EL DIARIO DE UN PATINADOR: Día VI.

Amigo diario, hola otra vez. Hoy fue un lunes de aquellos que crees que empiezas con el pie derecho, pero al final te das cuenta que no es así, que resolviste empezar la semana con los dos pies. 
He atrapado la realidad en mis manos, como si fuera un cubo de Rubbick, y le he dado vuelta y vuelta tratando de armar por fin una cara de un solo color. Cierto es que lo logré, al menos solo una, pero tanto como con el verdadero juego ese como en mi vida metafórica, no logro armarlo por completo por el simple placer de experimentar movimientos, posibles 'qué pasarán si hago esto'. Puedo aprender los movimientos que realizan los más experimentados y armarlo y sentirme realizado, claro que puedo, pero no es lo mismo que te enseñen a que tú mismo aprendas. Podemos empezar por el comienzo y terminar por el final, eso es lo normal, ¿cierto? Lo más lógico, también. Pero, ¿qué me dices si empiezo por la mitad y termino en quién sabe donde?
Digamos que el lunes empieza a las doce de la madrugada, supongamos que desde el primer segundo que marca el reloj, ya estamos en el día lunes definitivamente, y que el domingo ha sido totalmente superado. Cada día se avanza, cada día se da cuenta uno que no puedes recuperar el día anterior por más que lo desees. Cada segundo cuenta, cada minuto y cada hora. ¡Aprovecha tu día! ¡Carpe Diem! 
Me desperté a las cinco de la mañana del mismo día en que me dormí, lunes, pues dormí como a las doce y media de la madrugada. Antes de dormir, me dije que me levantaría temprano para estudiar matemática avanzada y poder rendir mi examen con éxito. Estudié, y pensaba, como siempre, en ella. Amigo diario, ella es la misma 'ella' de la que te hablé hace poco. Leí un mensaje en el celular de ella, quería que la acompañara después de salir de su trabajo. Me animó mucho, pensé, 'empiezo bien la semana'. Mi pie, por cierto, ya recuperó el movimiento, aunque aún sigue adolorido. Cojeando llegué a la universidad, pasé a limpio los ejercicios que había resuelto el día anterior, y en una hoja y bien ordenado, se lo presenté al profesor, para después, rendir el examen final del ciclo verano, el cual, y lo digo con orgullo, lo di excelente. Temas como serie de potencias, series de Taylor, series de McClaurin, series de Laurent, serie de Fourier y etcétera, fueron resueltos con mucha precisión, y pensé, acabo de empezar la semana con los dos pies. ¡Eso es genial! 
Salí a las dos y media de la universidad, y recibí un mensaje de mi hermana enviándome dinero. Lo fui a recoger y pensé que si tuviera tres pies, diría que empezaba la semana con tres pies. Lo único que faltaba era la noche para ir a verla. Llegué a casa, me senté a comer, para variar; mirar mis dibujitos y pensar en las cosas que le diría a ella. A decir verdad, todo el santo día estuve pensando qué decirle, incluso en medio de la resolución de aquellos complicados problemas de matemática. Me pregunto si en la resolución se me habrá escapado de puño y letra su nombre y el profesor crea que es parte de mi solución, y pues, si supiera cómo pienso, a lo mejor comprendería que en verdad ella es mi solución al problema más grande sobre la faz de la tierra, la felicidad. Sí, la felicidad es un problema, encontrarla y disfrutarla y hacerla duradera es el verdadero problema. Sin embargo, cuando la tienes entre tus manos, no piensas que es un problema, la disfrutas, la vives, y si no eres inteligente, se te puede escurrir de las manos por los dedos como cuando intentas atrapar agua. Así fue ella, mi felicidad plena y mi problema más serio. Si hubiesen existido los teoremas que ahora tengo inventados para poder entenderla, si tan solo mi yo actual hubiese viajado al pasado y dejarme aquel manual para entender a esa vieja hermosa, sería tan diferente entonces. Pero, vaya, amigo diario, no me arrepiento de nada, ¿sabes? Pude haber sido un completo idiota antes, y ella es magister siendo una tonta; y juntos éramos los imbéciles más felices del mes de noviembre del 2014. De eso estoy seguro. Me dormí, por cierto, como a las cuatro y algo de la tarde, pensando, me levanto a las cinco y media y salgo rapidito en busca de ella. Calculando, por supuesto, el tráfico y mi velocidad al caminar, pues esta cojera me está jodiendo la vida. Más porque no puedo patinar que por otra cosa. Ya me había acostumbrado a no utilizar carros ni ser un simple tonto mortal más que camina. Yo creía ser parte de una élite, y verdaderamente lo volveré a ser en cuanto recupere mi estabilidad en mi tobillo. En fin, no fue como lo planeé, sino que me desperté a las seis y cuarenta. ¡Mierda! Pensé, no llego ni a palos, pues la cita era a las siete y cuarto, y yo odio ser impuntual. Bajé corriendo, si así puede llamarse al acto de caminar rápido y como pingüino, hacia la calle. Justo pasó un taxi colectivo, ya sabes lo creativos que somos los peruanos para cualquier cosa, y fui en busca de ella. Durante el camino repasé todo lo que había pensado hacer en cuanto la viera, y hasta fingí conversaciones y preguntas y las respuestas a esas preguntas y me decía, ya lo tengo todo preparado, oh, yeah, oh yeah. En cuanto llegué no dije ni pío. Perdí la razón, dejé que la emoción de poder verla sonreír en persona me invadiera y no creí necesitar un tobillo fracturado para perder el equilibrio y caer. Mi mente se hizo tan en blanco que rogué por favor que en ese instante me atacara la reminiscencia y recordar todo, volver a nacer, volver a aprender todo lo que necesitaba para hacerla feliz, y entonces comprendí que con ella no se necesitan fórmulas ni teoremas ni axiomas ni leyes de nada, con ella solamente tienes que preocuparte por aspirar fuerte para poder respirar. Me fijé entonces en todo, la examiné palmo a palmo y cada milímetro de su ser. Apunté de memoria sus acciones y sus palabras. Y el resultado fue este: su frente sigue grande, su boca también, sus piernas son más anchas, sus manos igual de tiernas, y su belleza rara aún la conserva. Durante el camino, volteó a verme 73 veces para ver si no estaba muy lejos, pues ella caminaba más rápido y yo no, por mi cojera; caminó de espaldas 6 veces mientras conversábamos, se amarró el cabello 4 veces, ansié poder tomar su mano todo el maldito camino, e intenté olerla disimuladamente en los semáforos en rojo. Se quejó que le duele la pierna de tanto caminar como unas seis veces, y me preguntó si me dolía a mí mi pie 4 veces, y me dijo que soy terco, precisamente repitió la palabra terco, 13 veces durante todo el camino. Ofrecí comprarle cancha dos veces, en la segunda dijo que sí; quise invitarle otras cosas unas siete veces más, y todas fui rechazado. Estaba haciendo cuentas mientras caminaba, eso es obvio ahora si leen todo esto. Y le pedí disculpas una vez. Ella, igual. 
No quise que se fuera, sentía que faltaba algo, pero solo yo lo sentía. No quise que se fuera y tampoco tenía la idea clara de por qué no quería que se fuera. Solo no quería que se fuera pero tenía que hacerlo. Maldita sea. Cuando se fue, no quise verla partir, así que me fui con las mismas y me dije en mis adentros, tengo que volver a patinar, tengo que volver a patinar, y fui repitiéndolo durante todo el camino. 
Morena, ojalá te des un tiempo para leer esto, espero que te estés dando un tiempo para leerme. Quiero que sepas que todo lo que te digo mientras escribo es verdad, que todo lo que te dije hoy, también es verdad. Yo te quiero, de verdad que lo hago, pero te quiero para compartir juntos nuestros sueños. Morena, si estás con otra persona, yo respeto eso, no te preocupes, pero no esperes que yo deje de quererte por eso. Y si esa persona se queda contigo, si forman una vida juntos, quien sabe, yo esperaré a que se muera y volveré a buscarte. ¿Crees que así de fácil dejaré de quererte? Ya no, me quedé contigo, mis días son por ti, todo. Sí, hay gente que podría burlarse y decirme y pensar que soy un idiota, y, ¿sabes que les digo yo a ellos? ¡Gracias por los ánimos! No pienses que mi vida se ha detenido, tampoco, mis días siempre son con la meta de seguir avanzando, hasta algún día alcanzarte. ¡Vive, ama, sé feliz, amor! Yo aún creo que tú eres la única persona que puede salvarme la vida.
Lo del patinaje, no lo dejaré. Te confieso que es la única forma en que siento mi corazón latir tan fuerte como cuando te pienso. Después siento que soy nada, que soy un ser vacío. Por eso patino, para sentirme vivo. Y sí, es peligroso, y es porque yo lo llevo hasta ese extremo. Me gusta arriesgarme y experimentar el miedo. Es cierto, puedo morir en el intento, pero al menos cuando lo haga tendré una excusa para decir por qué he muerto, y si algún día, como te digo, pase aquella tragedia, ojalá los medios se den una vuelta por mi blog y, antes de poner un título de 'patinador muere por huevón', pongan un título de 'loco enamorado muere siendo feliz'. Porque eso soy, un loco enamorado que patina para ser feliz, ya que no tengo, por ahora, tu amor. 
Te amo, morena. No lo olvides.

Comentarios

  1. No te entiendo para nada, José.
    No hagas tonterías. Cúrate ese pie de una vez. Llámame.
    Te quiero, conejillo.

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