OJALÁ TUVIERA UN TÍTULO
Hace cinco meses que he superado muchas cosas de golpe, sin mucho rodeo, yendo directo al grano. He tomado el control de mis demonios y ya no dejo que me posean cuando algo malo sucede. Desde que tengo uso de razón, he tratado de buscarle el lado positivo a la vida, por más absurda que fuera, y me reía de las cosas, les restaba importancia, me veía como un despreocupado y simplemente vivía al azar, como improvisando el día a día, pero siempre con una meta en concreto. Es decir, si tenía que llegar a determinado lugar en un determinado tiempo, no importaba qué camino tomara ni cuán dificultoso sería, no medía los peligros y me lanzaba al rodeo, pero siempre cumplía con mis objetivos. Hace cinco meses que llevo esta cuenta, hace cinco meses que controlo estos demonios en mi mente, todos, hasta los peores, y simplemente soy yo. Sigo teniendo metas, sigo lanzándome a la arena de batalla, improviso, y si encuentro problemas, ya no los rodeo y los evito o paso por encima de todo con tal de lograr mi meta, sino que los acecho, les busco el punto flaco y ataco con una solución que no moleste a nadie y me de la paz que necesito. Todo con humor, todo con optimismo. Desde hace cinco meses que mi grado de felicidad ha aumentado, y ahora, puedo decir con mucho orgullo, que soy feliz. Hace cinco meses empecé con muchas cosas que han contribuido a esta felicidad, y la principal de todas ha sido el patinaje. Le debo la mayor parte de mi felicidad a ese hermoso deporte que se ha convertido en parte de mi vida. Poco a poco he ido superando conductas, modificando pensamientos, construyendo filosofías, volviendo a armar ideales destruidos, desempolvando recuerdos y siendo paciente en la espera de lo que tendría que por fin poner término al proceso de dominación del más grande de mis demonios: el amor que no fue (o que tal vez fue). Ese amor tiene nombre, tiene edad, tiene dirección y número de teléfono. Ese amor es y sigue siendo, sin embargo, ya no tanto. Ese amor que no fue (o que tal vez fue), se encargó de verter sobre mí la gota que habría de apagar el caldero que formaba en mi ser aquel demonio. Fueron sus palabras dichas, en serio o con dudas, pero en persona y de frente y sin tartamudear, las que hicieron que lograra domar dicho demonio. Mi determinación, gracias a ella, se fortaleció y le puse, lento pero seguro, fin. Así fue, entonces, como mi tonto apego terminó, y el amor que le tenía se fue volando de mis manos como si hubiese soplado burbujas, desvaneciéndose rápidamente, reventando en el aire sin tregua, hasta el punto de quedar solamente húmeda mi mano, con el recuerdo de haber tenido algo que ya se fue, y con la certeza de que no volverá, aunque me duela. El dolor no duró mucho, para ese entonces ya tenía controlado aquel demonio, y cualquier cosa que me causara malestar, mi sistema de defensa se encargaba de desviar mis pensamientos, los enredaba con quien sabe qué, los cubría con otro recuerdo más grato, y me volví a sentir feliz. El tiempo y la enorme distancia que se formaba entre ella y yo cuando estuvimos juntos por última vez, contribuyó a la inevitable aceptación, ella se fue no aquella última vez que nos vimos, ni la anterior: ella se fue desde hace mucho tiempo atrás.
Recuperé mi corazón.
La liberé y me liberé.
Volví a vivir.
¿Cómo puedo empezar esta segunda parte de mi vida? Confieso que he aprendido mucho con mi primera experiencia. Me ha ayudado tanto, he cambiado. Conocí a una linda persona, su nombre es Ámbar. Y cuando digo 'linda' no me refiero a su físico, que, bueno, también es linda; sino a su forma de ser. Se ríe de mis chistes (a decir verdad, se ríe de cualquier cosa que diga), piensa en mí, es muy inteligente, comprensiva, sabe escuchar, tiene miedo de tantas cosas, quiere vivir aventuras, ha pasado por mucho (se le nota en la mirada), cocina para mí, le quedan hermosos mis polos, trabajamos juntos, ama los niños, me deja ser meloso con ella, confía en mí, y hace más felices mis días. Me gusta tanto estar con ella... Hoy fue su cumpleaños. Hoy habíamos planeado salir juntos, pero la profesora coordinadora del colegio le dio un trabajo para mañana, y ya no pudimos salir. Yo me molesté, de verdad que sí me molesté porque ya lo habíamos planeado. Tomamos el carro, la tomé de la mano para ayudarla a subir, le cedí el asiento del lado de la ventana, y durante largo rato viajamos sin conversar. Yo adopté mi postura de molesto: un brazo debajo del codo del otro brazo, y la mano libre debajo de mi nariz. En realidad, esa postura tomo para cerrar mi boca, para evitar que salgan mis demonios y le dijera cosas de las cuales me pueda arrepentir. Sé que hice mal porque la preocupé ya que no le hablaba, y puso su mano sobre mi brazo preguntándome si estaba molesto. Yo le contesté que sí, y que debía quedarme callado un rato, pero no porque no quisiera hablarle, sino por los dichosos demonios que intento controlar. Ya aprendí que debo callarlos, que puedo lastimar más a alguien con las cosas que pueda decir, y Ámbar me importa mucho como para decirle cosas desagradables. Viajamos otro tramo del camino callados, y me volvió a preguntar si seguía molesto, y yo le dije que espere un rato, que ya termino de discutir conmigo en mi mente. Apoyó su cabeza sobre mi hombro, olí su cabello, sentí sus manos en mi brazo, sus dos manos, y su respiración, en medio del ruido, pude escuchar su corazón: estaba triste. Lo pensé mejor, intenté hacer la conversación de forma natural, pero no encontraba la forma de cómo hacerlo. Subieron al carro a vender helados. La miré, me acerqué despacio a ella, y le dije al oído: ¿quieres un helado? Era nuestro primer helado juntos. Ella sonrió. Aún la sentía triste, pero al menos sonrió. Me encanta su sonrisa. Comimos juntos nuestro helado. Le expliqué qué es lo que sucedía en mi mente, y la abracé. Apoyó su cabeza sobre mí, y mientras le daba besos suaves en su rostro y su cabeza, le decía 'feliz cumpleaños, feliz cumpleaños'. La hice reír. Yo me bajé donde siempre, Colonial con Faucett, y ella se fue de largo hasta su casa, pero no me despedí de ella sin antes darle un fuerte abrazo, un efusivo beso en la mejilla, y un, por favor, no estés triste, ya mañana te doy tu regalo, te cuidas mucho, ¿sí?
Ya sé que me quiere. Y aunque no terminé por pedirle que fuera mi chica, estoy seguro que cuando lo haga, que será pronto, por cierto, va a aceptar, porque yo me encargaré de que así sea. No puede ser de cualquier forma mi petición, tiene que ser especial para que ella lo recuerde con amor.
Empeñaré de nuevo mi corazón, y espero ella pueda darse cuenta de lo mucho que la querré. Todo a su tiempo, esta vez con paciencia.
Profesora Ámbar, nos vemos mañana, cuídese mucho por favor.
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