Sábado, 13/12/2014. Lima, San Martín de Porres.
cuando me acuerdo del amor
Hay momentos en que me acuerdo del amor. Pasan por mi mente pensamientos efímeros, fugaces... ¿Qué puedo hacer si no quiere decirme nada? Quiero intentarlo de nuevo pero no me da cabida. Yo no leo su mente. Quizá nos sorprendemos el uno al otro pensando lo mismo un instante. Sonreímos y nos miramos, contentos por tal casualidad y lo celebramos con un beso. ¡Qué sabroso es besarte, niña mala!
Cuando era niño, mi madre me enviaba al jardín "Estrellita de Belén". Yo recuerdo a mi profesora: menuda, de piel blanca, trompuda, labios anchos y rojos como la sangre, con rulos y una voz suave. Como todo niño a esa edad, me enamoré de mi 'miss'. Los días en que teníamos exámenes, mi madre me despertaba a las 3 de la madrugada. No sé cómo hacía esa mujer para levantarse precisamente a esa hora. ¡Y si acaso no tenía un reloj incorporado y no lo sabíamos! Como siempre, la primera llamada era solo para avisar. Yo rodaba sobre la cama y me envolvía como papel higiénico. La segunda llamada ella ya prendía la luz y decía: 'Ay, José, ya levanta...' Fingía hacerlo. Me sentaba sobre mis pompas y me hacía el que buscaba mis cuadernos sobre mi mesa que estaba al costado de mi cama, pero un minuto más tarde, ya estaba echadote, roncando. Mi madre no se hacía problemas con esas cosas. Para ella nunca existió el número tres, pero era su número favorito. Cuando venía a verme si estaba o no estudiando (y se daba con que no), cogía, o aveces traía, una correa, un palo, o con sus propias manos si tenía ganas y me daba 3 golpes certeros que me hacían brincar de la cama y ¡patitas, para qué las quiero! '¡Levántate, carajo! ¡Quién mierda crees que soy, tu juguete! A mi me haces caso.' Gritaba mi mamá al estilo militar. 'Señor, sí, señor.' nada más me faltaba responder.
Entonces maldecía mi suerte. Siendo niño ya maldecía. La recontragranputeaba en mi mente a mi amada madre y váyase a saber para dónde la mandaba. Minutos más tarde, después de sobarme las áreas afectadas por la ira de mi madre, ella venía a sentarse y cubrirse con una manta y me ponía a estudiar junto con ella. Para entonces la aritmética a mis 5 años eran cosas que entendía con facilidad. Hasta ahora, a mis 20 años, próximo a los 21, puedo decir con orgullo que gracias a mi madre soy, si no el mejor, bueno en la matemática. Pero seamos justos conmigo también, yo no era un bruto. Sin ofender, claro.
'Uno por cualquier número es el mismo número.' Me decía mi madre. 'Dos por cualquier número solo súmele dos veces la misma cantidad y así con cualquier otro número.' A veces me trataba de "usted". Me sentía grande cuando me trataba de ese modo. Me levantaba mi ego el que no me hiciera sentir como un niño, siendo niño. Yo entendía eso, créanme. Toda esa madrugada de estudiar para un examen y el resto de la semana para los otros exámenes, mi madre era mi profesora militar de madrugada, pero cuando pasaba la tormenta, pues para mi por ratos lo era, regresaba a su estado basal. Eran a veces tormentosos pues mi madre carecía de tanta paciencia cuando yo me olvidaba de las cosas. '¡Pero si lo acabamos de hacer, carajo! ¿Cómo te vas a olvidar?' Si contestaba mal, 'Si serás, si serás!' Y, '¡Toma! Y no te doy otra no más porque...' Al estilo de El chavo del ocho. Si nuestras madres entendieran que su rabieta es la que nos hace blanquear nuestra memoria... Después de todo ese embrollo, mi madre se levantaba y me mandaba a bañar. '¿Puedo con agua caliente?', suplicaba yo. 'No, vas a dar examen. Con agua fría te vas a despertar por completo. Vamos, anda de una vez, no pierdas tiempo.' E iba sin reclamar, hasta que me acostumbré. Cuando regresaba encontraba mi desayuno listo y mi ropa listo. Yo me preguntaba cómo lo hacía todo tan rápido. Una madre es una genio haciendo las cosas para sus hijos. Comía rápido porque me retrasaba cambiándome y lustrando mis zapatos. 'Un hombre que no lustra sus propios zapatos es y será un holgazán para toda su vida', solía decir mi madre. Después, ella me traía un batido de jugo de naranja con huevo crudo y me lo hacía tomar. Cualquiera diría, ¡Ag, qué asco! Yo lo pensé, les soy sincero, pero luego no saben cómo terminó por gustarme esa mezcla. Tanto, que cada vez que teníamos examen, le recordaba a mi madre que comprara mis naranjas porque me ayudan a concentrarme mejor, solía repetir lo que ella me hacía creer. Hasta ahora, yo que soy amante de las cosas que se hacen con amor, porque mi madre lo hacía con amor, lo extraño pues ya no vivo con ella. Y daba mi examen. 18, 19 eran mis notas, nunca bajaban de 17 en matemáticas siendo niño, pero tampoco nunca llegué a 20 hasta la fecha. Yo y mi madre teníamos un trato. Un sol por una nota de 17. Dos soles por una nota de 18 o 19. Cinco soles por un 20. ¡Carajo! Tenía que estudiar. Para ese entonces cinco coles era ser millonario entre tanto niño ricachón pero desafortunado que solo lleva 50 céntimos de propina al Jardín. Pues aún le debo un 20 a mi madre en matemáticas, aunque mi sentido común me diga que 'el día en que saque 20 en matemática, será el día en que deje de mejorar.'
Cuando era niño, la profesora, por sacar una buena nota, te daba un premio especial. A los 3 con más altas notas: le daba una estrellita al tercero, dos estrellitas al segundo y, dos estrellitas y un besito en la mejilla al primero. ¡Díganme si no es la mejor profesora del mundo! Por supuesto yo siempre quedaba primero. Mi madre orgullosa, mis notas altas, los besos de mi profesora... Ay, aquellos tiempos cómo los extraño. En la actualidad, ya no hay profesora que me de besos, pero sigo estudiando a medias las matemáticas porque con el pasar del tiempo he conocido la lectura. Mi madre siempre ahincó más en matemáticas y lengua. Aunque le daba más importancia a los números, y yo de niño prefería los mismos, al final resulté leyendo cada novela que me caía a las manos y ahora, hasta escribo, figúrense.
Quiero que mi novia me converse. Todo está en el secreto de la comunicación. Escribo pensando en ella, no leo porque pienso en ella. Ya le pedí disculpas de la forma más sincera que puedo hacerlo, pero sigue sin hablar. Yo sé que está molesta. Yo sé que hice mal. No me quiero rendir, sé que podemos ser más y hacer más juntos. No quiero que pase su vida sin mi ni yo pasar la vida sin ella. Si tan solo me dijera qué le molesta. Si tan solo me dijera que ya no me quiere. Y es que si no resolvemos esto a estas alturas, me pregunto qué será de nosotros. La amo con todo lo que tenga para dar y con lo que me falta. Y sé que puedo amarla más. Ya no es la misma desde que volvimos. Quisiera besarla, abrazarla, acariciarla y recitarle todos los poemas que me sé y que pueda que me invente en el momento. Pero si me va a dejar varado en esta tiniebla incierta... ¿Qué hago si no quiere conversar? Estas cosas suceden solo cuando te acuerdas del amor.

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