JHAZMÍN
Ella tiene el olor de los jazmines impregnado en su piel,
y el sabor de sus labios tienen una miel exquisita que no quieres dejar de probar.
Lleva el cabello hasta el hombro,
y sus ojos son del marrón más claro que pueda existir.
Ella ignora que le estoy escribiendo un poema,
ella ignora que pienso en ella,
ella solo sabe que me gusta el plátano,
el panetón,
el chocolate,
los libros
y que soy un mal contador de chistes.
Era un martes 8 del mes de diciembre, una tarde sin luces como los otros días, sentado cerca del riel del tren, leía mi libro, sumergido en ese mundo, cuando la veo sentarse en otra mesa, una cerca y en frente mío, llevaba lentes y una cola amarrada en su cabeza, cruzó las piernas y cruzaron nuestras miradas. Hice un hola con una mano, ella correspondió. ¿Y ahora qué hago? pensé, nunca he llegado tan lejos. Llevaba un extraño libro entre sus manos, Persuasión, de Jane Austen, le pregunté sobre ese libro y llegó a interesarme, se parecía tanto a una historia que viví... Conversamos de los tantos otros libros que habíamos leído, y fue extraño cómo dos personas que no se habían preguntado el nombre conversaban y reían como si fueran viejos amigos. Una hora más tarde la noche cayó sobre nosotros, nos levantamos para continuar nuestra conversación en la Plaza de Armas, pues La Casa de la Literatura habría de cerrar pronto, y la pasamos tan bien que ni cuenta nos dimos que aún seguíamos ignorando nuestros nombres.
- Por cierto, ¿dónde vives? - le pregunté.
- Ahora estoy viviendo con mis padres en el Callao, pero yo vivo en Arequipa, soy profesora de inicial. -
Jhazmín, ese era su nombre, se lo pregunté antes de bajarme del carro.
Volvimos a salir dos días después, fuimos al mismo lugar, la recogí de su casa siguiendo las instrucciones que me daba para llegar hasta ella, y se nos entró la idea de ir a comprar libros a Quilca, el Edén de los libros, como lo llamo yo. Hay cuadras llenas de librerías, y ella no lo conocía. Comparte la misma afición por los libros que yo, y soporta mi forma de ser. Estoy con niños todo el tiempo, me dice, solo que ver un niño viejo tierno como tú me sorprende y quiero estudiarte. ¿Soy tu conejillo de indias? Le pregunto. Eres un mongol, eso eres, responde.
Pronto la besé, mientras comíamos helado, ella de lúcuma y yo de chocolate, cuando se le cayó la bola superior y me reí, ella puso cara triste y yo la consolé, y cuando me acerqué, cuando le hice un ligero peñizco en su rostro, al ver sus ojos con las pupilas dilatadas, al notar que de verdad si me seguía riendo iba a llorar, la tomé de la nuca, la acerqué hacia mi pecho, y con la voz más paternal que pude hacer le dije, 'Tranquila, Jhazmín, ahora te compro otro helado, ¿está bien?', y le di un beso en la frente. Gracias, me dijo ella, con su voz de niña. La miré a los ojos, ya estaba mejor, y le di un beso en la cara, luego otro beso, y otro, y nos besamos. En la calle del jirón Unión caminamos de la mano, ella con su helado y yo con mi helado, saltando de rato en rato sin pisar la raya de las veredas. Nos divertimos. Me gusta esta chica, por eso escribo un poema para ella, uno corto aún, por ahora uno corto, Jhazmín, pronto te contaré sobre este blog.
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