PROFESORA ÁMBAR

¡Frustración, frustración!
Quiero escribir, pero no sé cómo empezar.

Es como si tuviera algo cruzado en mi mente y haya magnetizado todos mis sentidos volviéndolos estáticos a la espera de un estímulo. Tal vez un color pueda ocasionar el cataclismo de ideas y provoque lo siniestro, lo inexplicable, lo irracional. ¿El rojo? Eso es peligroso, pero al mismo tiempo sé que es el color que ella prefiere. ¿El verde? Ese es mi color, me dice que soy libre, que ha pasado el peligro. ¿Tal vez el ámbar? Ella es ese color, el puente que une los extremos de la calma y la perturbación. El ámbar altera la normalidad de mis días, y eso me agrada.
La primera tarde que pasamos juntos, la invité a comer. Supe sus preferencias en la comida: es vegetariana, pero come pescado. Entonces supe que iba a tener problemas con esa mujer, y era que me iba a gustar demasiado. Aún recuerdo cuándo fue la última vez que la vi reír, y eso fue ayer, a las 8 y 24 de la noche, en el paradero Fundición de la Avenida Colonial, cuando la acompañé a tomar su carro. Le dije, profesora Ámbar, la voy a extrañar. No me respondió, subió al carro, se sentó en un asiento, buscó mi mirada, me hizo adiós con la mano, y su sonrisa... Hoy es sábado, y, carajo, en serio que la extraño. ¿Alguna vez han estado con alguien que se ríe hasta por las puras cuando haces o dices algo? Ella es así. Yo digo, a, ella se ríe. Digo, e, se vuelve a reír. ¿Seré su payaso? Ya quiero que sea lunes, ese día la veré, temprano, a las 7 y 15, ordenando su salón y mirando por la ventana, atenta de cuántos de sus alumnos llegan, y, acaso, también, esperando mi llegada. Yo llego, saludo a mis compañeros, a mis alumnos, y voy a verla a su salón, nos damos un beso en la mejilla, le digo despacito, profesora Ámbar, está muy bonita hoy. Es anti ético mi comportamiento para con ella, estamos en un colegio, rodeados de alumnos que nos miran como su ejemplo a seguir; pero al carajo la ética: Ámbar me pone de cabeza las tardes, lo altera todo, todito. Toda la semana la he esperado a la hora de salida, después de que todos los otros profesores se hayan ido, incluso después de aguantar las miradas insinuantes de ellos y las amenazas del coordinador de secundaria que dice, le haré un memo, profesor, recuerde las normas del colegio. Ella sale acompañada de la directora. Miss Carmen nos dice que nos cuidemos, miss Zoyla nos abre la puerta, nos ven irnos, ¿hablarán de nosotros después? ¡Qué importa! Ya estoy con ella, ya estamos caminando al paradero, ya tomamos el mismo carro, ya le dejo sentarse del lado de la ventana del carro, ya llegamos a Fauccett con Colonial, ya le tomo de la mano para bajar del carro y tomamos otro carro, ya nos bajamos en el paradero Mayo de la Colonial mientras le explico cómo llegar si quiere visitarme, ya nos vamos al mercado a comprar las cosas para juntos cocinar, ya almorzamos juntos, ya estamos viendo una película juntos, ya se pasó la hora estando en silencio, estando conversando, estando riendo, estando planeando, estando animándola a vivir una aventura juntos, queriendo ir de viaje, comentando nuestro día en el colegio, los alumnos inquietos, los alumnos que nos demuestran cariño, lo que pensamos lograr como profesores, preguntándonos sobre la universidad, ayudándola con el inglés; ya nos fuimos al paradero, y ya estoy esperando el día siguiente para repetir todo de nuevo. El martes es su cumpleaños, no conoce La Punta, Callao; iremos juntos después del colegio, y le voy a preparar una sorpresa, y le pediré que sea mi chica. Ya me imagino yo, sentados los dos sobre las piedras, mirando el mar, conversando, haciéndola reír, poniendo mi mano sobre la suya, y diciéndole, profesora, me gusta mucho. ¿Qué pasará? Estoy nervioso. Ya no voy muy rápido, ya no soy tan desesperado, ahora le tengo miedo, tal vez, al amor, pero eso mismo lo vuelve tan emocionante... ¿Qué es lo peor que puede pasar? Que me diga que no. Mierda. No había pensando en esa posibilidad, y es por culpa de mi estúpido optimismo. Pero, ¿y si me dice que sí? ¡Vamos! No lo sabré hasta que no lo intente, ¿cierto? Todo está tan calmado en mi mente, mi sangre la siento fluir como seda en mis venas, mi corazón apenas lo siento latir, pareciera que soy una hoja seca que cae suavemente sobre el suelo, ¿quién vendrá a pisar mis sueños? No me preocupa la respuesta de la profesora. Lo único que de verdad me inquieta es que ya no pueda volver a verla reír. Me he enamorado de su sonrisa. En serio no hay tarde en que hayamos estado juntos y no le haya dicho lo mucho que me encanta verla sonreír. Y cada vez que la llamo al móvil, muero al escuchar su voz decirme, profesor José. Somos unos engreídos, nos gusta el título que nos han puesto los profesores y la directora y los alumnos al referirse a nosotros, profesor y profesora.
Ella gusta del color rojo, yo del verde, y ella es el ámbar. ¿Un semáforo? Yo ando en el verde, el martes consultaré el ámbar, y si me es positiva la respuesta, estaré en el color del peligro, el rojo. Ya me emociona nada más la idea de sentir la adrenalina esa que sientes en ese instante cuando estás declarándote: el corazón se te acelera, los músculos se tensan, empiezas a sudar frío, y te preparas para lo que se viene. Tal vez le gusto, yo creo que sí, y voy a pecar de vanidad ahora mismo, porque de lo contrario no se quedaría conmigo todas las tardes después del colegio, y se va de noche desde el Callao hasta San Juan de Lurigancho.
Profesora Ámbar, su perversa mente es otro tema del cual espero embriagarme hasta saciar la gula, pero, claro, todo de manera muy decente, por ahora, ya que yo soy un indecente, y le confieso (solo porque sé que aún no se enterará de esta confesión), que ya la imaginé de la manera más indecente y perturbadora que se puede, y solo para darle un adelanto, en mi imaginación no llevaba nada puesto, pero me tenía muy encima suyo.

Un beso enorme, por favor cuídese mucho, espero volver a verla sonreír pronto.

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