SIENTO QUE ESTOY VOLANDO

Ella: Te necesito acá conmigo... tú eres mejor editor que yo.
Él: Claro, yo soy mejor editor.

Ya era octubre, era más de una semana en que por fin nuestras líneas de vida se habían intersecado y empezaban a vivir en paralelo, nuestras líneas de tiempo se reflejaban en la del otro, confundidos en la certeza del destino.

Él: Oye, hoy voy a ir a tu casa, dame tu número de teléfono para no estar tocando tanto tiempo afuera.
Ella: Claro, para no estar tocando la puerta.

Un día como hoy estaríamos conversando muy amenamente hace un año. Felices, ignorantes, curiosos el uno del otro, descubriéndonos y abriéndonos para permitirnos entrar. Una tarde del 31 de octubre. un viernes de fiesta en mi universidad, decidí salir en busca de esa chica de lentes, cabello alocado, ojos pequeños y una bocaza enorme que me sonreía como una niña al verme llegar a su casa. ¿Acaso, tal vez, porque de verdad era una niña? Ya es una mujer, una mujer inteligente. Mis amigos me hicieron prometer que volvería, y volví, solo que con más vida y más sueños y volando, volando... como ella lo dijo aquella vez: "Siento que estoy volando."
Llegué a su universidad, no me perdí con esas referencias de esa niña que me decía, en el grifo, en el grifo; y había una millonada de grifos por el lugar. ¡Qué mujer! Si no me perdí fue porque tenía muchas ganas de verla. Después de la noche en que fuimos zombies juntos, una noche en que nos desvelamos según nosotros editando un video, cuando en realidad jugábamos Solitario en la computadora, y veíamos videos que hizo con sus hermanas. Me sorprendió la facilidad con que de desenvolvía frente a una cámara, y su naturalidad. Me enamoré de ella, de su credulidad de tomar las aguitas que yo le regalaba, de su risa y su forma de ser. 

Al fin nos encontramos, no sabía exactamente qué decirle, y en un momento aproveché para que ella aprendiera algo nuevo, le corregí y enseñé los diferentes tipos de [ai], pero no se molestó ni se incomodó como pensé, sino que pensó que era un tipo raro. Bajamos del carro, por su puesto, yo pagué, pero ella no quiso aceptarlo, según ella es 'mujerista'. Vaya, pensé, y luego me dice raro a mí. Quiso devolverme el dinero que había gastado, pero no le acepté, y entre juego de ponernos las monedas en los bolsillos del otro nacía el apegamiento, el acercamiento que haría posible lo que los dos queríamos en ese momento. No sé cómo, porque yo soy un ganzo que a pesar de mostrarse confiado, se está muriendo de miedo por dentro por la posibilidad de ser rechazado y porque ya le tenía miedo al amor; pero le tomé de la mano. Fue un impulso del cuerpo, la inercia del deseo, el sentirse miserable y buscar la gloria de la felicidad, el negarse el 'qué hubiese pasado si me hubiese atrevido' y enfrentar la realidad, cuando la detuve fuerte con la mano y le di un beso en el rostro; pude sentir su estremecimiento, pude sentir que se le salía el alma y que en ese momento me llevaba ella de la mano a vivir una gran aventura. En ese momento creí ver pasar por delante de mí todas las historias de amor que me sabía, y forzaba a mi mente para poder recordar ese poema que había leído solo un par de veces, y en el intento de recordarlo más me olvidaba, porque todo lo que sabía en ese entonces era desplazado por el enorme barco del amor que arribaba el puerto del conocimiento y la razón: me idioticé de amor por ella. Más abajo, después de caminar un poco más, le pedí que fuera mi enamorada, ella aceptó, le reclamé un beso, y en el acto me lo dio, la envolví con mis brazos por la cintura y la levanté. ¡ESTABA FELIZ! ¡ESTÁBAMOS FELICES! Amor mio de mi vida, Jhoselin con h e i normal, morena mía, niña mala, hermana de mi ex mejor amigo, mi periodista, mi zombie, mi editora de videos, mi musa de amor, viejita hermosa... Bájame, bájame, me decía. ¿Tenía miedo? No supe por qué ese momento, pero me juré y le juré protegerla, cuidarla. Nos tomamos de la mano y la acompañé a su casa. Todavía estoy volando, me dijo entonces. Yo debía mantenerme fuerte, por ella, por nosotros, porque sin pensarlo tantas veces ni planearlo al cien por ciento, dispuse en mi vida que habría de amarla por siempre. La abandoné en su casa, con un montón de besos y la promesa de no olvidarla y desearla hasta el momento de volvernos a ver. Regresé a la universidad, más lleno de vida que nunca, gracias a ella.

Entonces, un viernes 31 de octubre entre las 2 y 3 de la tarde, esa chica se convirtió en mi enamorada, y a víspera de cumplir un año sayayin, como dijimos ambos que sería, le escribo esto con la esperanza de que lo lea a tiempo, y con la fe de que me ha estado escribiendo como le dije, pues este lunes dos de noviembre iré a verla a las cuatro de la tarde en el paradero, al costado del poste, donde hay un muro en la que ella se subía para poder apoyarse sobre mí. Esperaré una hora como le dije, no importa si no viene, igual esperaré una hora completa. Como en las primeras cartas que nos escribimos, le dejaré instrucciones de cómo será el próximo encuentro, y las cosas que debe de hacer para que este nuevo correo no se vaya abajo. De todas formas, aún estás a tiempo de arrepentirte... o de atreverte.

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