ETE
Tuvimos una buena historia juntos.
He vuelto a recordarla porque he retrocedido el tiempo en el corazón.
Fue la temporada ETE, mi amiga, mi compañera, el amor sincero, el imposible. Ella me quería, de eso estaba seguro, y yo moría por ella; y si no se dio fue porque yo soy un idiota, así de simple. Ahora que la vuelvo a recordar, pasa por mi mente las escenas exactas de los días que pasé con ella, con esa chica alta de piel blanca, abundante cabello lacio y labios carnosos, una niña al divertirse conmigo, una adulta para las cosas serias, increíblemente competidora, comprensiva y directa, madura para corregir mis errores e inmadura para morirse de la risa con mis chistes: Sthepanie Lara Lopez de mis delirios. La saqué de mi memoria, de mi corazón, no sé por qué me alejé de ella, pero la seguí queriendo por mucho tiempo, y cuando la marea estaba calmada, el mar estaba silencioso, el barco había estado como anclado, las velas sin aire para avanzar, el timón imposible de mover, conocí a otra mujer que expandió los dominios del triángulo de las Bermudas e invadió el océano. Pero esto no va dirigido a ella, porque ya la perdí en alguna parte del inmenso mundo que se desmoronó con ella.
No recuerdo muy bien cuándo la conocí, pero aproximadamente la conocí un 9 de enero del 2013 una mañana de un lunes a las 8 de la mañana en el salón de la academia Pitágoras, yo llegué y me senté delante de ella, sin darme cuenta que estaba ahí, y en algún momento, en la espera del profesor que no llegaba, escuché estornudar a alguien atrás mío, y como tenía la costumbre, grité fuerte: "¡Muere!" Y una voz de niña chinchosa contestó, "Tú primero." Volteé para ver quién se había atrevido a desafiarme, y me topé con esos enormes ojos bola y me dio escalofríos. No le dije nada. Fue como empezó el cataclismo del encanto de conocernos y convertirnos en cómplices de lo siniestro, lo espantoso, el Edén del miedo y la ternura de su voz, fue como la llave que permitió abrir un portal hacia lo desconocido y muchas veces anhelado e imaginado en los libros de amor que había leído con desenfreno.
Los siguientes días vinieron y yo siempre, al entrar a clase, la buscaba, y ella me buscaba, y cuando se cruzaban nuestras miradas, el que miraba primero al otro era el ganador, y sonrientes nosotros nos sentábamos, satisfechos del primer triunfo del día. Yo empecé a sentarme delante de la clase, en la primera fila, en la esquina del salón, junto a la ventana, y me perdía en mis pensamientos. ¿Me estará mirando? ¿Qué hará? Tengo hambre. ¿Le gustará el chocolate? ¿Eso de allá es una mosca? ¡Oh, mira, un avión! Tengo que concentrarme en la clase. ¡Ah, con que así era! No entiendo. ¿Ella estará entendiendo? Creo que sí, tiene cara de saber. ¿Sabrá más que yo? Carajo, no debo dejar que me gane. Ojalá un día se le ocurra sentarse conmigo.
Un día, cansado de quien sabe por qué, me senté en el mismo lugar de siempre, puse los brazos sobre la mesa para usarlos como almohada y miré por la ventana, como perdido en el tiempo, y de pronto apareció una sombra, y una voz como proveniente del cielo escuché decir, ¿me das permiso? La miré, y a pesar que el día era nublado, o así creo recordarlo, ella tenía un aura especial, como si llevara el sol encima, la confundí con lo celestial, se me pasó por la mente de repente creer en Dios, y creí entonces que si Dios existía, debía ser mujer, y esa mujer sería ella. Claro, siéntate, le respondí. No dije más, el profesor llegó, y la clase empezó. De rato en rato la escuchaba estornudar, pero no le decía nada, esa mujer me daba pánico, porque después de cada estornudo solía mirarme, como esperando, como diciéndome, a ver pues, estoy a tu lado, dime que me muera. Eres un tarado, José, pensaba en mis adentros, eres un cobarde, un marica, puro bla bla bla. Me desengañaba, según yo, y llegué a pensar que ella nunca estaría con alguien como yo. ¡Achis! Estornudé. "¡Muere!", me dijo ella, estando a mi lado, volteé a mirarla, ella no me miraba, fingía leer su cuaderno. "Tú primero", le contesté. Volteó por fin, me miró, la miré, nos miramos, y de pronto pensé en sus ojos, lo enormes que eran; sus labios, lo carnosos que eran; su cabello, lo lacio que era; su piel, la claridad que lo invadía. Le puse atención. Le dediqué mi paciencia. La quise. Al siguiente día no tienen idea de cuánto deseé que se sentara conmigo otra vez. Estaba decidido a hablarle de lo que sea. Así fue, se sentó a mi lado otra vez. "Hola", me saludó. Le respondí, pero me atacó estando yo desprevenido, no estaba preparado, me dio pánico otra vez. "¿Sabes qué hace un puntito verde en una esquina?" Le pregunté. Me miró seria, "¿Qué hace?". Joder, ¿eso es lo mejor que tienes José, enserio? Ya la cagaste, continúa."Es un sapito castigado." De pronto el salón estalló con sus carcajadas. Ay, Dios mío, qué bello canto te inventaste, gracias por darle a esta mujer la capacidad de reírse con todas sus fuerzas. Todo el mundo nos miró. Yo me reía de su risa, y ella se reía de mi chiste, o eso creí hasta que me dijo que le daba más risa mi cara al contar el chiste, y desde entonces no hubo día en que no me aprendiera un chiste para que se riera, y de los chistes estúpidos, porque ella me dijo que eran los mejores, y más si lo cuenta alguien tan estúpido como yo, y eso me encantó. El día era de lo mejor, todas las mañanas que vinieron también lo fueron, no hubo momento alguno en que no nos riéramos por cualquier cosa, no hubo momento en que no nos corrigiéramos nuestros errores en la matemática, no hubo momento en que no discutiéramos, pero ella era la mejor enojándose, y hacía unos berrinches tremendos, pero era débil, era cosquillosa, y se reía de cualquier estupidez que dijera o pensara en voz alta, y volvíamos a ser nosotros, indiferentes a lo que los demás dijeran o creyeran, indiferentes del mundo y consientes del pequeño espacio que ocupábamos en la realidad, sin embargo lo creíamos tan vasto y hasta más inmenso que el universo; y cuando yo fingía molestarme, o cuando me molestaba de enserio, ella me conquistaba de la misma forma en que yo lo hacía, y eso me encantaba. En algún momento un profesor nos llamó la atención, pero casi todos sabían y conjeturaban nuestra relación, y nos la dejaban pasar. Mirando la pizarra, ETE, le dije, espero estés mirando la pizarra. Ella no lo entendió al principio, pero cuando se dio cuenta que el profesor estaba sentado frente a nosotros, en cuclillas y de espaldas, se rió y no saben cómo. Esa mujer no tenía escrúpulos, era como yo, yo me río así. El profesor y los demás gritaron, ¡Oye qué le haces! Y se hizo un tomate, se avergonzó, pero no paraba de reír. Ahora que lo pienso, de lo primero que un hombre se enamora, es de la sonrisa de una mujer. Y a pesar que estoy escribiendo sobre ETE, no pude evitar recordar... Nada, olvídenlo. Estaba hablando de ETE. Una vez salimos juntos de la academia, era fin del mes de enero, y ya pensaba qué regalarle para el 14 de febrero, día de San Valentín, y fiel a mi estilo, le pedí algo, "ETE, ven un ratito, préstame tu cuello." "No, me vas a ahorcar seguro." Dijo ella. "No seas mongola, trae tu cuello, no te voy a ahorcar, hay mucha gente." Y de nuevo su risa. "Pensaba que ibas a decirme algo bueno, pero me sales con 'hay mucha gente', te pasas." Quería medirle el cuello. Encajaba en mis dos manos juntas. "Uuummm, de verdad puedo ahorcarte fácil." Y otra vez su risa. Fue el primer día en que la acompañé a su casa. "Cuando quieras ven a visitarme, si ves esa ventana prendida es porque estoy en mi casa." Está bien, le dije, te tiro una piedra para llamarte. (Joder, los recuerdos otra vez.) "No seas loco, van a pensar que eres un piraña. Ya tienes la pinta, pero no." Y su risa otra vez. "Toca como las personas civilizadas." Nos despedimos, me fui, tramando algo desde ya para el 14 de febrero. Los siguientes días fueron como todos, risas, chistes, discusiones, estudios, el examen de admisión, hasta que llegó el día, fue un día como todos, nada especial, no decía nada yo, estaba más serio de lo normal, tenía miedo, me faltaba valor. Justo cuando lo iba a hacer, suena su celular, sale de pronto del salón, y me quedo solo. Ya casi, al despedirnos, salí a comprar. Regresé, acabó la clase, teníamos que irnos a casa, y la detuve un momento. "ETE, te quiero mucho, mongola." Y le di un collar con un arroz y una leyenda escrita en él: 'ETE', ya sé que no es la gran cosa, pero a mí me resultó alucinante la vez que lo vi cuando fui a la playa con mis amigos, en ese momento pensé: 'Wow, qué chevere es esto, ¿cómo lo harán?Esto le voy a comprar a ETE, necesito medir su cuello.' Y además del collar, le di un chupetín. Me miró, se enterneció, y me dijo: gracias, amigo, yo también te quiero, mongolo. Y nos despedimos. El día que lo compré, todos mis amigos sabían por qué lo compraba, y cuando me vieron salir del salón me preguntaron, '¿le diste su arroz a ETE?' Salimos a jugar partido todos, como siempre, mis buenos amigos.
Los siguientes días pasaron normales, yo tuve que dejar de ir a la academia por falta de dinero, ya no veía a ETE tan seguido, pero eso no significaba que yo me olvidara de ella. Cuando volví, ella se había ido de la academia. Fui a buscarla. Me contó que se había cambiado a la pre de la universidad, pero que iría a la academia dos días a la semana para estar en las clases de un profesor de Química que ella entendía mejor. Está bien, le dije, cuando vengas me avisas y te invito un chupetín. Y nos despedimos. La mañana en que ella fue a la academia, yo llegué tarde, pero de todas maneras entré a clase. Pregunté si la habían visto, me dijeron que no. Bueno, pensé, no habrá podido venir. Llegó el receso y me quedé en el salón. De pronto recibo una llamada, lo miro, era ella, me paré enseguida, giré rápido 180 grados y me tropecé y casi me caigo en la puerta donde ella estaba parada, con el celular en la mano, divertida al ver mi reacción y ayudándome a no caerme. "Eres un mongolo, jajajajaja" me dijo. Nos abrazamos fuerte, nos reímos, la quise un montón. Vamos a comprar, le dije. Y por primera vez en todo el tiempo que andábamos juntos, nos tomamos de la mano. Subimos las escaleras y salimos frente al mundo tomados de la mano, yo hinché el pecho al notar que todos me miraban de la mano con esa mujer tan hermosa. Mis amigos me hacían barra. Todo el mundo la conocía, al menos de vista, porque era una mujer que no pasaba desapercibido. Le compré un chupetín. Nos reíamos. Bajamos las escaleras, fuimos más abajo, nos quedamos solos, nos acercamos a la ventana y conversamos de nosotros, de las cosas, y nos dimos cuenta de lo mucho que nos extrañábamos, de lo incierto que había sido todo. La tomé de la mano, fue un impulso, ni lo pensé, me dio escalofríos, temblé, sentía brotar espuma ácida de entre mis huesos, me desmoronaba como las migajas del pan, un hilo de sudor recorría mi vértebra y los bellos de la piel se me erizaban, la cabeza me dolía y me sentía el hombre más desamparado del mundo; ella me miraba, en la espera de quien sabe qué y nunca llegó, porque fui un cobarde, no la besé. Nos vemos la siguiente semana, me dijo después, pero nunca más vino. Pasaron los meses, el examen de admisión por fin se acercaba. Yo iba a postular a la Universidad del Callao. Ingresé. Ella no ingresó, y me enteré de aquello mucho tiempo después. Yo empecé el voluntariado en el hospital. Una mañana, le llamo al celular. ¿Qué vas a hacer mañana en la mañana? Le pregunto. Nada, ya no hay clases en la pre, así que me quedaré en casa a estudiar. No, le dije, tengo otros planes, paso mañana a recogerte a las 8 y 45, ponte bonita. Fui a recogerla. ¿A dónde me llevas? Preguntaba. No seas chismosa, es una sorpresa, le respondía. Llegamos, Hospital del Niño. ¿Qué estás planeando? Preguntó. Hoy seremos voluntarios. Estuvimos todo la mañana. Pude ver ese lado suyo, a pesar que estaba sorprendida, pues le traje nada más y punto, porque soy de los que actúan a lo bruto y espera a ver qué pasa para poder medir la realidad. Al acabar todo le pregunté que qué le pareció. 'Gracias por esto, José, muchas gracias, fue hermoso.' me dijo, mientras me pellizcaba con dulzura el cachete. Mañana prepárate, que te llevo a estudiar. Al siguiente día la llevé a la Biblioteca Nacional, que era el lugar donde estudiaba desde que me fui de la academia, ahí no cobraban nada. Estudiamos juntos en la mañana, le enseñaba esto y lo otro, pero no parábamos de reír por cualquier cosa. Fuimos a comer, y lo nuevo de todo aquello es que ahora lo hacíamos todo tomados de la mano. Fuimos a caminar juntos, en la noche, después de la biblioteca, nos tomamos fotos, nuestras fotos juntos, y comimos anticucho donde la 'tía veneno'. Era una ajicera habilidosa, comía tanto ají como yo, ¡JO - DER! Era perfecta. Volvimos juntos, la devolví a su casa, como un hombre debe hacer con la mujer que quiere. Conocí a su mamá, a su hermano, y a su papá lo conocí tiempo después, pero todo era genial. Estudiábamos de noche, al salir de mis clases de inglés pasaba por su casa, me invitaba a cenar, su mamá me trataba de 'niño', y era todo perfecto. En un momento nos dejaron solos, estudiando, repasando esto y lo otro, y al final nos sentábamos a conversar. Cogí un libro, 'Las mil y unas noches', y le dije, te voy a leer un cuento. Me senté a su costado, apoyó su cabeza sobre mi hombro y la abracé, le leí el primer cuento en voz alta. Hacía las diferentes voces de los personajes y por ratos comentaba los textos y ella se reía de las ocurrencias. Eran ya la una de la madrugada. Palao es un lugar peligroso. Me fui de todas formas, aunque sospecho que no iba a haber problema si me quedaba. Hasta un día antes del examen en el mes de agosto, llegué con un montón de periódico y se los dí, lee actualidad, le dije. Nos despedimos. El examen fue difícil, asimilar la segunda derrota tampoco fue fácil. La noche en que esperamos la nota del examen habíamos quedado en vernos para el día de su cumpleaños, pero mi estado de ánimo no era el de siempre, estaba dormido, me dormí todo el día. El día domingo, 18 de agosto, un día después de su cumpleaños, me desperté del letargo de la pena, me bañé, salí a comprar, regresé, salí otra vez al internet, regresé, salí a comprar nuevamente, regresé, ya era de noche, estaba listo. Me puse terno, tomé entre las manos las flores y la carta y los chocolates que compré, me armé del valor que me faltaba, repasé cien veces los poemas y las canciones, y fui en busca de ella. No estaba en casa, pero el miedo había desaparecido, el corazón estaba recrudecido y la fábrica de lágrimas estaba de vacaciones, así que esperé a que llegara. Llegó en una hora, una hora que aproveché en pensar todas las posibles situaciones que podrían suceder, y lo planeé paso por paso, haciendo un mapa del camino que habría de seguir en cuanto llegara, pero cuando la vi, todo se desmoronó, mis ideas se desesperaron, hubo una revuelta de todo y perdí la noción del tiempo, llegó y yo era una hormiga que había perdido el rumbo. Me paré, me obligué a calmarme, su madre y su hermano me saludaron y entraron a su casa, ella se quedó conmigo y le di sus flores. ¡Oh, mis flores! Gracias, gracias, eres el mejor, son hermosas, dijo, y me abrazó, fuerte, un abrazo de oso. Entramos a casa, le recité los poemas que me aprendí, le canté su bella canción, le conté los chistes que me aprendí en todo el día, y le entregué la carta que le escribí. Léeme esta vez, en voz alta, te quiero escuchar, le dije. Así lo hizo, y mientras avanzaba en cada línea sentía que su voz se iba rayando, entrecortando, debilitando y estaba ahogando la emoción. La vi llorar de ternura, me quiso, me abrazó fuerte por largo tiempo, la tuve tan cerca de mí, pero no la besé, tenía miedo otra vez. ¿Acaso ella quiere que la bese? Me preguntaba. ¿Y si no quiere? Se va a malograr todo esto. ¡Lo voy a echar a perder! ¿Y si se aleja de mí? No la quiero perder. ¿La beso o no la beso? Es tan hermosa. ¿Eso de allá es una mosca? ¿Por qué no pasa un avión a esta hora? ¡José, el verdadero dilema es de si la besas o no, no te hagas el huevón! ¡Bésala! No, no te arriesgues. Y así fue, no me arriesgué, no la besé, no hice nada. Nos contamos muchas cosas, al final, nos abrazamos mucho y nos despedimos. Sentí que faltaba algo, pero no lo hice al final, por miedo.
Yo empecé las clases en la universidad. No volví a saber de ella hasta largo tiempo, hasta el día de mi cumpleaños cuando recibí un mensaje suyo, era Navidad, noche buena. "¡Feliz cumpleaños, amigo!" La llamé el año nuevo, conversamos largo rato. Volvimos a hablarnos el 9 de enero, un año desde que nos conocimos, y después la visité el 14 de febrero. Salimos a comer juntos, pasamos la noche juntos otra vez, le recité un nuevo poema, lo recitamos juntos, y una vez más tuve miedo, no la besé ni en la oscuridad de la noche, ni en la soledad de nuestra compañía, y me perdí en la indecisión de preguntarle si quería ser mi novia. Una noche cualquiera, una noche en que no aguantaba más esto, una noche en que la vida se me estaba escurriendo de las manos, fui a buscarla, y era una noche como cualquiera, porque llegué sin aviso, sin trompetas ni cantos ni silbidos ni piedras ni nada, era un muchacho escuálido, ojeroso, cansado de todo y decepcionado del tiempo, desilusionado de mi valentía y mi coraje, y cuando por fin creí tener lleno aquel frasco, cuando por fin dejé de tener miedo a causa del pensamiento de que nada importa ya, incluso si me decía que no, cuando le dije lo mucho que la quería, todo lo que pensaba, cuando me descubrí por completo, ella de verdad empezó a considerarme solo su amigo, ¿o acaso fue así siempre? No lo creo, de verdad que no. Fue porque no tuve el coraje, tuve mucho miedo, temí fracasar en el intento. Desde entonces aprendí aquello que llevo como filosofía desde entonces: SI NO ARRIESGAS, NO GANAS. No dejo de pensar en qué hubiese pasado si tan solo le hubiese dicho lo mucho que la quería. Eso, 'qué hubiese pasado si tan solo...'. Al final, a pesar que yo pensé que lo había dejado de lado, lo vi reflejado en las ansias de otra persona, el miedo a todo, la cobardía. Nada que valga la pena va a ser fácil, como no es fácil ahora olvidar por más que quiero. Diría que estoy haciendo un borrón en mi corazón, que quiero olvidar el error que cometí, pero no es cierto, no lo pienso ni por un milímetro, porque a pesar de todo la quise con todo el corazón, porque esa nueva ilusión me hizo olvidar, por un momento aunque sea, el miedo que le tenía a arriesgarlo todo. Y claro, arriesgué mucho en esa última relación, una amistad, una ilusión, un amor, una vida de sueños, y perdí, como también gané. De algo nos servirá, ¿no crees?
No puedo iniciar nada nuevo ahora, no me siento capaz, estoy como perdido en la desilusión, he vuelto a tener miedo a fracasar, pero pronto me recuperaré, solo es una herida, una herida en el corazón, y esas se sanan olvidando con el tiempo, con la crudeza de la soledad, aquella soledad a la que me había acostumbrado antes de conocerla, después de resignarme al amor de ETE. Quiero estar mejor, quiero ser mejor, quiero ser feliz.
La he vuelto a recordar, a ETE, porque he decidido retroceder el tiempo en el corazón, porque por estos días fue cuando decidí olvidarme de ella e iniciar una nueva historia con un nuevo amor, pero esta máquina de recuerdos está fallida, así me vino de fábrica, y no hay garantía, porque voy a regresar desde donde vine, y voy a continuar, como lo hice antes. Cuando sea presidente, voy a estar con una hermosa primera dama, a quien pueda enamorar por completo y hacerle olvidar sus miedos, hacerla creer en mí, a confiar en mí, a darme un significado a mí, que me quiera de verdad con todos mis cruces mentales, mis sueños, y yo, eso espero, eso ansío, no decepcionarla nunca, protegerla con todo lo que tenga, compartir juntos un futuro, respetar sus decisiones, tenerle paciencia y hacerla feliz, muy feliz.
Posdata, te quiero.
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