Me la robé porque quizá era de algún inquilino del piso que comparto. Con el lirio en la mano entré al colegio, y con el lirio en la mano empecé mi clase. Los muchachos, como es natural, preguntaron. Les di una enorme explicación de porqué creo que el lirio, o azucena, es la flor más hermosa del mundo y les conté acerca de un recuerdo robado hecho mío. Les dije que cuando yo era niño, mi mamá solía colocar maseteros de azucenas en las escaleras, y por eso me gustan. Les pedí que buscaran una botella y le pusieran agua, para colocarlo sobre la mesa. Y después continué con mi día, llevando mi pedazo de botella y mi lirio a cada salón, y realizando la misma explicación y contando el mismo recuerdo. Al final, sin saber cómo llegaron mis pensamientos a dicho lugar, conté lo mismo pero con mucho romanticismo, sentimentalismo. El resto del día, ya en casa, me la pasé durmiendo, mirando películas, y comiendo.

El celular sonó de nuevo.

'¿Qué haces?'.

Era ella. Iba 3 domingos viniendo a verme, y conversábamos, y jugábamos, nos contábamos cosas, y hacíamos el amor hasta cansarnos. Ella se muestra cariñosa, la noto entusiasmada, quiere arreglarlo todo, pero, ¿cómo le digo que ya no siento lo mismo? La paso genial con ella. El domingo es el único día en que puedo conversar con alguien más y esta se interesa por mí. Pero, ¿por qué ya no siento lo mismo? Nuestra relación tuvo un final difícil, quizá por eso.

'Nada. ¿Hoy vas a venir?'

Quiero hacerle el amor, porque a pesar de todo, o quizá nada, aún puedo decir que le hago el amor, porque se lo hago con cariño, con pasión, con intensidad, pensando en que ella también lo disfrute, como antes, aunque sin amor. Entonces quizá no sea 'hacerle el amor'. Ella es buena, quizá debería estar con alguien que le de todo lo que se merece. Yo ya no.

'Sí, ¿a qué hora vas a estar libre?'

En la noche, mientras descansábamos, sudorosos, entre las sábanas, ella me acariciaba la frente con sus dedos, sus delgados dedos. Pensaba, antes me desvivía por besar sus dedos, y ahora los siento como descarnados, sin calor ni frío. El hedor del sexo cubría el ambiente, y su boca me besaba la boca, y sus manos acariciaban mi espalda. La miraba fijamente a los ojos, y jugaba con su cabello, su corto y bello cabello. Apegué su cuerpo al mío, sus caderas pronunciadas se apoyaron sobre mí, y con cuidado mis manos recorrieron sus curvas intentado mantenerse firmes. Pero ella es una hembra que sabe lo suyo, que sabe cómo descarrillar las ganas de un hombre, de este hombre que era yo. Más cerca a mí, entregando su cuello a mi boca, acomodó con sus propias ganas sus piernas y las mías, y mientras clavaba sus uñas en mi nuca y mis glúteos, mordiendo mi oreja y gimiendo de placer, entré en ella suavemente. La noche entraba por la ventana, y la luna alumbraba de color blanco la habitación. La música sonaba suavemente, como rozando el alma, dándonos tranquilidad, pero no era tan fuerte como para apagar los suspiros y gemidos al exterior. La casa estaba en silencio, nada se movía afuera, como si todos de pronto estuvieran pensando, 'Silencio, shhh, José y Sasha están tirando, no hagan bulla, no los interrumpan'. E hice que se pusiera de pie, se pusiera de espalda, le pedí que mirara hacia la calle, y la penetré desde atrás. El viento enfriaba nuestro sudor y nos cambiaba la temperatura, pero no callaban sus gemidos y sus palabras de 'más, más, así, José, así'. Ella gemía y recibía mis envestidas pensando en que quizá podríamos hacer callar al mundo, y nos motivaba la idea de poner todo en silencio, y que no se escuché nada más que el sonido de dos almas jadeantes que se hacen el amor. Y aunque no se haya logrado aquello, quedamos satisfechos mirándonos el uno al otro, riéndonos en silencio después de dar por la ventana nuestro show.

'Estuviste intenso.'

'Déjame ser.'

Risas.

Nos sentamos con las piernas cruzadas uno frente al otro sobre la cama, desnudos, y ella me miraba y yo no. Prefería, quizá, mirar a otro lado. Pensaba, tengo tareas, necesito dinero, me ha dado hambre, quisiera un poco de agua, huele a sexo, hace mucho frío, siento un vacío enorme en mí, ojalá pudiera ver un ave volar por ese cielo de noche, no hay estrellas, no hay luna, o bueno sí hay, pero esas nubes grises cubren el cielo; eres un huevos tristes, José.

'¿Cómo estás?'

'Estaba pensando en una rica limonada, en coger la colcha y cubrirme hasta el cuello, olvidarme de ciertas cosas, y abrazarte fuertemente hacia mí.'

'Te voy a preparar tu limonada y vengo a echarme contigo, ¿ya?'

Ella es tan buena, pensaba. ¿Por qué carajos busca amor en mí? ¿Por qué no se lo puedo dar? Me gustaría poder corresponderle como antes, cuando yo era el que buscaba ese amor en ella. Los papeles se han invertido. Soy un tarado.

Después de conversar con ella, de ver nuevamente las lágrimas en sus ojos, de escucharla decir que ella lo comprende, que estoy en toda mi razón, que es lo más lógico después de todo lo que ha pasado, de cómo terminamos nuestra pasada relación; le embarqué en un taxi para que vaya a su casa. Le pedí que lo pensara bien, que no tenía por qué venir el próximo domingo; pero ella insistió: me siento bien contigo, José, la paso bien, disfruto estar contigo. La escuché decirme que vendría de todas formas, imaginando que lo más probable es que esté mintiendo, que ya no vendría otra vez, y dentro de mí quería que ya no venga, porque no quería hacerle más daño, y otro lado quería que venga, solo por el sexo. Y en el transcurso de los días pensaba que ojalá ya no venga.

En casa, mirando la calle por la ventana, rogaba con el pensamiento tener un instante de tiempo con Blanca, poder olerla, tocarla, jugar con ella. Revisé nuevamente el celular, aquel mensaje, y llamé.

'Habla, causita, ¿en qué estás? Tengo algo nuevo que te va a gustar.'

'¿Puedo ir por lo de siempre?'

'Baja, baja, no más. Hay un tonito por acá con unos causas, va a haber peladas y bastante movida. Ya tú sabes.'

Me puse los patines, y vagué por un rato por los suburbios del Callao, de noche, con algo de frío, temblando, ansioso, contando cada segundo que pasaba hasta poder verla de nuevo. ¿Cómo habrá estado Blanca? Su risa, quiero volver a ver formarse esos hoyuelos en sus mejillas. Es una bebé muy hermosa. 
Ni bien llegué y lo vi acercarse, me paré con intensión de irme una vez que hagamos el intercambio, y me dijo:

'¿Ya te vas? Tengo algo nuevo, te dije. Mira, vamos acá no más y te doy una primera prueba, ¿qué dices?'

'Uuummm, no me adapto bien a lo cambios... Vamos.'

Alinearon las filas sobre el vidrio. Habían tres más en ese cubil, uno de ellos era mujer, de cabello rizado, muy descuidada. Me miró con sus desorbitados y dilatados ojos, parecía una hiena en la oscuridad, y mostraba los dientes en una esforzada sonrisa por parecer simpática. Los otros dos estaban tirados sobre un colchón, uno con bividí y pantalón largo, y el otro con casaca de jean. Aparentemente dormidos, pero parecían estar en otro mundo. ¿Se encontrarán con Blanca también? Pensé. 

'En un rato llegan unas flacas bien ricas. Quédate, causita.'

'No, en otra oportunidad mejor.'

Me acerqué a mirar de cerca las cuatro filas de regalo, acerqué el rostro, y aspiré hondo. Fue como un golpe en la cabeza, una patada giratoria, como si me cayera un yunque, fue como si pisaran fuerte y hondo el freno de un automóvil a toda velocidad, y por 10 segundos dejé de respirar para poder contenerlo. Y en cuanto regresé al dormitorio nuevamente, el amigo se estaba riendo a todo dar.

'¡Te dije que te iba a gustar!'

Eso era demasiado para mí. Mi cuerpo y pensamientos reconocieron el peligro de inmediato y comencé a temblar. Sacudía mi cabeza para poder creer que sigo en esta realidad, para corroborar que todo lo que ha pasado de verdad me está pasando. Las alertas de seguridad, de abortar la misión, de peligro, sonaban dentro de mí, y veía las luces rojas anunciando el peligro, y escuchaba la alarma anunciando más peligro, y sentía que todo en mí corría despavorido, aterrorizado. 

'¡Suaave, causita! Con dos eran suficiente. Esa tercera te voy a cobrar, ah'.

Todos estaban despiertos. Todos preguntaban quién era ese chibolo con sus patines. Empecé a ver todo blanco, me adentré nuevamente en el interior de mi conciencia, y me ordené irme de inmediato. De pronto sentí el aire golpear mi rostro, mi corazón bombeando a todo dar, los músculos descomprimiéndose, endureciéndose, y siento la noche más oscura que nunca, pero puedo ver mejor que antes. En poco tiempo estoy por el Centro de Lima, mirando al rededor como si tratara de buscar algo, y le digo a mi corazón que me guíe hacia dónde debería ir, hacia dónde quiere ir, y vuelvo a emprender el camino. 



Estoy frente a la puerta de esa niña morena de ojos pequeños y frente grande.  Pienso que la quiero y que no debo estar con ella. Pienso que es como aquello que estoy aspirando fuerte, porque es peligrosa, golpea mis pensamientos con fuerza, como si me atropellaran sus recuerdos, y me desorbitan todos los sentidos. 

Quiero gritar su nombre para que sepa que estoy acá por ella, que venga a querer cerrarme la boca a golpes o con algún beso. Quiero que vuelva a enredar sus brazos en mi cuello. Quiero verla tomada de mi mano y reír. Quiero estar con ella y poder tomarme la foto que nunca nos pudimos tomar, ella, yo y nuestra pequeña niña, Pinina. 

Pero doy la media vuelta, camino a la esquina de esa calle donde la besé por última vez, y veo en los montones de tierra que hay al cruzar la pista, imagino dónde pudo haberla enterrado y pienso que algún día de estos plantaré una Azucena, con la esperanza de que al siguiente día ella, Jhoselin, verifique si lo puse en el lugar correcto, o lo corrija. He pensado en adoptar otro perrito para ella. He pensado que esta vez sí nos podamos tomar una foto juntos. He pensado que esta vez ella y yo podamos tomarnos de la mano nuevamente, mirarnos a los ojos, dejar de decirnos que nos queremos, y decir adiós. Ya no contestaré ningún mensaje de ella. Ya no más. Ya no la conozco. Me olvidé.

Me subo a los patines, y regreso a casa, pensando en Pinina, y la primera vez que se lo di a ella, ver de nuevo la sonrisa de una mujer a quien yo hice feliz, la más feliz del mundo.

Estoy muy drogado.





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