CINCO SENTIDOS
Recuerdo que lo conocimos una mañana de verano del mes de febrero, estábamos en una entrevista de trabajo, y nos presentamos, me tendió su mano y sentí un ligero aprieto firme, de hombre. Desde donde podía, sosteniendo un lapicero, lo observaba a él, distraído, riéndose sin saber de qué, y comentando de vez en cuando. Ella me encargaba la tarea de tomar apuntes que se decían en la reunión, de coger la botella de agua y llevarlo hasta su boca, de arreglarle el cabello que se le caía por la cara, a veces para limpiarle alguna molestia en el ojo, también para taparle la boca cuando bostezara, y un sin número de tareas que una mano puede hacer. En efecto, soy una mano y aunque estoy dividida en dos, izquierda y derecha, mi conciencia sigue siendo una. En fin, volviendo a él, razón por la cual empecé estas líneas, continúo. Al finalizar la reunión él se acercó a preguntar sobre lo que se dijo, parecía estar más perdido que pájaro en el desierto. Después de una pausada conversación, porque vaya qué lento era este tipo, nos despedimos. Por cuestiones del destino, o quién sabe qué, nos vimos en la necesidad de ir juntos a casa, y fue como todo empezó.
Para no hacer largo el relato, me saltaré a la parte de cuando ya éramos amigos, casi amigos de confianza, y es que ese tipo tenía algo que te hacía dudar y creer al mismo tiempo. Nos hacía reír, nos hacía sentir seguras, era bastante ocurrente, casi desvergonzado, y podía llegar a sorprendernos con su forma de pensar, nos dejaba pensando muchas cosas. Cuando nos invitó a comer, descubrimos lo desordenado que era, descuidado, torpe hasta cierto extremo, cínico y sinvergüenza. Era un hombre, después de todo, pero teníamos curiosidad. Yo, siendo una mano, quería tocarlo, quería sentirlo. Déjenme explicarles, amigos, antes de continuar, que yo siendo una mano también soy el tacto, es más, aquel sentido empieza por mí y termina en mí, así que asumí mi rol y empecé a tomar formas. Cuando estuvimos en su casa me dijo que me pusiera cómoda, así que me dio uno de sus polos y un pantalón, salió del cuarto y le dijo a mi compañera que volvería en un rato, que aprovechara en cambiarme, y fue cuando me infiltré para poder llegar a él, o al menos a su ropa. Les cuento sin ánimo de fanatismo, que su olor estaba pegado en esas telas, y se sentía bien, olía rico. Me puse a pensar en que solo es su esencia, ¿cómo olería él?
Volví a tocar su mano cuando en el carro jugamos. Me tomó entre sus manos, y con los pulgares hicimos dominadas, me ganó todas; y utilizó esa excusa para mirarme. Todo eso explicado desde mi perspectiva. Desde la de ella era así: tomó mi mano entre las suyas y con los pulgares hicimos dominadas, me ganó todas; y utilizó esa excusa para mirar mis manos, tocarlas, decirme la forma de mis uñas, fijarse en las líneas de la palma de mi mano, decirme lo ancho que son mis dedos, para intentar sacar el sucio de mis uñas con su boca, para decirme que mis manos estaban frías, para ofrecerse a abrigarlas con las suyas y no poder decirle nada en mi defensa. Creo que me excedí, pero yo que soy su mano, estoy segura que pensó eso, además porque él hizo todo eso. Yo que era solamente su mano, ya iba dividiéndome en tacto para saber más de él. Llegamos a su casa, volvieron a cocinar juntos, miraban una serie en el computador, y ella no dejaba de reír. Estoy muy segura que ella no podía sentirse mejor con él que en su casa, y es por eso que deseaba que no pasara tan rápido el tiempo, y salía tarde, de noche, al paradero para irse. Siempre habría de recordarlo a él una vez estando en el carro, despidiéndole con la mano, o sea conmigo, y pensando en todo lo que hicieron ese día. Un día, cuando por error ella no se fijó en la hora, quiso irse muy tarde a su casa, y él insistió en que no se iría, que dormiría en su cama porque era muy peligroso. A esas alturas de la relación ella ya conocía su temperamento, y ya poco podía hacer para resistirse a su palabra, sin embargo inútilmente lo seguía intentando; puso un montón de excusas y él tres veces el montón de soluciones, y terminó por marcar el número de teléfono de su hermana para avisarle que se quedaría con él. Así fue el primer día en que durmieron juntos. Yo, recuerdo, hasta ese momento ya me había dividido en lengua, para sentir el sabor de su comida que preparaba para ella, tal vez también para saborear sus labios y su lengua juguetona; me había divido en olfato para olerlo más y más a él; me dividí en ojos para poder verle hacer sus cosas, mientras estudiaba, mientras armaba algún circuito que ella torpemente malogró una vez, para verlo preparar su clase del día siguiente, para ver cómo la miraba; me dividí en oído para escucharle recitarle algunos poemas a ella, para escucharle darle ánimos a ella, para escucharle decir sus chistes tontos. Esa noche cuando durmieron juntos ella y él, me dividí en todos los sentidos por él, gracias él, y pude sentirlo por completo. Le miré forzar a sus ojos estar abiertos porque le escuché decir que no se dormiría hasta que ella lo hiciera, ella hundió su cabeza bajo el brazo de él que la abrazaba y pude oler su aroma (me pregunto si alguien más me entendería, de verdad huele muy rico), y una vez ella lo sintió hablar dormido mientras hacía su cabeza de arriba a abajo como un gatito sobre su cabeza, se acomodó para darle un beso, y lamió su rostro. Nos dormimos ella, él y yo, yo en conjunto, porque éramos cinco: cinco sentidos.
- ¿Desde qué hora estás despierto?
- Hace media hora, creo.
- ¿Y estuviste viéndome dormir todo ese tiempo?
- Pues, sí, y dándote besos de vez en cuando.
- Mongolo. Buenos días, profesor José.
- Buenos días, profesora Ambar.
Comentarios
Publicar un comentario
No te olvides compartir :) ¡Saludos!