HERMELINDA

Un nuevo y pequeño amor apareció en mi vida. Fui tan feliz en su momento, que después me desesperé con la idea de no volver a verla. Tan hermosa en su tamaño, tan bella en sus facciones, tan única a su manera: era la niña perfecta.

Hermelinda le hacía honor a su bello nombre. Pequeña, coqueta, engreída, caprichosa, juguetona, melosa y divertida, ¡qué bella! Si tan solo la malicia del mundo no fuera tanta, me la hubiese comido a besos, en abrazos, en apapachos y engreimientos.
Yo llegué de repente al mismo lugar que suelo visitar los viernes por la mañana, me dirigí al mismo lugar donde estuve el último viernes, y de pronto nuestras miradas se cruzaron, me sonrió y me dije, ella es. Me distraje a propósito en otras cosas, y fui a verla otra vez. Saltó de alegría a ver que me sentaba a su costado, me hizo la conversación de la nada y terminamos conversando de todo. Se mostraba muy entusiasmada con historias de princesas y castillos y magia y príncipes y caballos y tanta cosa de cuentos de hadas, soñaba despierta con vestirse alguna vez como la reina Elsa, y me contaba que pronto haría su sueño realidad, mientras cantaba 'Libre soy, libre soy', de su dibujo favorito, Frozen.
Cuando me llamaron por un asunto de coordinación en el programa de voluntarios, Hermelinda se colgó de mis brazos y me pidió que no me vaya. Me emocioné, a decir verdad. Las niñas me aman. Prometí que volvería en unos minutos, nada más, y me hizo jurarle que lo haría, hicimos un pacto de dedos que no me iría tan rápido y que a cambio tendría que traerle una galleta Rellenita. Y me dejó ir, pero no sin antes hacer que la cargue hasta su cama, le quite sus sandalias, y que prometa una vez más que volvería.
Es muy raro, es la segunda vez que me siento tan conectado con una niña después de hace mucho tiempo. Es como si nos conociéramos desde antes sin jamás habernos visto.
La primera vez fue con una niña Kaori. Kaori confiaba en mí hasta el punto de que, en su estado que estuvo, me contara con suma inocencia por lo que pasó, el accidente que hizo que estuviera en el hospital, y cuando venían a hacerle el chequeo respectivo, los voluntarios tenemos que salir hasta que hagan las curaciones, pero Kaori pidió que yo me quedara, y entre lágrimas y quejidos me tomaba de la mano fuerte y solo escuchaba atenta a lo que yo le decía, Kaori, esto es necesario, tienes que ser fuerte, tú puedes, no te rindas, ¿ok? Después conversaremos de todo lo que tú quieras, me quedo contigo, yo estoy contigo, no te voy a dejar. Kaori, tú eres valiente, te admiro tanto. Con el tiempo la visitaba más seguido, y una mañana de repente ya no estaba. Le habían dado de alta. Por ratos pregunto a una enfermera conocida que si no la ha vuelto a ver, y me dice que alguna vez la vio cuando Kaori tenía un chequeo, que la saludó, que la vio bien, y que preguntó por mí y que si yo estaba bien.
Regresé como prometí, con la galleta que me pidió, me abrazó y jugamos. Dos niñas más se nos unieron, nos tomamos fotos, vimos videos, discutimos cosas, nos retamos a vernos a los ojos sin parpadear (perdí), y Hermelinda, para mi sorpresa, no sintió celos. Era muy hermosa. Se divertía y se creía dueña de todo, no perdía el ánimo, era genial. Cuando llegó la hora de irme de verdad, hizo el mismo berrinche, pero esta vez tenía que ponerme serio, hacerle saber que hablaba en serio, y comprendió el mensaje. Me dijo que viniera al día siguiente, yo le dije que iría el viernes otra vez. Y ella respondió: te dije que mañana.

Hermelinda, con sus seis años, conquistó mi corazón.

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