EL DIARIO DE UN PATINADOR: Día I.

Hola, amigo, tú serás lo que se suele llamar: un diario. 
Siempre creí que los diarios son para mujeres, y sigo creyéndolo, jajajá, pero siempre hay una excepción a la regla, pues creo que si por ahí, en algún momento, un patinador que le guste leer se tope con este escrito, pueda tomar apuntes y tener en cuenta ciertas experiencias de un patinador más (que le gusta leer y escribir).
En la actualidad ya patino con normalidad, ya no me caigo y podría decirse que mi técnica va mejorando de a pocos: lento, pero seguro. Comenzaré por explicar por qué patines y no skate, ni bicicleta, ni otra cosa. Pues, bueno, verán, escogí los patines porque es algo que no se ve con normalidad, no es muy común en este país, y se veía mucho más difícil, completamente un reto. Entonces, para resumir, escogí los patines porque eran raros verlos y porque eran más difíciles de dominar. ¡Ah! También son mucho más cool. En las calles de Lima se suele ver skaters, con sus tablas yendo de un lado a otro; también se ven ciclistas, igual, de un lado para otro, y muy raro patinadores, salvo algunos lugares. Seguro dirán, ¡de dónde también serás! Tal vez por las calles miraflorinas se aprecie este deporte con mucha más naturalidad, u otros lugares. Bueno, yo soy del Callao. 
Patino desde hace cinco meses, pero a sido toda una travesía hasta ahora esta experiencia. Cuando compré los patines fue de puro impulso, estaba enfrentando una crisis sentimental y buscaba fervorosamente algo con qué distraerme. Caminaba por las calles de Abancay, salía de La Casa de la Literatura, cuando me convencí en medio de auto insultos y regañadientes, caminar por Mesa Redonda, y, aprovechando que tenía plata en el bolsillo, la plata que me dieron para gastarlo en quince días mientras me llegaba la próxima quincena, gasté el ochenta por cierto de esa plata cuando vi a Tom y Jerry, el nombre que les puse a mis patines, al izquierdo y al derecho, respectivamente. Contento yo, con una sonrisa de oreja a oreja, caminaba orgulloso, sacando pecho, con mi caja de patines y mi mochila y mi chuyo y mi bolsa de libros para los cursos de la universidad. Pasó una semana para atreverme a usar los patines, pues el sentimiento de culpa por el repentino impulso de comprarlos me estaba carcomiendo la cabeza. Si buscaba algo para distraer la mente y olvidar la crisis sentimental, funcionó de maravilla, pues ahora ocupaba mi mente para ver cómo conseguir plata y no quedarme de hambre durante dos semanas. Yo suelo comer con normalidad cinco veces al día, y tal vez pienses que eso no es normal, y peor aún si vieras mi contextura, te preguntarías alarmado, ¡¿Y a dónde va toda la comida?! Imagínense nada más. En fin, mi problema de dinero se solucionó gracias a que soy un engreído hijito de mamá, pues tuve la suerte de que mi madre se apareciera para fin de semana, y le conté entre vergüenza disimulada y mi sonrisa de niño caprichoso, que, ¡mira, viejita, me compré mis patines y ahora no tengo plata! Ella se quedó mirándome, y dijo, está bien, pues, pero no te voy a dar más dinero. Y yo, ¡pero maaaaaaaaaaa! Y ella, no te voy a dar he dicho, por qué no piensas antes. Y yo, ¡pero... maaaaaaaaaaa! Y ella, ya, te voy a dar, pero no lo gastes más en tonterías. Y yo, ¡yeeeeee! Ay, lo que uno aprende viendo South Park. Así fue, pues, como después de clases en la universidad, tomé la decisión de ir al parque que está a una cuadra de mi casa, y con los patines bajo el brazo, fui a practicar. 
Lo más fácil fue ponerse los patines. El resto, me da vergüenza contarte, amigo diario. Acabo de recordar que tengo que ponerte un nombre, déjame pensarlo, mientras tanto, contaré lo que pasó en el proceso de aprender a patinar. Intenté pararme, lo hice a duras penas, y con ese primer logro, me sentí triunfante. Ya sé patinar, pensaba, iluso yo. Lo que continuaba era impulsarse, y al primer intento, ¡pum! De cara contra el piso. Me dolió, miré a todos lados por si alguien me había visto, pero no había nadie, así que, disimulado no más, me paré, no pasó nada, pensaba, no pasó nada. Volví a pararme, me daba ánimos, ya sé patinar, pensaba. Segundo intento, me impulsé, y, ¡pum! De poto, ahora, contra el suelo. Nunca me dolió el culo tanto en mi vida, para serte sincero. En fin, volví a mirar a mi al rededor, nadie todavía, no pasó nada, me decía, no pasó nada. Volví a pararme, y, ¡pum! De poto otra vez. Mierda, me voy a desvirgar, pensaba. Primera ley del patinaje: protégete el culo más que cualquier otra cosa. Volví a pararme, esta vez ya tenía más cuidado, me paré con éxito, ya no me daba ánimos porque ya me dolía el espíritu, e intenté impulsarme, di dos pasos, tres, genial, cuatro, super, avancé seis pasos, estoy feliz, ocho, ya quería llorar, diez, espera, once, un momento, trece, ¡no sé cómo detenerme! Quince, ¡pum! Me salí de la cancha de fútbol y me di contra las rejas, pegado como chicle. Suficiente patinaje por hoy. Adolorido y como estreñido, regresé caminando a mi casa, dispuesto a volver a patinar al día siguiente. Si quería algo con qué liberarme de la crisis sentimental, volvió a funcionar, pues ya no me dolía el corazón por ese amargo amor, sino que ahora me dolía el culo y el espíritu de tanto caerme.

Creo que por hoy esto está bien, amigo diario, te vuelvo a escribir después, mañana, tal vez, me ha dado hambre. Buenas noches.

Algún día patinaré así, pronto, pronto.

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