LAS MUJERES DE MI VIDA

Estoy muy bien, confundidamente feliz. Adoro a mi hermana, y siento que la he cuidado muy bien desde que ha llegado. La he ido a recibir al terminal de Lima, he cargado sus cosas y la he invitado a desayunar. La he acompañado todo el día y cedido el asiento en el carro, y al momento de bajar, le he tomado de la mano como suelo hacer con una mujer que amo. Mi hermana es muy especial, tenemos nuestras diferencias, y a pesar que antes fuimos como perros y gatos, nos queremos mucho. Siento que soy un hombre fuerte a su lado, porque la responsabilidad de cuidarla me da fuerza. Al llegar a mi casa, le abrí la puerta e hice que pasara ella primero. Abrirle la puerta y dejarle pasar primero a una mujer es de hombres, decía mi papá. Mi madre estuvo muy feliz al saber que yo fui a recibirla, y pude ver su extraño comportamiento de felicidad, su voz se afina, me abraza y me dice, ay mi hijo, eres mi héroe. Adoro cuando me dice eso. Inflo el pecho y miro de perfil y espero inútilmente que una ráfaga de viento venga y sople mi cabello y mi bata (que no llevo puesto) ondee, todo un vaquero yo. Me hago un tipo aniñado y engreído. Mi mamá me mima, pienso. Kelly, mi hermana, también es una mocosa de 30 años, que ríe y hace chistes monces, que recuerda cada capítulo de Los Simpsons o La familia Peluche para cada momento de su vida. Cuando llegó me llamó al celular y me dijo, José, ven a recogerme que siento que soy como Vivi, de La familia Peluche, que la dejan abandonada. Y yo le digo, ¿por qué no eres una niña normal? Y le prometo que pronto llegaré. Somos tres mensos en la capital: madre, hija e hijo. No esperamos que los demás comprendan a unos idiotas, porque en nuestra idiotez somos felices. 
Al llegar pude verlas juntas, conversando entre ellas, planeando esto y lo otro, soñando con aquello y eso otro, chismoseándose las novedades de la casa y la calle de donde vivimos, riendo de lo que imaginan, diciendo cosas absurdas y reconociendo ellas mismas que son mongolas. Yo solo las observo mientras finjo mirar mis dibujos en la computadora, sus movimientos, las posiciones en la que están, sus expresiones, sus risas, el brillo de sus ojos, el cansancio mezclado con la satisfacción de tenerse la una frente a la otra. Estás mujeres son hermosas, pienso en mis adentros. De pronto me siento feliz tenerlas conmigo. Somos tres, no cabremos en esta cama, así que tuve que pensar en dónde dormiré. Ven a dormir, dice mi mamá, acá nos arreglamos. Duerman nada más, duerman, les digo. No pienso incomodarlas, quiero que pasen una buena noche, ya buscaré un lugar dónde dormir. No fue una mala noche, mi madre y mi hermana durmieron muy bien. Tuve que llevar a mi hermana al trabajo que había conseguido el mismo día que llegó. Nosotros tenemos suerte, siempre que llegamos a Lima conseguimos trabajo ese mismo día. Kelly, mamá está feliz que estés acá y que quieras trabajar, no la decepciones por favor, le digo. No voy a hacerlo, responde. Ella confía en ti, no sé por qué pero lo hace, le vuelvo a decir. Ella me mira, se ríe, sabe que estoy haciéndome el tonto como siempre, que dentro de todo eso, le estoy diciendo que yo también confío en ella. Ya se los dije a las dos, tomen la decisión que tomen, yo las vigilo nada más, hagan lo que quieran, cuando tenga que intervenir, lo voy a hacer, y pase lo que pase, para bien o para mal, yo siempre estaré de su lado. Sé que ellas también creen en mí, y eso me motiva a ser mejor. 
Nos despertamos temprano, tomamos un carro, uno equivocado, para variar, y como para disimular le dije, tomamos este carro para que veas qué carro no debes de tomar. Nos reímos tan fuerte que un perro cerca a nosotros se asustó. La llevé por la Avenida Sucre, llegamos a su trabajo y le dije, acá te abandono. La abandoné en su trabajo con un beso en la frente, a mi adorada hermana. Aquello me trajo viejos recuerdos, recuerdos que atesoro muy bien en el fondo de mi corazón, un recuerdo que me dio el título de El mejor abandona novias, en su momento; sin embargo, esta vez abandonaba a mi hermana. Recordé aquella avenida, recordé un hospital, recordé a una mujer, recordé todo, exactamente todo lo que tuve que hacer para poder entrar a ese hospital y poder ver a esa niña de cabello alborotado. Pensé que qué será de ella, me pregunté si estaba bien. Miré en dirección de aquel lugar, sonreí y caminé con la mirada perdida en el suelo, viendo mis zapatillas azules con pasadores rojos, mi pantalón gris, mi polo rojo, mi casaca de tela crema, mi mochila, y mi chuyo, Por mi mente pasaban esas escenas, el guardia, las enfermeras, las llamadas, las habitaciones y ella con su fiebre sobre la cama. Amor mío, pasaste por mi mente, qué bueno que estés mejor ahora, esos guardias no me dejaban entrar, ¿sabes? Les decía que era urgente que entrara, que tenía a mi novia hospitalizada y que por favor, se los pido, no sean malos, déjenme entrar, solo unos minutos para saber que está bien, para que sepa que yo estoy acá, con ella y para ella, por favor, solo un ratito; y el guardia me decía, espérate un rato, que se vaya ese de allá y te dejo entrar, pero te sales rápido; y yo, gracias, gracias, muchas gracias. Estuve esperando como una hora, moviéndome de un lado a otro para no estorbar a los que entraban y salían, y el guardia diciéndome con señas que un rato más, no te preocupes, te dejaré entrar; y cuando por fin entré, esa enfermera me preguntó que qué quería, era una señora con cara de mala, le dije que venía a verte y que si necesitabas alguna medicina, y me dijo que no, que todo lo cubría el seguro, que no es momento de visitas, y yo le pedí verte tan solo unos minutos, rápido no más y me voy, y no sé cómo la convencí, seguro la cara de idiota que tenía, esa cara que da lástima quizá, pero me dejó entrar, y pude verte, sentirte, besarte, y si no lloré de pena al verte en ese estado fue porque tenía que estar fuerte para ti, ¿te ayudé ese momento? Espero que sí. Amor mío, ya no eres mi amor, pero igual te sigo queriendo mucho, tanto que soñé en esa cama con colchón de madera en la que dormí la noche en que mi madre y mi hermana dormían, que tú estabas con ellas, cacareando con ellas de tonterías de mujeres y que yo las observaba mientras fingía hacer otra cosa. Dale, no te preocupes por mí, todo está bien ahora. Te sigo cuidando con el pensamiento, aún te protejo los sueños mientras duermo, y sin saber cómo, te siento cálida, satisfecha, un tanto deseosa de quién sabe qué, y tonta, tan tonta como te quiero, aunque te moleste que te llame tonta, ¡Baka!
Así, pues, no hay nada mejor que tener en la mente grabada la imagen de una señora con su hija mirando curiosas e interesadas un anime favorito del hijo tonto que les cuenta la trama mientras come, y claro, aquel recuerdo de un amor frustrado por las circunstancias, pero que muy en el fondo espera poder invitarle una vez más una naranja partida en cuatro a esa mujer morena de sonrisa de agua, su tierno manjar.

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