EL DIARIO DE UN PROFESOR (?): Día X.

Amigo diario, te voy a cambiar el nombre, pero solo hasta conseguir mis tines, o sea que para el mes de abril todavía. Mientras tanto, lo único que me mantiene vivo y con ánimos es mi trabajo de profesor. Digamos que mi felicidad se puede contar del uno al diez. Cuando uso los tines, mi felicidad es de 10, ¡y apunto de reventar!. Ahora que ando de profesor, mi felicidad no es de 10, pero sí de 8, y es un buen promedio aún. ¡Imagínate cuando haga las dos cosas a la vez! 
Es muy gratificante tener segundas oportunidades y darte cuenta que en esa segunda oportunidad, estás dando lo mejor de ti. En mi primera oportunidad fracasé como profesor, era desordenado y apático; tal vez se debía por las circunstancias de mi vida para ese entonces. Ahora, en mi segunda oportunidad, me está yendo tan bien, que nunca me imaginé que sería así de hermoso ejercer esta profesión de profesor, aunque yo estudie ingeniería y no tenga título de ninguno de los dos aún. ¡La gran mayoría odia las matemáticas! Por no decir todos, pero ¿se imaginan un salón de secundaria, en la última hora de clases, de hambre y cansados, esperando con ansias al profesor de matemática? Les estoy hablando de segundo de secundaria, esos alumnos míos que a pesar de ser un curso que no les gusta, saben que su profesor a cargo les dará una clase de locos, con frases motivacionales en la pizarra superior, con anécdotas divertidas, con refuerzos positivos para cada uno de sus aciertos, con los '¡Tú puedes!' constantes, y con la próxima tarea lista para ser entregada y revisada en la siguiente clase. Inclusive ellos mismos me dicen, profesor, ¿no dará nada para exponer la próxima clase? Y es que yo hago eso con ellos, les digo, la próxima clase expondrán todos sobre la clase de hoy, divídanse en dos grupos de hombres y mujeres y que gane el mejor. Y miro a las niñas y les digo, mujeres, no se dejen ganar, yo sé que ustedes son más inteligentes. Y ellas responden, claro, profesor, nosotras somos más ordenadas. Entonces se inicia la competencia, entonces mis alumnos están animados, entonces empiezan a preguntarme qué deben traer para la exposición, entonces les respondo que traigan lo que quieran que la exposición es suya, que hagan lo que mejor les parezca, que si quieren cantar mientras exponen, que lo hagan, que si quieren bailar, que bailen, que si quieren echarse en el suelo, pues que se echen, ¡la exposición es toda suya! Y después de clase, cinco minutos antes de terminar, les pregunto sobre los animes que han visto, y empezamos a conversar, y esos cinco minutos, se convierten en veinte, y salgo apurado del salón para ir a otro salón. Tercero, cuarto y quinto de secundaria, tal vez no tan eufóricos como segundo, que aún son niños, de todas formas me esperan también, con más ganas de escuchar mi clase que aprender el curso. Soy un profesor tan feliz. 
Después a la salida, el encuentro con la profesora Ámbar que suele llegar después de mí en las mañanas, y yo no puedo saludarla pues cuando llego tengo que ir al salón de inmediato. Pero, me estaba saliendo del tema, les decía sobre la profesora Ámbar, esa profesora de ojos achinados, de piel blanca, cabello negro y puntas rojas... Salimos juntos, caminamos hasta el paradero, ella me toma del brazo para subir las escaleras, conversamos, reímos, llegamos a casa, preparamos el almuerzo juntos, se pone mi ropa (le queda hermoso), peleamos con los globos que le he comprado e inflado para ella, nos sentamos a comer y mirar una serie en la laptop, volvemos a pelear con los globos, nos contamos un par de cosas, le invito a soñar, le propongo cosas y ella responde, quizá, no sé, no puedo, me preocupa, ¿pero y si no sale? Y yo le digo, di sí, no digas quizá o no sé. Di que sí puedes, que nada te preocupe, ¿y si te sale? ¡Tú solo sueña! Y llega la hora en que tiene que marcharse, se vuelve a poner su ropa, la apego hacia mí, la abrazo, beso su cabeza, y le digo que todo estará bien. Ella se resigna a escucharme, pone su mano sobre mi pecho, hace un puño con mi polo, y se pone de pie, toma sus cosas y me pide, acompáñame al paradero. En el camino conversamos otra vez, insisto en proponerle cosas, y sigue con sus mismas respuestas. A veces pienso que si comparto mis días con personas así, de esas que dudan y son negativas, yo también seré así; o si alguna de esas personas, algún día se confunda entre mis 'tú puedes', 'no te rindas', 'no dejes de soñar', y etcétera, y se atreva a hacer tantas cosas que no hace solo por que no se cree con la suficiente fortaleza para hacer esas cosas. Voy a seguir siendo su amigo, Ámbar me agrada mucho, me recuerda ciertos episodios de mi vida anterior hace cinco meses, a una persona en especial, y si no pude hacer que ella dejara sus miedos y se atreviera, lo intentaré con Ámbar pero de una manera distinta. Me gusta ella, Ámbar, y mucho. A lo mejor ella y yo tengamos una muy buena amistad, aunque claro, ella haya dicho que quien sabe, el tiempo lo dirá. Lo haré mejor, en serio que esta vez lo haré mejor eso de hacer superar sus miedos y se atreva a soñar. ¿Lo lograré? Eso no lo sabré hasta que lo intente, yo no me quedo con las ganas. 
Cuando estuvimos cerca del paradero, la noté viendo el cielo negro de noche de Lima, miraba una estrella muy cerca de la luna. ¿Qué miras, la luna o la estrella? Le pregunté. Ella respondió, la estrella. Yo le dije, pide un deseo. Creo que lo hizo, porque me dijo que lo hizo. Jajaja. Llegamos al paradero, en silencio, y la noté viendo el cielo otra vez, ¿sigues viendo la estrella? Ella respondió, no, ahora veo la Luna. Yo le dije, ponte ahí. Ella preguntaba que porqué. Yo le dije, tú solo ponte ahí y vuelve a mirar la luna. Lo hizo, y dijo que ahora sí le dijera que por qué hacía todo eso. Y yo le respondí, quiero ver la luna a través de tus ojos. Sonrió. ¿Les he contado lo mucho que me gusta verla sonreír? Conversamos mientras llegaba el carro con el que debía irse, me preguntó sobre mis demonios, y yo le conté que tenía muchos, que qué lástima que no los conozca. Ella dijo que ya conocía uno, y que fue raro pues nunca me había visto molesto. Hablaba de aquél martes pasado. Yo le dije que no se preocupara, que no conociste en sí a mi demonio, sino al que lo combate. Recuerdo que ella preguntó, ¿tú mismo te curas cuando te destruyes? Le respondí, sí, yo mismo soy el que me construyo cuando me destruyo; yo soy mi peor enemigo como al mismo tiempo soy mi mejor amigo, yo dejo salir a esos demonios y yo los controlo, es como si fuera el ángel de mis propios demonios. Volvió a sonreír. Llegó su carro. Nos despedimos. 
Caminé de regreso a mi casa, y me dije a mí mismo en el trayecto, necesito volver a patinar.

Comentarios

  1. ten cuidado a veces los demonios crecen hasta apoderarse de nosotros y dominarnos.

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    1. Muchas gracias. A veces los dejo salir solo para sentir un poco de adrenalina, saberme victorioso, son los pequeños triunfos secretos que se celebran en grande en mi interior.

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