UN POLVO EN NOVIEMBRE
Eran las 00:14 del primero de noviembre, cuando leí ambos mensajes. Tontos mensajes. Ambos los eliminé, porque: ¿Quiénes eran esas personas?
Tenía que buscar la forma, nuevamente, que haría olvidarme de aquel pensamiento confuso que se anudaba en mi cabeza. Me detuve sobre los patines, y me senté al borde de una vereda. Era todo muy solitario en la Avenida Colonial, solo el ruido y las luces de los carros que pasan sin advertir a nadie a lo lejos. Allí estaba yo, listo para ir otra vez a ese mundo desenfocado, a ese mundo sin la nitidez de antaño a través de mis ojos, pero extrañamente, incomprensiblemente, un mundo en donde todo parecía aflojarse, desatarme, y hacerme sentir diferente, liberado. ¿Alguna vez han sentido la caricia de un bebé? Siempre que estoy en ese mundo siento aquello. Una niña recién nacida, alumbrada por una luz blanca, como si se tratara de un artista sobre el escenario de un teatro. Y de pronto acerco mi rostro hacia ella, procuro respirar suavemente para no perturbarla, siento que la amo tanto al verla, con sus ojos negros y redondos, sus lindos brazos y piernas rollizas, y juego con ella. Le pregunto, ¿y tu cuello, bebé? ¿Dónde está tu cuello, lindurita? Ella sonríe. Sus ojos se convierten en diamante, un profundo y hermoso diamante negro. Siento que mi corazón se comprime tanto como si en el centro de él existiera un campo enorme de gravedad. O tal vez estoy mirando todo desde otra perspectiva, y sea solamente el inmenso amor que se crea por ella y mi corazón, ese pequeño frasco insignificante, no puede contenerlo. Desde que la conocí la he llamado Blanca. Blanquita, pequeña, hermosura, reinita, cariño, mi vida. Acerco mi rostro a ella, y con su manito intenta tocarme, siento como si una brisa de mar en calma me rosara la piel, y son sus deditos en forma de puño que me acarician. Estoy llorando. El cuerpo se me estremece, empiezo a temblar, pero estoy bien, me siento bien. Extrañamente bien. De pronto vuelvo a recordar dónde está mi cuerpo, y miro al rededor de mi mundo mental y todo está oscuro, busco el camino y no lo encuentro, empiezo a sentir que todo está demasiado lejos, no me quiero levantar porque no me siento con fuerzas, y, sin embargo, Blanca está ahí conmigo, sobre el pedestal donde suelo encontrarla cada vez que aspiro hondo... eso. Y no me quiero mover. El tiempo pasa. El tiempo no se detiene. Pero es más largo en mi mundo, pues acá todo lo controlo yo. Intento tomar a Blanca sobre mis brazos, nuevamente, y como en las veces anteriores en las que intenté cargarla, siento recalentarse mi pecho, los bellos de mi piel se crispan, y la sangre me vibra por dentro. Otra vez no pude hacerlo, pero deseo tanto volver a intentarlo después. La mente me dice que aquello voy pensándolo más de una vez, no obstante, mi cuerpo siente que es la primera vez que me sucede esto. Estoy llorando, estoy llorando otra vez. Vuelvo a sentir frío. Abro los ojos.
Está lloviendo.
He vuelto a este mundo, y la madrugada del primero de noviembre está mojada. El mes de noviembre llora. Pero yo no. Tal vez, noviembre llora por mí.
Eran las 00:25 minutos en las calles del Callao, cuando me he vuelto a dar cuenta que, a pesar de sentirme bien, lo que hago no es correcto.
¿Cómo alejarme de ella, si cada vez que estoy a su lado, siento sumergirme?

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