EL DIARIO DE UN PATINADOR: Día III.
Amigo diario, no sé si estar triste o estar feliz, y es que han pasado unas cosas para pensar en todos estos días en que estuve ausente. Verás, mi tristeza viene arraigada al hecho de que mis patines ya les di de baja, y el problema es que no tengo dinero para comprar otros. A decir verdad, también me da pena abandonarlos solo porque sus llantas reventaron, sería mejor si solo le cambio las llantas, y el resto de Tom y Jerry, los mantengo conmigo. Estarán viejitos, raspados y feitos, pero fueron mis primeros patines, y desde ya los amo como si fueran mis dos mejores amigos, y es que fueron eso, mis dos mejores amigos. Siento tanta pena. Pero, lo otro, es que conocí a una chica llamada Gladys, justo en el momento en que tuve mi primer accidente automovilístico, del cual, para serte sincero, me siento orgulloso, ¿por qué? Porque sigo vivo.
Estaba por la avenida Universitaria patinando, le estaba dando carrera a todo dar, ya no me canso como antes, y la técnica llamada 'cross over' cambió mi vida totalmente, pues podía llegar a alcanzar altas velocidades sin gastar mucho las piernas. Así iba yo, abriendo las manos y cruzando las piernas para impulsarme, pues así se realiza el 'cross over', cruzando las piernas, y en un momento volví a abrir las manos, y mismo Titánic a lo Rouss me sentí (es lo más gay que pude haberte dicho, compare, pero no me mal interpretes, yo soy bien machote). Así andaba, feliz por entre los carros, hasta que llegué al cruce del tren cerca al puente Duarez, es una pendiente de lo más divertido, ¿sabes? Me impulsé para bajarla rápido, crucé dos veces las piernas para impulsarme mucho más, y en una de esas, ¡pum! Sin comprenderlo muy bien, perdí el equilibrio, luché por mantenerme en pié, pero de nuevo, ¡pum! Me caí para adelante, rodé unas cuantas veces, pero no me hice daño, pues hace tiempo estuve aprendiendo 'Parkour' y ya sé cómo caer, además de la experiencia que tengo cayéndome en patines. El problema, en realidad, eran los carros que iban detrás de mí. Me putearon a más no poder, unas cuantas personas se pusieron a mi al rededor, chismosos; y el chofer de una custer me decía, ¿qué tal si te hubiese atropellado? La pista es para los carros, tienes que tener cuidado. Pero yo le expliqué que la llanta se había reventado, se rompieron, se partieron, se rajaron, y más pena sentía yo por mis patines que por el golpe que me había dado, sin darme cuenta, en el muslo izquierdo. De no ser por el protector que llevaba, me raspaba toda la santa pantorrilla. En fin, no pude pararme en ese rato, y ahí fue donde apareció ella, Gladys. Se acerco a mí con sus sandalias de enfermera, su ropa de enfermera, y las maneritas únicas de las enfermeras. Me dijo, te vi desde la avenida Argentina patinando, y me daba envidia, déjame revisar tu pierna. Mientras sentía sus manos toquetearme sin ni si quiera haber aceptado que me hiciera esa revisión, sentí un estremecimiento que recorrió todo mi cuerpo, y ella iba diciendo, ibas muy rápido; y yo sentí que no debía pararme así resultara curándome por completo, pues quería que siguiera tocándome, ay qué mañoso yo. Gladys es bonita, muy bonita, me encantaron sus pecas por encima de su blusa de enfermera, y la ternura de su voz, y la simpleza de su atención. Los chismosos se fueron, el señor de la custer también, y después me dijo, Gladys, que ella iba en esa custer. Le comenté sobre el grupo de patinaje al que me integré hace poco, las técnicas que voy aprendiendo, y todo eso. Estuvimos buen rato conversando hasta que se me pasara el dolor, y ella preguntó, ¿por qué patines? Yo le respondí, porque para poder avanzar, tengo que impulsarme yo mismo. Nos miramos mudos, hasta que bajó la mirada con una sonrisa, y me dijo que le gustaría aprender. Ya me sentía mejor, ella detuvo su carro de nuevo, le di las gracias, nos despedimos con un beso en la mejilla, me dijo que me cuidara y adiós. Después pensé, ay, qué galanzote eres, José. Y cuando reaccioné, me dije, ¡Eres un huevón! No le pediste el número de teléfono. La vida te da sorpresas...
Por eso, creo que estoy triste, sí, estoy triste, mis patines ya no dan para más. ¡Qué va a ser de mí!
Con Gladys, usaré los datos que obtuve con la simple observación meticulosa que hice sobre ella en cuanto la tuve cerca, y es que a mí no se me escapan los detalles. Recuerdo que en su pecho, ¡y no es porque le haya estado mirando las pecas de sus tiernos pechos en forma de copo de nieve! ¡No! Vi una insignia de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. O sea, por simple deducción, estudia en esa universidad y está haciendo prácticas en algún hospital. Su nombre lo sé porque en esa insignia llevaba su nombre: Gladys R., y al parecer los viernes por la mañana sale de su turno de noche en el hospital donde esté haciendo sus prácticas, pues la noté con ojeras, pequeñas, pero no invisibles, y su semblante era de cansancio. En fin, más datos. Como diría Sherlock Holmes: Datos, datos, datos, no se puede hacer ladrillos sin arcilla, Watson. De todas formas, no importa cuánta información tenga, no haré nada, jajajá, no tengo ganas de nada que no sea patinar, comer, leer, escribir y domir.
Tengo hambre.
Te escribo otro día, amigo diario, le buscaré unas llantas a Tom y Jerry, para que me lleven a patinar por todo Lima.
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