EL DIARIO DE UN PATINADOR: Día II.
Querido diario... jajajá, nunca vuelvas a permitir que te diga 'querido diario', compare, somos machos nosotros. Amigo diario mejor. Bueno, empecemos otra vez.
Amigo diario, hoy fue un día espectacular, fenomenal, fuera de serie, increíble, utópico, completamente fuera de la lógica a la que estoy sometido, totalmente anti rutina: conocí personas, un grupo de personas que patinan y no sabes lo feliz que me hace sentir eso. Fue fácil, son realmente accesibles esos jóvenes, muy buena onda, un 'hola' y rapidito caen, ni si quiera me esforcé. Me enseñaron una técnica de patinaje llamada 'cross over', la aprendí rápido, pero aún tengo que practicar para perfeccionarlo. Además que jugamos a los encantados: nunca pensé que jugar encantados fuera tan divertido en patines. Estoy muy feliz, a pesar que llegué a casa con los pies molidos.
Pero, volvamos al pasado, los tiempos en que aún me caía. Por cierto, había pensado en explicar cómo realizo las técnicas de patinaje que aprendí con dibujos y fotos y videos, para que aquel que se tope con este escrito, sepa o tenga una idea de cómo realizar sus movimientos para mejorar su patinaje. Aunque eso demanda más trabajo, y vaya que soy un perezoso, pero por el bien de mis amigos lectores, lo haré para que aprendan, y quien sabe, a lo mejor un lector que no patine se anime a hacerlo. No es fácil, para qué te voy a mentir, amigo diario, todo con respecto al patinaje requiere esfuerzo y dedicación, no rendirse a la primera, y perderle el miedo a caerte.
Después del día en que decreté la primera ley del patinaje: protegerse el culo por sobre todas las cosas, salí a la mañana siguiente con los patines bajo el brazo, después de la universidad, al parque a practicar. Esta vez decreté la segunda ley del patinaje, pero antes de mencionarla, te contaré cómo fue que llegué a decretarla. Yo, todo inocente, sonriendo de oreja a oreja, llegué al parque, era todo tan mágico, los pajaritos cantaban en la copa de los árboles, las nubes surcaban el cielo azul lentamente, y el sol era cálido. Ya, en serio, esta vez había gente, me puse los patines, me paré, me impulsé, y, adivinen, ¡pum! Me saqué al ancho. Miré a mi al rededor, todos me habían visto, qué roche, se reían. Al toque no más pensé en acercarme y decirles amablemente, '¿qué chucha es tan divertido, conchatumare?'; pero, no, no lo hice. Sino que me paré, me impulsé otra vez, y con la intención de esta vez demostrarles que yo sí puedo, me caí, de nuevo, y me quedé con las ganas de demostrarles que yo sí puedo, y más bien, me dieron ganas de dejar de patinar, porque caí sobre suelo áspero, y puse las manos para evitar la fuerte caída, y de alguna forma funcionó, pero no para mis manos. Ahí fue, entre sangrado de mano, piedras incrustadas en mi piel y disimulado dolor, porque no iba a demostrar dolor frente a mi público, decreté como segunda ley del patinaje, usar guantes gruesos para detener las caídas. Obviamente, todo ese dolor infringido a mi cuerpo, porque no solo las manos me golpeé, se encargaba de tratar de evitar que me vuelva a caer, y obligadamente tenía que aprender a patinar lo más rápido posible, porque ni loco abandonaba esto que había empezado. ¿Cómo te lo explico? No quería regresar a casa y abandonar los patines porque, uno: me había costado dinero; dos: no me rindo tan fácilmente; tres: no quería que al final me preguntara a mí mismo, que qué pasó con mis intentos de patinar, y solo responderme, no pude. No está dentro de mis principios rendirme, siempre hasta el final, aunque lo haya perdido todo, aunque no quede esperanza, aunque tenga que arrastrarme, yo lucharé.
Así fue, pues, que después de cinco meses ya sé patinar, no a la perfección, pero lo suficiente como para que los que no saben me miren y digan, yo quiero patinar.
Creo que por hoy está bien, amigo diario, te dejo hasta mañana, tengo hambre. Prometo esta vez explicar todas las técnicas que aprendí, con dibujos y fotos y videos. Aunque creo que con dibujos por ahora, porque no tengo celular. Pronto tendré uno.
Con respecto a mis amigos que conocí, voy a ir a verlos otra vez pronto. Esta vez trataré de aprenderme sus nombre y no olvidarme. Es divertido patinar.
Y, ahora que lo recuerdo, la tercera ley del patinaje es: NUNCA RENDIRSE.
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