UN SÁBADO SIN REMEDIO ALGUNO Y JÉSSICA

Había tenido un sábado... un sábado... no sé qué adjetivo quedaría exacto. ¿Raro? ¿Interesante? ¿Tonto? ¿El mejor sábado? No, ninguno convence. Un sábado sin remedio alguno. Desperté tarde, once de la mañana, salí a comprar mi almuerzo porque no tenía ganas de cocinar, regresé a comer mientras veía una película, tomé mi jarabe para mejorar el calcio de los huesos (la nueva enfermedad que estoy pasando), y salí al encuentro de los amigos que estaban llamando a cada rato al celular que decían, 'Oh, rhasta, ¿a qué hora vas a venir?'. Pensé en cortarme el cabello, cortarme las uñas y rasurarme la barba, pero luego lo pensé mejor y me dije, '¡Al carajo!'. Llegué a la Plaza Dos de mayo y caminé hasta Caquetá, visité mi antiguo correo, solo fui a saludarles, y bueno, los encontré como los había dejado. Me despedí y tomé un carro para bajarme en el Puente de la UNI, llamé a un amigo y le dije que ya había llegado, nos reunimos y estuvimos en su casa conversando de cosas de la carrera mientras comía mi primer plato de guiso de trigo y ají, no estuvo mal. Iba a irme antes, plan de cinco de la tarde, pero decidí quedarme a ayudarle en algún ejercicio de programación. A las seis salí y me fui a reunirme con otros amigos. De la nada apareció ella, sin previo aviso, ¡nada! Me dio pánico, pensé en voltear e irme, en mi mente cruzaba la idea de 'Me voy o no, me voy o no, me voy o no, me voy o no'. Al final no me fui, sino que crucé sin mirarla ni decirle nada y una vez hecho eso me decía, 'no voltees, José, no seas tan pendejo de voltear, no voltees'. Solo la vi el momento en que apareció, mi pecho fue como si hubiese recibido un electroshock y se calentó por completo, me entró el pánico y quise marcharme, pero decidí no mirarla otra vez, no hablarle, nada de nada, y eso fue lo que me salvó, quizá. Todo el rato solo caminé al encuentro de los amigos, hasta que llegué, se pusieron a tomar unas cervezas y yo les acompañé con una o dos copas, no me gusta tomar, y esperamos a un par más que faltaban llegar, y fuimos a comprar un coche para recién nacido: uno de mis mejores amigos iba a tener su primer bebé. Óscar es mi hermano del alma, es amigo mío desde la pre y me siento orgulloso de él porque ha logrado muchas cosas con su esfuerzo. A veces creo envidiarlo porque pasa por mi mente la idea de que él lo tiene todo: una hermosa mujer, una carrera en la UNI, un futuro bebé y sus papás le ayudan en todo; pero luego lo pienso mejor y cambio de opinión. Cada uno tenemos nuestras formas de ser. Me gusta pensar que Óscar ingresó a la universidad gracias a mí, porque un día mientras conversábamos me puse el traje de amigo y lo puteé de tal manera que creo entendió que debía dejar de perder el tiempo y ponerse a estudiar, y así fue, y cuando ingresó, mi amigo llegó y me dio las gracias y un abrazo. Lo quiero mucho, y siempre que sea necesario le diré las cosas de frente, sin arreglos, sin maquillajes, porque cuando conversamos, cuando me cuenta sus cosas, cuando me dice, 'Puta, rhasta, poco son los que les cuento así mis cosas, tú eres de confianza, pues, eres mi causa', él busca que le diga cosas 'sabias'. Eres un abuelo, me dice, un abuelo escritor. La fiesta estuvo genial, todos creo nos divertimos, todos se fueron de madrugada y yo me quedé hasta el siguiente día. Conversamos después de tiempo. 'Rhasta, tengo así de cosas para contarte. ¡No sabes lo que me ha pasado!' Al final lo que de verdad me salvó, pensé, fue que pude conversar sobre aquello que había pasado desde la última vez que nos vimos. Felicidades, Óscar, por tu cachorro. 
Llegué a casa a las siete de la mañana. Mi mamá y mi hermana estaban en la cama ya despiertas, todos los fines de semana vienen, y les dije que quería dormir. '¿Dónde has estado?', me pregunta mi mamá. 'Por ahí', respondí. '¿Te has emborrachado?', preguntó otra vez. '¿En serio me estás interrogando?', contesté, disgustado. 

Había despertado a causa de un extraño sueño.
'¿Sabes patinar?', pregunté. 'No, pero me gustaría aprender.', respondió ella, Jéssica. Jéssica es una chica de la universidad, es linda, muy atractiva, y no somos muy amigos que digamos; pero me agrada mucho. '¿Quieres intentarlo?', sugerí. Aceptó. Le puse los patines, la tomé de las manos e hice que se parara. Dándole instrucciones empezó a dar sus primeros pasos, lo dominó al instante y en contados minutos ya estaba patinando. 'Oye, tú ya sabes patinar', le dije. 'En serio que es la primera vez, ¡soy una trome!'. Me sorprendió su destreza, yo demoré dos días en llegar a hacer lo que ella. Más tarde, en el impulso y avance Jéssica se cayó, tropezó con un hueco en la pista. Se lastimó la mano, la ayudé a acomodarse en el filo de la vereda, revisé su mano y tenía una herida, un raspón; había pequeñas piedras de la pista incrustadas en su piel y con delicadeza se las quité, hacía muecas de dolor, un 'ay' por momentos y limpié la herida con mi polo. 'Ya te maché de sangre', me dijo. 'No importa, se lava', respondí. Sonrió. Su sonrisa es extraña, entrecierra los ojos y con sus labios juntos hace una sonrisa, en su rostro se dibujan unos oyuelos hermosos, su cabello le da un aire majestuoso y en el instante en que me fijé de aquello quedé hipnotizado. Ella notó mi estado de trance y me dijo, 'Ahora está saliendo sangre de mi mano'. Miré su mano y lentamente lamí su sangre. Ella me miró y volvió a sonreír. Fue cuando desperté.

Tengo hambre, creo que comeré algo. Hasta luego.

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