¿PANETONES EN NOVIEMBRE?
Me desperté al borde de las lágrimas, no sabía qué hacer, estaba perdido, no tenía ninguna esperanza, la vida había sido cruel, mi destino, mis esperanzas, todo lo que en esta vida siempre quise, estaba desesperado, no sabía qué hacer... ¡Se había acabado el panetón!
Llevo comiendo panetón desde setiembre. Las personas más cercanas a mí dicen que he engordado a causa de eso, noticia que me desconcierta pues yo siempre he sido flaco; de porte atlético, tal vez, aunque sea un flojo para los ejercicios, pero siempre me he mantenido en forma (de tubo, como dice mi hermana). Según dicen, ya tengo panza, y ¡joder! Están locas. ¿Yo, tener panza? ¡Hey! Seguro pensarán, 'panza chelera', la típica del peruano común, pero déjenme decirles una cosa, no soy el tipo peruano común. No bebo, al menos no por las huevas. Pero, esperen, me he salido del tema principal: no hay panetón.
Seguro que en sus casas ni bizcocho tienen, porque ni diciembre es por último, pero es que ustedes no saben el vicio que me da oler la envoltura, por lo menos. Es más, el último panetón que he tenido, el cual he llorado a chorros su partida, ha dejado su bolsa, el único recuerdo que tengo de forma factible, y ni bien he despertado, lo tomé entre mis manos, lo llevé hasta la nariz, y lo he aspirado tanto, tanto, que terocalero parecía. ¡Vamos! ¿Es que nadie sabe lo delicioso y vicioso que se vuelve el comer panetón con mantequilla y chocolate? Una vez llegué a la universidad con mi bolsa de panetón, lo comía de lo más rico hasta cuando entré al salón. Todo el mundo gritó, ¡Ooohhh! ¡Invita, no seas egoísta! Y yo escupía mi panetón para que nadie me lo pidiera. Ya sé que es asqueroso, pero para ustedes, al fin y al cabo, no es su saliva. Normalmente suelo hacer eso cada vez que no quiero invitar lo que estoy comiendo, y puede que a cada rato esté comiendo cualquier cosa. Platano, manzana, mandarina, torta de chocolate, galletas, ¡Cualquier cosa!
Una vez me dijeron, 'me espera una vida llena de comida'. Adoré esa frase, me identificó tanto... ¿Quién creen que fue? ¡Já! ¡¿Quién más?! La de siempre, Jhoselin. Esa muchacha jode y jode mis recuerdos, pero me divierte a montones. Ya no la he visto hace tiempo, ¿qué será de ella? ¿Estará gorda? Jajaja, yo le invitaba su naranja partida en cuatro, y le decía, es para mantenerte gordita, amor. Ay... Una vez fuimos a comprar panetón porque habíamos quedado en que sería 'un sábado de panetón'. Fui a recogerla a la universidad, tomamos un carro y fuimos en busca del panetón. Cuando llegamos, el panetón estaba tres veces más de lo que había estimado, pues había visto yo, al venir en el carro, que había panetones de siete soles, y pensé que me compraría dos, uno para ella y uno para mí, y falsa fue mi ilusión, porque nos dijeron que se trataba de otros panetones de dudosa procedencia, ¡qué vergüenza! Nos fuimos del lugar muy divertidos, riéndonos de la burrada cometida. Luego fuimos a metro, por Alfonso Ugarte, esas calles siempre me traen recuerdos de cuando la invitaba a comer un helado. Llegamos, compramos el panetón, pero... ¡no tenía suficiente dinero! No es que no lo haya tenido, por Dios, sino que con la primera idea no había pensado que gastaría más de veinte soles, así que no hubo más remedio de que mi chica me invitara el panetón. Toda seriesota ella, sacó su dizque tarjeta de crédito, y pagó. En mi mente pensaba, ¡con las justas tengo mi DNI y mi carné universitario y ella tiene tarjeta de crédito! Me dio pena, un poco, porque en mi retorcida mente estaba pegada la idea de que yo tenía que haber comprado todo, pero me salvó la sinceridad de su mirada, la firmeza de sus palabras, las ganas de salirse con las suyas, de esa mujer morena tan hermosa y deliciosa como el manjar. Salimos a la calle. Frente a metro estaba Plaza Vea. Cruzamos la pista y nos sentamos en una banca, abrimos el panetón y, ¡al ataque! Comíamos panetón en la calle. De seguro había uno que otro mirón que criticara nuestro método, pero nosotros lo disfrutábamos. Subimos al carro con nuestra bolsa de panetón, llegamos al puente de Caquetá, bajamos, visitamos a unos viejos amigos, nuestro antiguo correo, y les invitamos lo que quedaba del panetón. Por cierto, ¿qué será de ellos? No he salido del Callao desde hace mucho, salvo para ir a Abancay a comprar mis componentes electrónicos que requiero para mis laboratorios. Ya iré a verlos pronto, antes de irme de Lima, al finalizar el ciclo en la universidad. Ese sábado ella llegó tarde, supieron que estuvo conmigo, y de ahí lo que pasó es otra historia. Lo importante de todo esto es que iré a visitar las tiendas de metro, compraré un panetón y mantequilla y tres bolsas de chocolate, y pagaré con mi tarjeta bonnus. ¡Chúpate esa! No sé para qué sirve, en realidad, solo vi que lo usaban cada vez que compraban algo y un día le pregunté a la señorita que atiende en caja, señorita, ¿cómo consigo esa tarjeta? No sé para qué sirve, pero quiero uno, se ve chévere. En el fondo, solo quería ser importante, una tarjeta te da poder. Si ella estuviera conmigo ahora, le llamaría al celular y le diría, ¡Morena, vamos a comer panetón! ¡Sábado de panetón!
De todos modos, iré a comprar este sábado panetón, como de paso voy a Abancay por mis componentes electrónicos. Tengo hambre. No sé cómo voy a soportarlo.
Cuando sea presidente, tendré mi fábrica de panetones para mí solo.
Ya se me hizo costumbre pasar por aqui jajaja.
ResponderEliminarNo se tu pero gasto todos los dias comiendo panetoncito jajajaja.
Anda visitalos, necesitan algunas cositas.
Ahora me ire lentamente. Bye bye