EL PAQUETITO EN EL BOLSILLO DE LA CASACA DEL MARTES
Aquella noche llegué a casa media hora después. Los patines resbalaban en la pista, pero me rehusé a quitármelos. Solo me concentraba en las gotas que caían sobre mi rostro, y en el cielo negro que mis ojos entre cerrados veían.
Me bañé.
Arreglé la cama para dormir.
Me quité toda la ropa.
Y me dormí.
Desperté a las siete de la mañana con veinte minutos, la alarma del celular sonó. Cogí mi mochila, mi laptop, algunos apuntes, y fui a trabajar. Por la tarde pasé por la universidad, entré a clase, conversé lo menos posible, y me fui lo más rápido que pude. Luego patiné por la avenida Guardia Chalaca, llegué hasta La Fortaleza del Real Felipe en el Callao, me senté en una de sus bancas, y esperé a que llegara él con el encargo que le pedí. Recuerdo que me dijo que me veía con buen aspecto, pero que no le entrara mucho a la 'cochinada', que después no podré salir. 'No te cagues solito la vida, causa.', fue lo que me dijo. Me quedé mirándolo cuando se iba, su caminar, hasta que dobló la esquina y desapareció. Apoyé mi codo sobre la rodilla, y observé las calles de las seis de la tarde en el Callao, en la posición del poeta Cesar Vallejo, recordando dos líneas de algún poema que nunca me aprendí, 'Me moriré en París con aguacero, un día del cual ya tengo el recuerdo...'. Después recordé que hace mucho que no me aprendo ningún poema. El gusto por el amor se me esfumó con el último adiós. El primer poema que me aprendí fue un Harawi llamado 'Morena mía'. Fue como premonitorio, una sospecha del corazón que anunciaba lo que se vendría después, y pocos días después, la conocí.
'Morena mía, morena,
tierno manjar,
sonrisa del agua.
Tu corazón no sabe de penas,
y de lágrimas no saben tus ojos;
porque eres la mujer más bella,
porque eres reina mía,
porque eres princesa.'.
Eran finales de octubre en aquel primer recital, el cual fue un total fracaso, pero creo que aún así ella lo disfrutó, y unas horas después del mismo día, motivado por el brillo de sus ojos, el candor de sus manos, el abrazo fuerte, y el nerviosismo de su voz diciéndome, 'Siento que estoy volando.'; hicieron que me lo aprendiera por completo. Aún puedo escuchar su voz temblorosa en mi memoria. Cuando la volví a ver, le ofrecí de todo corazón el mejor de mis esforzados deseos por quererla, y balbuceé suavemente, delicadamente, cuidadoso de no alterar sus hermosos oídos, esos versos que el corazón cargaba para ella. Lo recité como se conjuran los más oscuros hechizos de magia negra, y le pedí a la vida con la seriedad de un preso condenado a muerte rogando una última oportunidad para vivir, que nunca las circunstancias me permitan dejar de amarla. El preso murió, y yo también. La amé perdidamente.
Los días continuaban, y el paquetito seguía en el bolsillo de la casaca del martes, pensando en lo que me dijeron, 'No te cagues la vida, causa'. Era como un aviso adicional a las tantas alertas de peligro que mi conciencia gritaba. No he conversado con nadie hace cuatro días, y con los que he cruzado palabra solo han sido por cosas del trabajo, estudios y algunas compras. Ninguno me ha preguntado cómo estoy, o si hay algo nuevo para contar, si quisiera hacer algo o salir. Probar un poco más de aquello haría correr el tiempo más rápido, y ni cuenta me daría, no advertiría que los segundos pasan, como si me transportara de inmediato a otro tiempo. Tan solo un poco más, un par de líneas. Ojalá esta vida fuera como en las películas. Un momento estás en un lado, y al cambio de escena ya estás en otro. Todo se resuelve con ese salto de tiempo.
El mundo a mi alrededor está alborotado, todos atentos y esperando que la selección del Perú juegue, y busco la forma de mezclarme entre ellos y olvidar mi casaca del martes. He escuchado que no clasificamos a un mundial hace 36 años, y muchos van a sacrificar trabajo, estudios, alguna otra actividad, por juntarse y sentarse frente al televisor, pues jugarán en Nueva Zelanda. Y los polos del Perú se ven por todas las calles de la capital, sospecho que en provincias es lo mismo; y las banderas, y los claxon sonando como si estuvieran en el estadio. La bulla, la algarabía, el buen humor, las esperanzas, la tonta fe que ha sido pisada montones de veces y aún así ha sido recogida todas esas veces y puesto al hombro para que en cada minuto sobre esa cancha y frente al televisor, nos pongamos en suspenso en la espera de una buena jugada del negro Farfán, el orejas Flores, el Cuevita y la pulga Ruidiaz. Pensando, alucinando, imaginando, que esta etapa de sus vidas se las contarán a sus hijos, y a los hijos de sus hijos. Escuchar las anécdotas de los más sabidos que ya han visto a Perú más de una vez en un mundial. ¡Es todo un logro!
Perú a empatado.
He vuelto a tener una amante.
El trabajo, los estudios, los proyectos y el resto de mis actividades me dejan sin tiempo para conocer personas. A lo mucho me dedico una o dos horas a patinar para desestresarme, cuando antes era un día entero. Así que un antiguo amor me llamó, conversamos mucho, quedamos en vernos, y caminamos por el centro de Lima un domingo por la noche, nos sentamos frente al Jirón de La Unión, y revivimos ciertos momentos juntos. Antes de despedirnos le pregunté, ¿quieres venir conmigo a mi casa? Ella suspiró como aliviada, como si hubiese estado esperando todo ese tiempo esa propuesta, y respondió con una sonrisa nerviosa, 'sí, wey, sí quiero'. Desde entonces me ha venido a ver en dos oportunidades. Creo que es genial pasar el tiempo con ella, pero es solo sexo. No pienso en nada, ni nadie, solo me dejo llevar, y siento. ¿Qué se siente uno con una amante? Placer, complicidad, cariño, suspenso, y tal vez amor. Con ella es placer y cariño. Me pregunto qué sentirá ella. La conozco, sé quién es, y ya hablé de ella en algún momento. Su voz pidiéndome más, mi voz diciéndole que así, así, sigue así, Sasha. Sabemos cómo hacernos sentir bien en el sexo. Pero aún así, después de dejarla en el paradero, vuelvo a pensar en Blanca, la bebé, la niña con sus ojos negros, sus rollizos brazos y piernas, y vuelvo corriendo a casa buscando mi casaca, subo al techo de la casa donde vivo, me siento y recibo todo el viento frío de la noche, y mirando en dirección al mar, imagino el sol anaranjado ocultarse, dejando tras él un cielo rojizo, amarillento, azul oscuro, y luego gris. No negro, porque en Lima no hay cielos negros: solo cielos grises, solo que en un tono más oscuro. La Lima gris. Y tiñe el pensamiento de las personas, pensamientos grises. Y tiñe el alma de las personas, almas grises.
Las líneas están sobre un cuaderno. El mar de La Punta golpea las piedras del muelle con sus olas, y siento ahí, sobre el techo de la casa donde vivo, salpicar sobre mí las gotas frías y saladas. Son mis lágrimas. Estoy inhalando una vez más, y antes de quedarme quieto y apoyado sobre el suelo de ladrillos, pienso en aquellas tontas líneas de aquel poema:
'Tú, señora mía,
reina mía,
¿ya no querrás
pensar en mí,
cuando el león y el zorro,
vengan a devorarme
en esta cárcel,
ni cuando sepas
que condenado estoy
a no salir de aquí, señora mía?'.
Al despertar, me sentí en otra escena de esta película: mi vida. Mi cuerpo estaba frío, mis ojos los sentía hinchados, me levanté y tiré la bolsita vacía, bajé las escaleras, y a las tres de la madrugada del día lunes me bañé con el agua caliente, tendí la cama, y me eché para dormir desnudo otra vez, pensando antes de perderme en ese limbo de almas en descanso, en si alguien más le ha recitado un poema como lo hice antes yo.

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