La vecina.
De pronto se me dio por darme una resfrescante ducha. Estaba estudiando desde las 7:30 de la mañana y ya era muy pasadas las horas de almorzar. Busqué la toalla, el jaboncillo y el shampoo para bañarme completo de una vez y ahorrarme el cansado trabajo de hacerlo mañana temprano para ir a la universidad. Después de relajarme sintiendo la artificial lluvia de agua sobre mi cuerpo, regresé con la toalla puesta en la cintura y sosteniendo con mis manos los implementos usados. Un inusual sonido provenía del cuarto de uno de los inquilinos con quien comparto el piso, e hice silencio para escuchar mejor, pues de verdad me despertó algo más que la curiosidad. Eran gemidos, gemidos entrecortados de una mujer que entre susurros le pedía más y más a quien había de ser el inquilino mencionado. Buena, campeón, pensé. Caminé dos pasos y se abrió la puerta de la habitación contigua, era la vecina. La vecinita tiene antojo, se me ocurrió pensar ese momento. Como siempre, me sonrió, tímida, coqueta, y me dijo hola. Hola, le respondí. Volvió a escucharse el gemido de la huesped del vecino. Se están divirtiendo, le insinué. Me volvió a sonreir, mordió los labios, se apoyó con la espalda sobre la pared y juntó las piernas. Me fijé entonces en el short que llevaba puesto, así también como de la delgada blusa que dejaba traslucir el dorso delgado de esa mujer. No me lo iba a decir, tenía que hacerlo yo, pero y si me equivoco, me preguntaba, porque ella tiene enamorado, lo he visto entrar y salir repetidas veces. Avancé dos pasos más. ¿Escuchamos? Le sugerí. Sonrió de nuevo, apretó los labios hacia adentro, y mirándome como una niña inocente, hizo la cabeza de arriba a abajo como señal de afirmación. Me acerqué a la puerta, al igual que ella. Estábamos frente a frente, a 20 centímetros de distancia, escuchando los ya no tan silenciosos gritos de placer de aquella extraña. La vi cerrar los ojos, la vi pasar la lengua por el labio superior de su boca, y la vi acercarse lentamente hacia a mí. Sigue con los ojos cerrados, bajo la mirada para fijarme si se notan mis intenciones, y luego bajo más la mirada y veo que tiene puestas unas medias rosadas hasta los tobillos, luego subo la mirada por sus piernas delgadas y depiladas, sus muslos, el short, su ombligo y su blusa, su rostro y su expresión... Pensé por un momento en su enamorado, es mi amigo, por eso tanto el lio mental que me estaba haciendo. Abre los ojos, me ve ahí, indeciso, me sonríe inocente y voltea ligeramente hacia su puerta, yéndose, pensando quizá que soy un tarado, dejándome con el aliento atrapado en el pecho, se estaba yendo. Antes de cerrar la puerta, me mira, me sonríe, y mueve ligeramente sus labios, sin voz, me dice, ven. Camino hacia ella, dudando aún, pero ni bien llego a su puerta, ella me toma de la mano, me jala con fuerza, y cierra la puerta a mis espaldas. Yo estoy adentro, ahora ella me mira esperando algo que yo haga. Definitivamente iba a hacer algo. Solté las cosas que llevaba en la mano, me acerqué despacio pero seguro de mí hacia ella, me miró sorprendida, divertida, excitada. Pasar esa puerta fue como un portal para decidirme a todo. La apoyé sobre la puerta y junté mi cuerpo al suyo, su delgado cuerpo, puse mi mano en su cintura, que inmediatamente sentí que mis dedos la envolvían, y la suspendí en el aire por un momento y ella sintió el fuego en mi interior. Estás caliente, me dijo. Se amarró hacia mí. Sus brazos rodeaban mi cuello, sus piernas mi cintura, y se balanceaba de arriba a abajo al sentirse aludida en mis propósitos, y al mismo tiempo, en el ejercicio, me quitaba la toalla. Supiose triunfante ella sobre la mitad baja y se soltó de mí, se paró frente a mí y me observó. Eres como te imaginé, dijo, seria, y con una sonrisa diferente a las de siempre, una sonrisa lujuriosa, pasó su lengua por sus labios y se arrodilló. Me gusta el chupetín, dijo para sí misma, sin perder de vista lo que había de saberse suyo y solamente suyo por ese momento, y lo metió a su boca. La vi cerrar los ojos, la sentí saborear con su lengua, la escuhé gemir de placer. Casi me vine, le gustaba mucho el chupetín, pensé. Me miró, me besó mientras clavaba las uñas en mis nalgas, y me empujó sobre la cama. Se quitó la ropa rapidamente. Rió, divertida. ¿Qué planeas? Pensaba. Se puso encima mío, se sentó primero sobre mi pecho, me miró y sonrió de nuevo, se agachó hacia mí y me dijo al oído, no me decepciones. Subió lentamente, divertida, con sus ojos plantados en los mios, y se sentó en mi rostro, su sexo en mi boca. La probé por completo, sus jugos internos se deslizaban por mi lengua, rodaban por mi rostro, otros se perdían por mi cuello, pero todos terminaban encima de la cama, le olí hasta el alma, sentía sus manos tocarme el sexo, apretarlo fuerte y masturbarme rico, la escuché decir qué rico, qué rico, sigue, no pares. Nos vinimos juntos. Luego se echó sobre la cama, abrió las piernas, y me dijo, métemela, si eres bueno con la lengua, probemos con eso. El misionero, conocida pose sexual. Esa mujer era posesiva, y al mismo tiempo, sumisa. Me amarró otra vez sus piernas con las mias, para que me la metas toda y con fuerza, me decía. Cambiamos, le dije, ponte así. Y le di la vuelta, le levanté el culito, ella se apoyó sobre sus codos, la penetré, me moví lentamente para calibrar el movimiento, medí la fuerza y la intensidad del acto, puse mis manos sobre su redondo y recién formada culo y la jalé con fuerza hacia mí, tosco, salvaje, y por un momento se escuchó en la sala un grito de dolor y placer, aaaayy, sí, a eso me refería, dijo ella. La tomé del cabello, le junté las manos en la espalda, e hice que apoyara su cabeza sobre la almohada. No puso resistencia, y la cabalgué, la escuchaba gritar, gritar y gritar a todo pulmón, y esos gritos eran ahogados por la almohada, aaaaayyyyy, no pares, aaaaayyyy, por Dios, no pares, qué rico, ay, auch, métemela, métemela. A los vecinos ya no se les escuchaban, o quizá era por mi vecina.
Salí con la toalla puesta a la cintura otra vez, contento, tal vez, pero además de eso, con una amenaza: si le dices algo a él, nunca más lo volvemos a hacer, y le agregó, estuviste rico, por eso mejor no le digas nada. Y así fue, que ahora, comiendo y limpio de cuerpo, estoy sentado escribiendo esto, limpiando mi mente de pensamientos turbios. Limpiando sin quitar la basura que mi vecina y yo hemos creado.
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